El dólar se convirtió, a lo largo del siglo XX, en la principal divisa para el comercio y las reservas internacionales. Con Estados Unidos a la cabeza de la hegemonía consolidada de Occidente tras la caída de la Unión Soviética, los billetes verdes llegaron a ocupar de manera indiscutible el trono monetario a nivel mundial.
No obstante, el mundo ha cambiado en el siglo XXI. La dinámica incesante de las causas – consecuencias de los flujos intercambiables entre la geopolítica y la geoeconomia, se han potenciado en los últimos años en la actual bipolaridad (OTAN y aliados vs. Rusia/China y aliados), con especificidades propias de una micro-multipolaridad. En este sentido, una diversidad de Estados de distinta relevancia a nivel internacional, se han tornado más cautos y se están replanteando sus asignaciones de divisas basándose en el objetivo de fortalecer (o evitar riesgos) en términos de sus vínculos geopolíticos.
Es por ello que no ha sorprendido cuando el mes pasado, se dio a conocer la decisión de Arabia Saudita en no renovar el acuerdo del “Petrodólar”, poniendo fin a una ‘relación carnal’ de 50 años con Estados Unidos. El mismo, firmado en 1974, constaba de un acuerdo para que las exportaciones de petróleo saudíes se paguen en dólar estadounidense. A partir de ahora, el Estado arábigo puede manejarse con libertad plena en la comercialización de petróleo mediante distintas monedas.
Pero Arabia Saudita no es el único país que ha planteado un viraje en sus vinculaciones monetarias internacionales. Recientemente, Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente de Brasil, propuso en una reunión de países sudamericanos la creación de una moneda común para fines comerciales. Con esto, el líder brasileño continuó promoviendo una disidencia del dólar que ya había planteado durante sus visitas a China y a Argentina. En este aspecto, el mandatario indicó que la existencia de una unidad común de referencia para el comercio regional reduciría “la dependencia de monedas extra-regionales”, incrementando la soberanía económica, diversificando el riesgo/moneda, y promoviendo la integración económica con otros Estados que también buscan alejarse lentamente del monopolio del dólar.
La propuesta del líder brasileño se alinea con la mayoría de sus aliados del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, más la reciente incorporación de Irán, Arabia Saudita, Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos). Y ello no tiene que ver específicamente con las tensiones producidas por los fuertes aumentos de las tasas de interés, las sucesivas crisis inflacionarias de los últimos años, o los avances tecnológicos en el área financiera en el país norteamericano; sino más bien, y principalmente, por la dinámica geopolítica, como han sido las sanciones que han dejado a Rusia fuera del sistema bancario mundial.
Y aquí es donde se ve con claridad cómo se conjuga la diplomacia con la arista geoeconómica: el Gobierno de Vladimir Putin ha estado trabajando con ahínco junto a Beijing en los últimos dos años para eliminar su dependencia del dólar: tanto ya sea incrementando la participación del yuan en sus reservas, potenciando el comercio directo de rublos y yuanes en lugar de utilizar el dólar como intermediario, como así también controlando el precio de los hidrocarburos, con el objeto de debilitar política y económicamente a su gran rival occidental.
Más aún, otros países también se han mostrado favorables a disminuir el uso del dólar en sus transacciones con China. Por ejemplo, el presidente francés, Emmanuel Macron, abogó por disminuir la dependencia europea del billete verde para sustituirlo por transacciones comerciales con el gigante asiático. También Pakistán accedió a pagar por sus importaciones del combustible ruso en yuanes. Evidentemente, el Estado gobernado por el Partido comunista (al menos en su nombre), tiene un magnetismo muy tentador: ser la segunda potencia económica mundial, las ingentes inversiones y préstamos internacionales, su creciente participación en el comercio y el PBI global, y su posición como mayor comprador y productor de materias primas clave, entre otros.
Por supuesto, aunque el requerimiento geopolítico ‘del otro lado del muro’ lo demanda, la dinámica financiera internacional también tiene sus obstáculos. Una convertibilidad sin fricciones, la transparencia regulatoria y la profundidad comercial son requisitos fundamentales; difíciles de lograr y sostener en el tiempo. Pero, además, y, sobre todo, por el rol que cumplen el mercado financiero y de reservas.
Y el gigante asiático, como principal rival de los Estados Unidos, es el más claro ejemplo: los países cambiarían sus reservas primarias a yuanes solo si invertir en China se volviera más accesible y su mercado de bonos se profundizara lo suficiente como para alentar la tenencia de yuanes. También debería relajar las restricciones sobre los flujos de capital saliente, lo que podría generar incentivos para que las entidades no chinas emitan deuda denominada en yuanes, creando profundidad y liquidez comunes a los mercados del dólar y el euro. Pero aquí tenemos otra vez un problema político: un yuan totalmente convertible parece incompatible con las políticas estratégicas chinas de largo plazo.
Por otro lado, el euro es quizás una de las alternativas que en un principio tiene más sentido para desplazar al dólar. En tanto que es una moneda en esencia multinacional y está vinculada a varias de las economías occidentales más fuertes del mundo, además cumple con los estándares de transparencia y regulación. No obstante, el riesgo de fragmentación sigue siendo un tema clave para adoptar el euro como moneda de reserva principal: no solo porque la crisis de la deuda pública de un país miembro puede amenazar la estabilidad financiera del resto de la unión, sino que además los 20 países que usan la moneda única tienen bancos centrales independientes con sus propios mandatos políticos. No todo es tan fácil como parece.
En este este escenario complejo – hasta se podría decir con matices crecientemente disruptivos -, otros países de segundo orden (¿ya podríamos denominarlos ‘potencias medias’?), también se animan a ‘tomar la lanza’. Entonces la India le ha dicho al mundo que su Rupia es una alternativa para el comercio de quienes se enfrentan a una escasez de dólares. Es que la guerra de Ucrania ha ejercido presión sobre las reservas de divisas de Estados como Sri Lanka, Bangladesh y Egipto; países con fuertes vínculos históricos con la actual potencia demográfica del mundo. ¿Podrá convertirse India en una referencia comercial en los próximos años? Próximamente lo sabremos.
Más preguntas que respuestas también tienen los criptoactivos en las transacciones internacionales, en particular para lo que representan el volumen de remesas. A pesar de que el bitcoin se ha convertido en una forma popular de intercambio monetario, particularmente en países con altas tasas de inflación o monedas débiles, sobrevuela un importante signo de pregunta sobre el rol del Estado para con el control ciberdigital de los mismos.
Dado lo expuesto, podemos concluir que los esfuerzos por alejarse del dólar probablemente serán un proceso que requerirá de varios años e importantes reformas políticas e institucionales (que suelen vivenciar una mayor volatilidad del tipo de cambio o altos costos de endeudamiento con tasas de interés más altas) en los países que pretendan desafiar el dominio de la moneda estadounidense, que al día de hoy todavía conserva casi el 90% de las transacciones a nivel mundial, representando además casi el 60% de las reservas de divisas de los bancos centrales.
Sin embargo, no hay nada que el tiempo no cure, y pareciera que la tendencia a una convergencia, un equilibrio macro-financiero entre Estados Unidos/Europa y el ‘mundo oriental’, se ha vuelto irreversible. Los actores del tablero mundial comprendieron el mensaje: tras el estallido del conflicto entre Rusia y Ucrania, Estados Unidos congeló en 72 horas 300.000 millones de dólares en reservas de divisas del Banco Central ruso. Esto ha socavado su credibilidad internacional y ha sacudido los cimientos crediticios del sistema financiero internacional dominado por Occidente. Y luego lo ha hecho con Irán, quien, de paso, ha acordado recientemente vincularse al sistema de pagos del BRICS para comerciar en moneda local. ¿Qué país enemigo u alejado de los intereses de la ‘OTAN económica’ puede confiar en que Estados Unidos no congelará sus reservas de divisas de forma similar en un potencial conflicto futuro?
Por ende, mejor prevenir que curar. Menos ataduras, menos dependencia. Como Estado soberano, fortalecerse internamente en términos macroeconómicos, y ampliar los nichos de mercado a nivel global. Comprender quienes son las potencias presentes, pero también sus aliados del futuro. En definitiva, y en momentos de conflicto latente o potencial (Ucrania, Medio Oriente y Taiwán), desde algunas latitudes del mundo, de a poquito se van acordando la frase del entonces presidente mexicano, Porfirio Díaz: “Ay pobre mi México querido; tan lejos de Dios, y tan cerca de los Estados Unidos”.
Fuente El Cronista