En los últimos días asistimos a un nuevo episodio del divorcio ideológico entre Argentina y Brasil. En esta ocasión, en el contexto de la entrevista de un medio afín al oficialismo brasileño, el presidente Lula se despachó con una afirmación donde decía que “el Presidente [Javier] Milei le debe disculpas a Brasil y a él, ya que dijo muchas tonterías” haciendo nuevamente referencia a los dichos de Milei en campaña durante el año pasado.
Cabe recordar rápidamente esta triste novela entre ambos presidentes que muestra a las claras las diferencias entre Brasilia y Buenos Aires, a partir de los acontecimientos que se dieron durante la campaña presidencial argentina del año pasado, donde el presidente Lula apoyó activamente a su socio político Alberto Fernández y expresó abiertamente su respaldo a Sergio Massa como la única opción realista para el futuro de Argentina. No solo eso, también apoyó los esfuerzos del gobierno anterior frente a organismos internacionales para acceder a nuevos recursos financieros. Pero principalmente, lo que durante la campaña se supo, presentó a su equipo de comunicación de campaña política a Massa, y fueron los responsables de la estrategia de ataque comunicacional más feroz contra Milei. Obviamente, del otro lado, un Milei impulsivo y explosivo no dudó en descalificar fuertemente a Lula y al Partido de los Trabajadores (PT) en el medio del fragor de la batalla.
Sin embargo, la política es la política acá y en cualquier lado. La campaña política electoral siempre es un momento único, donde los límites no son tan claros, sin embargo, cuando termina, la política vuelve a su cauce habitual. Y como he dicho en el pasado, en esta misma columna, sorprende la desorientación de Lula y su política exterior, cuando, luego de no haber asistido a la asunción de Milei el 10 de diciembre pasado, algo no visto desde los años ‘70 en la relación bilateral, ahora vuelve en esta entrevista, con esta postura frente a Milei sin que haya pasado nada en la relación bilateral en los últimos meses para que lo amerite.
Sin embargo, para los que seguimos de cerca al vecino país, sí podemos encontrar algunas explicaciones para este capricho del presidente Lula. La realidad es que el gobierno de Lula, a diferencia de la imagen que todos tenemos de sus gestiones anteriores, hoy transita su presidencia con muchos cuestionamientos tanto en el frente económico como político. Brasil vive un proceso de fuerte deterioro de las cuentas públicas, con un déficit primario que viene batiendo récord tras récord, con una presión inflacionaria ascendente que intenta ser manejada con un presidente del Banco Central que ha decidido sostener la tasa de referencia y frenar su estrategia escalonada descendente y por ello es cuestionado todas las semanas por el propio Lula. Esto es provocado, en parte, por una perspectiva de sostenimiento de la tasa en Estados Unidos a mediano plazo, pero también por un mercado nervioso que transformó al Real en una de las monedas que más se devaluó en los últimos 60 días, acompañado por un déficit persistente en cuenta corriente que ya viene desde el año pasado.
Al frente económico se suma el frente político interno con la catástrofe en el sur de Brasil, donde el gobierno federal está paralizado y no logra dar respuesta al impacto de las inundaciones en Porto Alegre. Pero, además, el gobierno de Lula perdió el control sobre los incendios en el Amazonas, batiendo otro récord, muy por encima de los números del expresidente, “negacionista ambiental” de Jair Bolsonaro. Frente a ello, Lula quiere retomar la iniciativa con nuevos programas grandilocuentes pero con una billetera magra, que además debe cortar más gastos para lograr el equilibrio que el propio Fernando Haddad prometió al mercado.
Por último, desde el año pasado, el Itamaraty y Celso Amorim, han buscado sin tregua volver a traer a Lula a esa posición de destaque en el escenario internacional, llevándolo a tomar posiciones difíciles, como cuando en Egipto comparó la acción militar de Israel en Gaza con el Holocausto. O, por otro lado, la decisión de no apoyar abiertamente a Ucrania frente a la invasión rusa no participando de la conferencia de Paz en Suiza la semana pasada. El mundo cambió en los últimos quince años, y aquel espacio que supieron ocupar los emergentes con los BRICS ya no es realista.
El escenario que posee Lula y el PT para este año no es positivo, justo en un año electoral, donde se renuevan todas las intendencias en Brasil. Una elección que muchos analistas auguran será bastante difícil para el oficialismo en todas las jurisdicciones. La dificultad que posee el gobierno de sostener la imagen de Lula e intentar despegarlo de las malas noticias, desviando la atención pública, ha demostrado ser ineficaz. Y su resultado se observa en las encuestas nacionales, pero el miedo principal es el resultado electoral, que podría jaquear aún más la segunda etapa de su gobierno.
Lula es hoy un presidente con más de 80 años, gobernando un país ultra polarizado, y principalmente sin el viento de cola económico de inicio de siglo. Esto lo ha llevado por sus propias frustraciones a llamar la atención como sea, como este planteo extemporáneo sobre Milei. Un discurso que seguramente no encontraríamos en aquel Lula de sus años gloriosos, líder del Sur Emergente. Sin embargo, el Lula actual, desorientado y enojado con la realidad, frustrado con su gabinete, parece mostrarnos una faceta de un viejo político tradicional de Latinoamérica, un caudillo sin ningún brillo, sin ningún liderazgo de futuro. Solamente un político más, que transita la primera magistratura en una región convulsionada sin respuestas. Un político que posee más pasado que futuro.
Fuente El Cronista