Me tiene la ciudad entre la pena y la nada, por decirlo en Nacho Vegas, con eso de dejar de caminar. La gente ya no anda, no pasea, sólo trazan un recorrido del punto A al punto B como si eso de moverse fuera solo desplazarse. Cruzo el Retiro y subo la calle Alcalá , entre patinetes, bicicletas, y grupos de turistas que siguen al guía que les habla de lo que hubo allí o allá, pero miran alrededor como lo haces a la televisión o incluso a la radio, que la escuchas pero no la encuentras. De cien personas que llevo en la cuenta, la mitad iban corriendo como corren los que no van a ninguna parte. Hay una mezcla entre gordetes que quieren perder peso para entrar en un traje de baño y los que parecen sacados de una película de West Point. Algunos, incluso, se atreven a molestar anunciando su inminente llegada como si pasara el lechero o el que vende la fruta gritando «paso, paso, paso», porque si no le dejas pasar te llevan por delante. Luego que si los árboles se caen o no sé qué. Cómo no se van a caer si tiembla el suelo que corren y se estiran las piernotas en vallas, bancos y cosas que no nacieron para soportar sus insoportables maneras. Hacen de la calle un gimnasio atroz. Luego están los que no levantan la vista de sus pantallas. Ay, adictos de mi vida, que necesitan de otro impulso que les llene de endorfina digital esa cabecita que no tiene de nada. Una mujer en el bus me deja atónito. El tamaño de su pantalla es como el de una televisión de las de tubo y todo. Necesita las dos manos para sostenerlo. En el trayecto de Atocha hasta Gregorio Marañón la buena moza ha ido abriendo una a una las aplicaciones de no sé cuántas redes sociales distintas. No lo veo por cotilla, sino porque es inevitable y su pantalla lo cubre todo como en un cine de verano.Noticia Relacionada reportaje Si De porteros, conserjes y lo poco que nos queda Alfonso J. Ussía Poco a poco, los edificios de Madrid han ido prescindiendo de los servicios de portería para contratar empresas de mantenimientoPrimero Facebook, después X, abre Instagram, después Tik Tok, sigue con Twicht, continúa en Tinder y, con una rapidez y destreza digna de una transcriptora de chino mongol, la tipa va contestando mensajes a la velocidad de la luz . Una señora me mira y levanta las cejas. Yo no consigo levantarlas ni un poco. Me pregunto si en todas esas redes sociales tiene a los mismos amigos o es que distingue sus amistades según sea el entorno (que dicen los entendidos), y lo que antes eran grupos de amigos, de verano, de escuela o de familia, son ahora esos nativos que no han conseguido salir del teléfono porque la vida es una pecera a la que echan alpiste en forma de notificación. Alrededor, el resto de ocupantes está también inmerso en lo que pasa en su pantalla. Esto no tiene buena pinta. No sé qué pasará dentro de cinco o diez años, pero me temo que los psiquiatras van a forrarse cuando se dediquen a tratar a los pacientes vía móvil. Una pistola táser recetada para cada tara y, después, el viaducto como puerta al paraíso. Paro a tomarme algo en una terraza nueva. Un código QR sobre la mesa me hace sospechar. Se acerca una camarera a la que le pido un café con leche y me dice que debo descargarme una aplicación para pedirlo. Le digo que eso es imposible. Ella me dice que debo hacerlo así. Me resisto como un espartano de aquellos trescientos ante las hordas del Jerjes digital que quiere invadir nuestro futuro.madrid_dia_0703Lo siento, señor, continúa la tabernera. Son las normas, alega. ¿Y si le pido una hamburguesa sin cebolla, con doble de queso, dos lonchas de beicon, pero sin salsas? ¿Puedo pedir órdenes especiales desde la aplicación? No señor. Las hamburguesas se sirven completas. ¿Pero no tienen cocina? No, señor. Sólo calentamos el producto. Interesante. Entonces, ¿por qué se anuncian como un bar restaurante? Señor, si tiene alguna queja, descárguese la aplicación y en la pestaña de sugerencias podrá contestar el test. Trato de pillarla. ¿Y si no tengo teléfono? Señor, discúlpeme, pero no le podremos atender. Entonces comprendo que la vida no galopa, sino que se lanza al vacío. Vuelvo a casa todavía con más pena que nada. Nadie me mira a los ojos, y busco cruzarme en la mirada de otros como quien entra a rezar a una iglesia o necesitara redención. Casi me atropella un patinete. Le deseo la peor de las caídas y, de pronto, pierde el equilibrio al saltarse un semáforo en rojo que le precipita contra el suelo. Me imagino a la del Samur. Señor, descárguese la aplicación si quiere que le cure. ¿Cómo? Indique en el formulario si le duele la pierna, la rodilla, el cuello o si tiene tarjeta sanitaria digital. Pero estoy sangrando. Indique en la pestaña de ‘tipo sanguíneo’ si es A negativo, B, AB… No queda tanto.
Fuente ABC