Los impuestos, como su propio nombre indica, es algo que los ciudadanos están obligados a pagar, porque así lo deciden las administraciones. Y en función de su carácter y su cuantía, son más o menos impopulares . A comienzos del siglo XX, Madrid se vio liberado de uno de ellos, relacionado con el consumo de alcohol. Fue conocido como la desgravación de los vinos, y su primer efecto fue que cuando entró en vigor, el 1 de enero de 1908, inundó las estaciones ferroviarias madrileñas con miles de pellejos de esta mercancía.A lo largo del siglo XIX, fueron muy habituales los tributos indirectos a pagar por lo que entonces se llamaba «artículos de comer, beber y arder», que en general eran de primera necesidad. Estos impuestos al Consumo fueron desapareciendo más adelante, tras arduas discusiones entre los partidos políticos e incluso en el propio seno de alguno de ellos. En Madrid, el consumo de vino de menos de 16 grados, tanto tinto como blanco, era muy habitual. Según las cifras de la época, a comienzos del siglo XX, cuando transcurren estos acontecimientos, por los fielatos -los puestos de control a las puertas de la ciudad, por donde pasaban los productos de consumo y donde se abonaban los derechos correspondientes- era de 48 millones de litros anuales. Una cantidad suficientemente importante como para que cualquier tributo de más o de menos sobre este producto tuviera una importante repercusión tanto para el que lo pagaba como para el que lo cobraba.Noticia Relacionada estandar Si Las colas para cambiar duros falsos por otros auténticos en la Casa de la Moneda Sara Medialdea La falsificación, habitual a comienzos del pasado siglo, generó controversia en los comercios y más de una anécdota en las ventanillas de canjeLa decisión gubernativa de hacer desaparecer ese pago, con la llamada desgravación de los vinos, se puso en marcha oficialmente el 1 de enero de 1908, y por eso en los últimos días del año escaseó el producto, porque no llegaba a las estaciones, dado que los que lo enviaban esperaban ya los días que faltaban para poder hacerlo sin pagar el impuesto. De hecho, el primero de enero hubo una auténtica avalancha de llegada de trenes con vino a las estaciones de ferrocarril. La imagen que acompaña este relato, en los muelles de la estación de Mediodía, en el Cerro de la Plata, es un reflejo de lo que ocurrió: ingentes cantidades de vino entrando en la ciudad en toda clase de envases.madrid_dia_0703Lo recogía ABC en esa jornada: «Fue el asunto único de conversación y comentario en todas partes», aseguraba el cronista. Los almacenistas y los taberneros, esperando el día de la desgravación, retrasaron sus pedidos. El vino llegaba de los centros productores -Valdepeñas, Arganda, Criptana, Záncara, Manzanares- pero quedaban los cargamentos almacenados en la estación del Mediodía, sin que nadie los fuera a recoger para no pagar ya el tributo.Eso sí, a las siete de la mañana del día de autos, allí se plantaron todos bien pertrechados para llevarse su vino, aligerado en el precio: por los muelles del Cerro de la Plata pasaron a lo largo del día más de 200 carros para transportar bocoyes (toneles) y pellejos de vino. Se descargaron 40 vagones, y unas 32.000 arrobas de esta bebida (cerca de los 400.000 litros). Y al finalizar el día, aún quedaban unos 100 vagones por descargar.Mientras, el gremio de taberneros se reunía en el local del Laurel de Baco, una fábrica de cervezas, gaseosas, vermús, licores y hasta hielo en barra, situada en el barrio de Argüelles. Había división de opiniones sobre cómo les afectaría la rebaja fiscal: los que vendían al copeo temían pérdidas porque deberían aumentar el precio. Los almacenistas ya habían anunciado a los consumidores una rebaja de 2,50 pesetas por arroba. Hubo dos reuniones del gremio, una de mañana y una de tarde. Y todos estuvieron de acuerdo en lo mismo: que los efectos de la desgravación no los notase el público hasta mediados de mes, dadas las existencias que había y por las que sí habían pagado, en su día, la correspondiente tasa. Si bajaban los precios desde el día 1, perdían dinero, recordaban. Como resumía el cronista, «lo principal aquí es que el eterno primo, osea el consumidor, siga pagando lo que los señores del gremio quieran».Los acuerdos adoptados entrarían en vigor el 10 de enero, y fueron estos: la rebaja en el precio sólo afectaría al vino que se vendiera por arrobas. El Valdepeñas, por ejemplo, se vendía la media arroba a 7 pesetas, y a 1,75 la cuartilla, con una rebaja importante. Pero en la venta al detalle, la bajada era ridícula: en las tabernas, se vendía una copa de vino por 7 céntimos, un ‘chico’ por 10; y lo que se conocía popularmente como un ‘quince’ seguía costando eso mismo. La botella pasaba a costar 40 céntimos, y el frasco, una peseta.Otra vertiente de este asunto fue la vivida por el Ayuntamiento, afectado porque, según sus cálculos, también iba a perder dinero: concretamente, unos 7,6 millones de pesetas al año, calculaban los munícipes. Así se lo hicieron saber al Gobierno en julio de 1907, cuando, con la desgravación ya aprobada, se discutían sus detalles. Hacienda aseguraba que se compensaba la pérdida por esta vía con otros ingresos, pero en el Ayuntamiento aseguraban que no había tal compensación. Por ejemplo, el Ministerio calculaba una recaudación por cédulas personales que le produciría unas 752.000 pesetas; pero el municipio calculaba que no llegaba ni a la mitad: serían unas 363.000 pesetas. Otro ingreso compensatorio, el de carruajes de lujo, le sumaría no más de 343.000 pesetas; y el tributo por casinos y círculos de recreo no paortaría más de 53.813 pesetas. Esos, más todos los demás medios – recargo en la contribución industrial, gas y electricidad, vinos espumosos, generosos, mistelas, vinos comunes de más de 16 grados, aguardientes, alcoholes y licores y cervezas- hacen ascender el total de cantidades que le llegarían al Ayuntamiento como compensación a 1.975.583 pesetas. Con lo que le seguían faltando en sus cuentas 5,7 millones.
Fuente ABC