La velocidad de los mensajes cargados de imágenes, supuestamente “comprometidas”, que llegan a nuestros sentidos hoy día, nos vuelve dependientes de las convenciones culturales sobre su significado cuando más complejos son los problemas que nos afectan.
Es uno de los problemas más difíciles de resolver por parte del gobierno del Presidente Milei.
Porque la gran cantidad de informaciones malintencionadas de muchos medios sobre las medidas que se están tomando para “parar la pelota” y atender la ventanilla de los reclamos y necesidades de una sociedad exhausta, se han convertido en verdaderos oleajes que comprometen el buen juicio y el sistema nervioso de cada uno de nosotros.
Los técnicos en comunicaciones fundan sus objeciones en argumentos de tipo emocional, con el que atacan el camino elegido por los libertarios para terminar con las restricciones de todo tipo que nos ahogaron durante años.
Como señalaba en su tiempo John Stuart Mill, un paladín del liberalismo económico, en los países donde se ha violado en forma flagrante sus principios, suelen recibirse las quejas y reclamos frente a cualquier cambio de paradigma mediante la apelación a una forma más “elevada” (¿) de libertad, acusando de autoritarismo al gobierno que intente establecer nuevas convenciones culturales que son indispensables para la obtención de la misma.
Como siempre, el lenguaje de dichos comunicadores utiliza su “leit motiv” favorito: la falta de cuidado de una eventual justicia social, eufemismo acuñado por los regímenes socialistas del siglo XX, donde la ley y el nuevo orden económico que defienden las ideas de la libertad son señalados como un impedimento para la “seguridad personal” (sic).
El mensaje está acompañado generalmente de una crítica a la retirada del Estado de funciones que fundamentaron sus pretensiones tradicionales de legitimidad en todos los regímenes populistas.
Esa crítica, centrada en la amenaza latente respecto de supuestas “conquistas sociales”, es una fantasía que ha sido exagerada y distorsionada por quienes deberían tener poca credibilidad respecto de un supuesto enemigo fantasma que no se ve convalidado por índice confiable alguno.
El impulso “encarcelador” que hemos sufrido durante años y la cuota de beneficios indiscriminados que no han guardado relación alguna con el producto nacional bruto, centraliza su mira en el peligro que significa un nuevo sistema político que logre sustituir la solidaridad social por la responsabilidad individual.
Otra falacia.
Pero el miedo creado por estos mensajes está ahí, saturando nuestra existencia, mientras los partidarios de la liberalización tratan de armar baluartes defensivos que no tienen tanto “sex appeal” entre individuos que durante años han estado acostumbrados a la paternidad de un Estado benefactor, sin realizar mayores esfuerzos para destacarse en iniciativas privadas que pudieran contribuir a un desarrollo económico sustentable.
A todo esto se suman las reacciones violentas de quienes, con sus críticas y nefastos augurios, se agrupan en una suerte de terrorismo opositor, que trata de promover ataques indiscriminados contra las nuevas leyes, socavando los valores de una democracia republicana basada en el principio que sostiene que el pueblo solo gobierna a través de sus representantes elegidos democráticamente.
Lo aquí expresado se constituye hoy en el obstáculo más duro de “repechar” para el gobierno de Milei, a fin de afirmar un proceso de cambio conceptual.
A buen entendedor pocas palabras.
Fuente Periodico Tribuna