Por Inés Capdevila
De imponerse González Urrutia habrá un giro plagado de dificultades, pero con la ilusión de un renacimiento democrático y económico; si el cambio se frustrara, podría haber más represión
La democracia cambió; ya no es la forma de gobierno que entusiasma al mundo, de Asia a América Latina, con un renacer de libertad, igualdad y bienestar, como en la segunda mitad del siglo XX. Hoy es un sistema tironeado entre la demanda de renovación y la necesidad de resistencia ante las fuerzas que buscan destruirla desde adentro. Las dictaduras también cambiaron; ya no son gobiernos militares. Hoy son un híbrido que mezcla el control y la represión clásicos de los autoritarismos con el instrumento más tradicional de las democracias, el voto.
A los autócratas del siglo XXI les gustan las elecciones; los visten de líderes democráticos y los legitiman ante los ojos de algunos pocos adentro y afuera. Claro que el voto es solo por ellos o por algún otro candidato que apenas se les oponga. A fuerza de sangre, persecución y miedo, la Nicaragua de Daniel Ortega “perfeccionó” ese modelo en los últimos cinco años, afianzado antes por Cuba.
La Venezuela de Nicolás Maduro quiere seguir ese camino, pero hoy, más que nunca en 25 años de chavismo, tiene un problema que no tiene Ortega: una oposición unificada, experimentada, movilizada y determinada a que, esta vez, las elecciones funcionen y sean respetadas. El presidente venezolano trató de diezmarla y detenerla, pero no lo logró. Y Venezuela definirá con el voto si alcanza en su destino a Nicaragua o si se desvía para retomar la senda democrática, en un giro que afectará a millones de venezolanos dentro y fuera de su país y a toda América.
De llegar, ese giro será lento, sinuoso y hasta tal vez tormentoso, pero ilusionará a todo un país con el renacimiento democrático y económico y con el reencuentro de cientos de miles de familias hoy separadas por la autocracia. De frustrarse el cambio, Venezuela ya conoce el camino que le espera; lo transitó, después de todo, en 2014 y 2017: más represión, más recesión, más corrupción, más éxodo. ¿Cuál será la dimensión del cambio o del hundimiento a partir del lunes? La respuesta se divide en, por lo menos, cuatro escenarios
1. La oposición alcanza la presidencia y empieza un reto incluso mayor
Las encuestas independientes hablan, al unísono, del triunfo de Edmundo González Urrutia y de María Corina Machado, con ventajas que van de los seis puntos porcentuales a los 40. Mientras mayor sea un triunfo opositor, más difícil será para el chavismo esconderlo, como tantas otras veces trató y logró.
“El gobierno no va a querer reconocer, pero esta vez no van a poder imponerse si la victoria es contundente. Ellos [el chavismo] están preparados para las mentiritas, pero no para las mentirotas”, vaticina, en diálogo con LA NACION, Javier Corrales, profesor de ciencia política en Amherst College, en Estados Unidos, y autor de varios libros sobre el chavismo.
Un triunfo indiscutido desataría tantos festejos como desafíos. Y estos últimos serán inmediatos. El primero será evitar que la llegada al poder de la oposición desemboque en una presidencia vacía. Hoy todos los poderes del Estado están controlados por el chavismo, que los mantendría pese a haber perdido el Ejecutivo. Ante esa posibilidad, González Urrutia y Machado se verían obligados, concuerdan especialistas y diplomáticos, a negociar con Maduro y sus funcionarios un trueque que molestará a muchos en la oposición: margen para gobernar a cambio de una amnistía para los crímenes del chavismo.
El segundo desafío, paralelo al primero, será desentrañar el verdadero peso de la herencia, un lastre que podría demandar décadas para medir y revertir. “Hoy el PBI venezolano es de alrededor de 100.000 millones de dólares, una cuarta parte de lo que era. Nuestra deuda llega a 160.000 millones de dólares y será muy difícil de reestructurar. El aparato público está desmantelado, no hay estadísticas, no hay capacidad de ejecutar proyectos y hay [en el chavismo] una gran animadversión hacia Machado, por lo que pueden bloquear todo”, advierte el economista venezolano Orlando Ochoa, en diálogo con LA NACION.
Rescatar una economía que, entre 2013 y 2020, se redujo en un 75% será un reto urgente no solo para mejorar las crudas condiciones de vida de los venezolanos sino también para atraer a parte de los 7,7 millones de personas que abandonaron el país.
“Una gestión exitosa requerirá la concertación del financiamiento externo, la atracción de inversiones extranjeras y la recuperación de las instituciones” y, para ello, la oposición deberá “negociar con los gobiernos estatales y municipales, con la Asamblea nacional y otros entes, en manos chavistas”, proyecta un informe de la Academia Nacional de Ciencias Económicas de junio pasado.
Esa negociación, sin embargo, podría no ser exitosa. El chavismo tiene demasiado que perder.
2. Cambio, pero con una transición peligrosa
El cambio de mando en Venezuela es el 10 de enero de 2025; quedan más de 160 días de transición en los que, de ganar González Urrutia, oposición y chavismo tendrán que negociar el traspaso. Un antecedente regional indica que evitar las trampas y trabas durante ese período será tan difícil como impedir el fraude en el día de votación.
En agosto del año pasado, el diplomático Bernardo Arévalo y su movimiento Semilla sorprendieron a Guatemala y al continente al ganar unas elecciones que el oficialismo del entonces presidente Alejandro Giammattei, cuestionado por organismos internacionales y gobiernos regionales, no estaba dispuesto a perder. El mandatario se vio obligado a aceptar la derrota de la candidata cercana a él días después de los comicios. Pero, en los cinco meses de transición, puso en marcha una verdadera trama de represión y ardides jurídicos e institucionales para evitar que Arévalo asumiera. Estuvo cerca de lograrlo, hasta que se plantaron Estados Unidos y otros gobiernos.
El “escenario Arévalo” también está en la mente de quienes intentan imaginar las mil formas diferentes con las que el chavismo evitará abandonar la presidencia. Recursos no le faltan para un oficialismo que sabe que el costo de la derrota sobre sus negocios será altísimo.
“El Poder Judicial está instrumentalizado por Maduro. El Consejo Nacional Electoral menos garantías no podría dar. La Asamblea Nacional es roja rojita. El Poder Ciudadano [que comanda los órganos de control] está alineado. La boliburguesía y los grupos al margen de la ley, también. Y el presidente tiene un clientelismo muy particular con los 2000 generales de las Fuerzas Armadas, con una lógica de rentas y negocios que no están dispuestos a perder. Los poderes reales y los poderes fácticos están alineados”, dice, en diálogo con LA NACION, Ronal Rodríguez, director del Observatorio de Venezuela, de la colombiana Universidad del Rosario.
Así, después de un triunfo, la oposición se enfrentará a un dilema desgarrador. Negociar con ese ecosistema de poder, prebendas y negocios no será ni fácil ni digerible para ella. Pero más difícil será eludir sus trampas y engaños en la transición si no lo hace.
3. ¿Una dictadura “más amable”?
Como todo autócrata, Maduro tiene sus propias encuestas y ellas, obviamente, predicen un tercer mandato del presidente, elegido por escaso margen sobre Henrique Capriles en 2013 y reelegido en 2018, en unos comicios boicoteados por la oposición. Si esos sondeos y el sofisticado dispositivo con el que cuenta el chavismo para maquillar resultados electorales funcionan, Maduro y su Justicia Electoral pueden anunciar que el jefe de Estado tendrá un nuevo período presidencial.
Pocos, dentro o fuera de Venezuela, le creerán. Él está acostumbrado a la falta de credibilidad. Desde 2013 y antes hasta hoy, pocas o ninguna elección fue transparente y libre en Venezuela. Esta vez es el problema de la credibilidad es diferente.
“Cuando hay una energía como la que hay ahora y el gobierno da un resultado que no es el esperado, el impacto es grande”, advierte Corrales.
Cuál será la expresión y la dimensión de ese impacto es una de las incógnitas ante un triunfo oficialista. Los venezolanos suelen descargar su frustración y furia, ante elecciones amañadas en las calles. Lo hicieron en 2014, en 2016, en 2017; en ninguna de esas ocasiones, el régimen se contuvo y la represión derivó en cientos de muertos. Esa violencia indiscriminada neutralizó la voluntad de protesta de los venezolanos; pero hoy los sectores duros de la oposición están dispuestos a retomar las calles si Maduro se proclama ganador.
“La gran pregunta es si el aparato coercitivo del régimen sale a reprimir o no?”, dice Corrales.
¿Por qué habría de contenerse el aparato cuando lo que tiene que perder es tanto? Porque con la violencia, podría incluso perder más, sobre todo, una tenue primavera económica.
“De ganar Maduro, continuará una actividad económica endeble, incapaz de mejorar de forma sostenida las condiciones de vida de la población”, advierte el informe de la Academia de Ciencias Económica.
Más decadencia representa menos apoyo popular para Maduro, incluso entre los sectores que siempre le fueron fieles. Y hasta los dictadores necesitan saberse queridos “por el pueblo”. Para evitar ese escenario, el presidente podría verse obligado a una “dictadura más aceptable, más amable”, opina Ronal Rodríguez.
“En todo escenario posible, la negociación es imperiosa. Y en este también. Maduro podría negociar una dictadura más aceptable, con menos violaciones a los derechos humanos, menos represión y más bienestar para los venezolanos”, agrega Rodríguez.
¿Con quién negociaría eso y a cambio de qué? Con Estados Unidos, a cambio de no imponer más sanciones. Con Colombia y Brasil, a cambio de no cortar lazos.
Esos tres países son esenciales en el futuro de Venezuela una vez que sean contados los votos.
Colombia y Brasil comparten fronteras con Venezuela y sus presidentes coinciden en ideología con Maduro. Ellos y Estados Unidos tienen otro objetivo en mente: evitar nuevas oleadas migratorias, que impactan directamente en la política interna de cada país de la región. Más de 7,7 millones de venezolanos dejaron su país con el chavismo; 6,5 millones se instalaron en los vecinos latinoamericanos y las nuevas oleadas eligen cada vez más Estados Unidos.
“En plena campaña para las elecciones de noviembre Estados Unidos no puede permitirse que se abra otro frente. Ellos están más preocupados por los migrantes que por la democracia. Y para el resto de la región la dinámica migratoria es también fundamental”, explica Ronal Rodríguez.
4. La pesadilla de la violencia extrema
Los tramos finales de la campaña en Caracas dejaron una señal tras otra de que el régimen está nervioso: arrestos de opositores, deportación de políticos y periodistas extranjeros, amenazas presidenciales de “baños de sangre”. Esos incidentes de intimidación explícita también pueden ser indicadores de que el chavismo no está abierto ni a reconocer un triunfo opositor ni a ser un “régimen más amable”.
Tal vez sean el mensaje indirecto de un gobierno que está dispuesto a todo por el todo para mantener el poder aun cuando el clamor en la calle le exige cambiar. Y ese todo es la violencia extrema, una repetición magnificada de 2014 y 2017 si la calle responde con protestas al dictador enceguecido.
“Ante un nuevo mandato así, veríamos una represión muy fuerte; más corrupción porque Maduro va a necesitar pagar con prebendas el apoyo de muchos sectores y, por supuesto, más migración”, advierte Corrales.
Una Venezuela de más violencia, decadencia y desazón. Una Venezuela en el camino de la dictadura total, como Nicaragua.
Fuente La Nación