Hace algunas semanas, por primera vez en algo más de esos 250 días, me tocó volver a Israel. No fue un viaje fácil. Volver a caminar esas calles familiares, a sentir sus sabores y escuchar a su gente. Un lugar conocido y desconocido al mismo tiempo, porque Israel ya no es el mismo. El trauma del 7 de octubre, y de un conflicto que aún continúa en la búsqueda de terminar finalmente con el sádico terrorismo de Hamás, se percibe, se escucha y hasta se huele allí en las casas del kibutz Kfar Aza, una de las comunidades devastadas aquella mañana, y donde todavía se puede sentir el olor a quemado.
Ante el horror, las comunidades del sur de Israel volvieron a ser un desierto. Ese que se había sembrado milagrosamente, donde se fundaron incontables kibbutzim donde los niños crecían juntos con sueños de paz con sus vecinos, aún cuando las recurrentes sirenas avisando de la inminente caída de un misil les daban apenas segundos para correr hacia un refugio. Comunidades con una gran presencia de latinos, muchos de ellos exiliados en tiempos de dictaduras. Con cientos de habitantes asesinados, y un gran número aún secuestrado en Gaza. Sus fotos hoy cuelgan en cada plaza, cada calle, cada esquina con un único objetivo: recordarnos que mientras aquí la vida sigue, ellos siguen allí. Y no descansaremos hasta que todos y cada uno vuelvan a casa. Como nos emocionamos hace unos días con el rescate de Noa, Almog, Shlomi y Andrey.
La visita no fue fácil, pero fue necesaria. Y se dio en el marco de un acontecimiento especial. Cientos de líderes judíos de todo el mundo nos reunimos en Jerusalem para un encuentro del Comité Ejecutivo del Congreso Judío Mundial, en un espacio que marca el rumbo de la organización para el próximo año. La elección del lugar, aunque no propia, fue consciente. Porque hoy el presente y el futuro de todos los judíos del mundo están atravesados por lo que sucede en esa pequeña superficie de Medio Oriente.
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No se trata solamente de una cuestión histórica, aunque es innegable el vínculo milenario del pueblo judío con la tierra de Israel. El aumento del antisemitismo a nivel global, como consecuencia directa del conflicto desatado a partir del 7 de octubre, también cambió la realidad de las comunidades judías en mayor o menor medida dependiendo de las latitudes.
En respuesta a estos cambios y desafíos, la diáspora judía y las comunidades en Israel están encontrando nuevas formas de sostenerse y unirse más que nunca. Los proyectos de educación se intensifican, los intercambios culturales se multiplican y los programas de apoyo psicológico se expanden, todo en un esfuerzo por sanar las profundas heridas y evitar que el odio y la intolerancia echen raíces en las futuras generaciones. Estas iniciativas no solo buscan curar, sino también enseñar la importancia de la resiliencia y la solidaridad en tiempos de crisis.
Pese a los desafíos incesantes, el espíritu de resistencia y la determinación de lograr un futuro pacífico permanecen intactos. La memoria del 7 de octubre, aunque marcada por el dolor, actúa como un recordatorio constante de las trágicas consecuencias de la inacción y la importancia de perseguir incansablemente la paz. Mientras los líderes y comunidades de todo el mundo conmemoran este aniversario, el mensaje resuena con claridad: nunca más se debe permitir que actos de violencia tan devastadores definan nuestro futuro común. Hacia allí seguiremos trabajando, con la esperanza de que pronto todos los secuestrados regresen a casa, y la tranquilidad a la región. Y aunque seguramente las cosas ya no volverán a ser lo mismo, quizás en la próxima visita me reencuentre con algo de ese Israel familiar.
Por Claudio Epelman, Director ejecutivo del Congreso Judío Latinoamericano
Vía Infobae
Fuente Vis a Vis