Existe una especie de corolario perverso del autoritarismo, que propicia formas de vida obtusas mediante disposiciones cuya irracionalidad permite descubrir que gran parte de lo que propone no es mucho mejor, ni demasiado distinto, de cualquier otra alternativa.
Ese es el escenario político en el que vivimos desde hace décadas los argentinos y nos ha sumergido, de paso, en una suerte de oscurantismo cultural que reinventa, una y otra vez, un fascismo conceptual que atraviesa a la sociedad en forma horizontal, sostenido por el accionar de sucesivos gobiernos poseídos por una mística funcional a sus propósitos de establecer una hegemonía política absoluta.
La estética ha ido mutando a través de los años, pero los propósitos se han mantenido casi siempre; y para derrotar a los adversarios se han puesto en marcha, casi invariablemente, acciones cuasi bélicas que persiguen su aniquilamiento total, recreando escenarios donde la diana toca a rebato y anulando con el tiempo los requisitos esenciales de lo preferible.
En ningún caso se trata de la beatitud de una razón de Estado, sino de la justificación de gobiernos que intentan mantenerse en el poder a cualquier costo, librando una cruenta lucha por los títulos de propiedad definitiva entre lo individual y lo colectivo.
Las consecuencias de esto es que el fracaso final inevitable viene acompañado por un sentimiento de frustración social frente a un escenario en el que los gobernantes bombardean la conciencia colectiva apuntalando el discurso de quienes dicen defender un orden digno de ese nombre.
Las constantes intervenciones flamígeras del Presidente Milei, comienzan a perfilar el renacimiento de una nueva era que adolece de los mismos defectos que éste adjudica a sus adversarios, cuando trata de pulverizarlos con imprudencia, usando calificativos hirientes y despectivos que se parecen bastante a los métodos que usó el kirchnerismo para descalificar a sus opositores.
Esta realidad nos mueve a preguntarnos: ¿Cambio real o de figuras? ¿Cambio de rumbo o de estética? ¿Auténtica libertad o adhesión a un discurso que confirme el autoritarismo de siempre?
Al respecto, recordamos unos dichos del filósofo, politólogo e historiador letón -nacionalizado británico-, Isaiah Berlin cuando decía que “darse cuenta de lo relativo y cuestionable de las propias convicciones y defenderlas sin violencia y sin retroceder es lo que distingue al hombre de un bárbaro”; agregando que las diferencias que existen entre libertad positiva y libertad negativa, radica en el hecho de que esta última provoca que los pueblos queden muchas veces a merced de individuos supuestamente excepcionales.
A buen entendedor, pocas palabras.
Fuente Periodico Tribuna