Por Jorge Liotti
Percibió un desafío directo a su poder desde el Congreso y ordenó obturar la ofensiva en todos los frentes; la implosión del radicalismo como expresión de un sistema “cantonizado”
Recién habían pasado las tres de la tarde del miércoles cuando los celulares de las principales figuras del oficialismo se empezaron a cargar de mensajes de alegría, felicitaciones y sobre todo, de alivio. La Cámara de Diputados acababa de rechazar el intento de insistencia contra el veto que frenó la fórmula de actualización jubilatoria gracias al apoyo de los “87 héroes”. Sólo se entiende el calificativo que utilizó Javier Milei para definir a esos legisladores si se tiene noción de lo que sintió que estaba en juego en esa movida. “Si nos torcían el veto, el Gobierno estaba terminado”, definió después un importante ministro, con una dosis de exageración, pero también como reflejo de la percepción interna que imperaba.
En los días previos varios funcionarios habían compartido la impresión de que un triunfo opositor hubiera generado una sensación de ingobernabilidad que hubiese impactado muy negativamente en los mercados y que ese camino conducía a una profunda crisis de credibilidad. Tal fue el desahogo presidencial que el mismo Milei propuso organizar un asado el martes en Olivos para agasajar a los titanes de la institucionalidad. Otro deja vú de las viejas tertulias nocturnas del menemismo, que quizás Yuyito González alguna vez le contó.
En las últimas semanas el Gobierno debió pasar de la ofensiva reformista de los primeros meses, en los cuales llegó a conseguir 147 votos en junio para la Ley Bases, a la fase de la resistencia con 87, una licuación de 60 adhesiones. Este giro se expresó no sólo en la defensa del veto jubilatorio sino además en la decisión de resistir cualquier intento de condicionamiento opositor. Por eso Milei no dudó en vetar también la ley de financiamiento universitario, a pesar de que en la reunión de gabinete del viernes algunos funcionarios, como Guillermo Francos, Lisandro Catalán y Sandra Pettovello, plantearon la inconveniencia de volver a exponerse a una insistencia y, peor aún, a otra marcha masiva similar a la de abril. “En todo lo que podamos evitar un retroceso lo vamos a hacer, porque una vez que cedés en un tema, vienen por todo. Y esto vale para las jubilaciones, las universidades, acceso a la información. No es sólo una cuestión de impacto en las cuentas”, argumenta una figura cercana al presidente.
El cambio hacia la fase de resistencia no fue una elección voluntaria; se impuso el instinto de preservación. Ocurrió después de esos dos días de pesadilla de agosto, en los que sufrió tres derrotas legislativas consecutivas. En ese momento se activaron todas las alarmas porque las votaciones habían aglutinado a una oposición que orillaba los dos tercios de ambas cámaras, la cifra mágica que permite condicionar a una gestión con leyes e insistencias, o avanzar con un juicio político. Preocupó especialmente la posibilidad de que se naturalizara esa debilidad institucional y que ese ejercicio de domesticación al Gobierno se transformara en el umbral del precipicio.
De allí surgió la novedad más importante hasta ahora en cuanto a dinámica de gestión: la mesa chica de los martes, que el Presidente comparte con su hermana Karina, Santiago Caputo, Francos, Patricia Bullrich, Martín Menem y Manuel Adorni. Allí no se habla de gestión ni de los números que siempre seducen al líder libertario; se discute sobre el poder. Francos venía reclamando una instancia de coordinación superior a partir de las profundas carencias que venían exponiendo, y Bullrich se sumó con un planteo determinante frente al propio Milei, en el que incluso le llegó a mencionar el antecedente de Aníbal Ibarra: “Nos ganaron con dos tercios, eso quiere decir que te pueden voltear. Vos sabés de economía, pero yo estudié ciencias políticas y te puedo asegurar que si no podemos garantizarnos un tercio a favor, estamos en peligro”. La ministra se había mantenido hasta ahí replegada en los temas de seguridad, consciente de que no tenía margen para el juego político. Desde entonces quedó habilitada para operar fuera de su cerco.
En la club de los martes se acordó revalorizar el papel de Francos como nodo de las gestiones políticas, para evitar la interlocución desacoplada de los vicejefes de Gabinete, José Rolandi, y Catalán, y las negociaciones paralelas de Santiago Caputo, quien se corrió de la interlocución con el Congreso. Pero surgió un problema: Francos no está en las mejores condiciones para asumir más tareas. Su reciente internación generó preocupación y en su regreso a la actividad no se lo vio pleno. Habló del tema con el Presidente, quien no sólo lo valora sino que lo considera una pieza clave. El funcionario le anticipó que buscaría moderar su ritmo de trabajo, algo que se contrapone con lo que se había conversado en la mesa chica. Francos venía de sufrir un fuerte disgusto cuando fue desautorizado públicamente por decir en Diputados que podrían revisar la polémica reglamentación del acceso a la información. Tuvo una fuerte discusión con Adorni y le hizo llegar directamente su enojo a Caputo. “Lo puteó en serio. Tenía que ponerles un límite. Su rol de informar ante el Congreso está en la Constitución y no puede ser cuestionado por un asesor sin firma. Debía poner cierto orden, sino para qué está”, refrendó una de ellas. Hay un futuro que aún no está escrito con el tema Francos.
Si se tiene que doblar, que se doble
Bullrich, junto con Luis Petri, venía hablando con los cinco diputados radicales que esta semana terminaron embriagados en una foto en la Casa Rosada con el propio Presidente. Había insistido muchas veces con esa movida, pero recién ahora recibió el visto bueno del “triángulo de hierro”. Cuando Martín Menem los llamó para invitarlos a la Casa Rosada, los diputados Mariano Campero, Pablo Cervi, Martín Arjol, José Tournier y Luis Picat entendieron que estaban cruzando el Jordán. Instruido por el ala política, Milei les mostró su rostro más amigable, el que se reserva para la intimidad y el que contrasta con la imagen de líder agresivo que gusta exhibir en público. Les prometió un diálogo fluido, los invitó a que le hicieran preguntas y hasta les confesó que había cambiado su parecer sobre el Mercosur: “Me di cuenta de que es necesario para negociar con la Unión Europea y como puerta de vinculación con el mundo”. Al salir nomás, el otro Menem, Lule, los llevó a su despacho y les ofreció la promo “primavera libertaria”. Les dijo a los radicales que si estaban dispuestos, en sus distritos podrían armar mesas provinciales conjuntas con vistas a las legislativas del año próximo. Por lo bajo les admitió que apuntaban a renovar el perfil de los candidatos de La Libertad Avanza, agotados de los escándalos internos, entre patitos de cotillón y visitas a represores. En el Gobierno creen que con el correr de los meses habrá más legisladores interesados en aprovechar el hot sale electoral.
Pero el regreso de los “héroes” al Congreso exhibió la crisis profunda que atraviesa la UCR. Los más duros, como Fernando Carbajal, Carla Carrizo, Pablo Juliano y Facundo Manes, los acusaron de traidores y descargaron toda su furia contra ellos. Campero les respondió a los gritos y Vicat trató de argumentar: “Lo hicimos por convicción, corría peligro la gobernabilidad. No estamos de acuerdo con el giro que dimos desde el acompañamiento al Gobierno a empezar a votar junto al kirchnerismo”. El jefe de bloque, Rodrigo de Loredo, quedó en medio del fuego cruzado, bajo un fuerte cuestionamiento. Unos pocos trataron de llevar armonía para mantener la unidad, entre ellos Fabio Quetlas y Martín Tetaz. “Es inviable seguir así, o fingimos demencia o ellos se van a un bloque aparte”, concluyó uno de los cinco colaboracionistas. No sospecha lo que le espera del otro lado. Martín Lousteau, titular del partido, y Gastón Manes convocaron para mañana a la convención partidaria para debatir una suspensión provisoria de los diputados, hasta que se expida el órgano disciplinario. “El partido va a camino a definir quién está adentro y quién afuera. Los que cruzaron una línea, no tienen vuelta atrás”, definieron en el entorno del senador porteño.
El Gobierno, feliz por el éxito parlamentario de la “operación Alem”, no prestó atención a los efectos internos que había causado en el radicalismo. Por eso al día siguiente se armó otra puesta fotográfica con los senadores aliados, con el objetivo esencial de postergar la embestida opositora contra el DNU de los $100.000 millones reservados para la SIDE y de frenar la ley de financiamiento universitario. Milei volvió a sentarse en la cabecera por segundo día consecutivo, demostrando que mantiene activado los sensores del pragmatismo cuando hace falta (igual al terminar les advirtió en tono jocoso a sus armadores: “La cuota política de esta semana ya está cubierta”).
A su lado se ubicó Victoria Villarruel, quien venía completamente marginada de las negociaciones. Fue una iniciativa de Francos, previo aviso a Karina Milei, para evitar disgustos. Pero la vicepresidenta no retribuyó con simpatías. Exhibió abiertamente su malestar y casi no abrió la boca; sólo hizo acotaciones reglamentarias. El problema con la ruptura entre ella y los Milei ya no pasa por la inquina personal, sino por la afectación operativa. En la Casa Rosada pasaron de decir que no podían contar con ella para armar las sesiones, a plantear que se transformó en un doble agente. En su despacho del Senado, en tanto, Villarruel montó un esquema de detección de operaciones libertarias. Sus soldados miran hacia atrás, atentos al fuego amigo de la retaguardia.
Sin embargo, el personaje que al final de la historia terminó siendo el más gravitante de esa jornada no fue ninguno de ellos, sino el sobrio jefe de los senadores radicales, Eduardo Vischi, hombre el gobernador correntino Gustavo Valdés. Si bien siempre muestra una inclinación natural de respaldo al oficialismo intuyó una rebelión similar a la de Diputados y por eso al volver al Senado no firmó la nueva acta de sesión que excluía el tema SIDE. Cuando fue al bloque, encontró el escenario esperado: una fuerte resistencia a mantenerse junto al Gobierno y una presión para avanzar con los fondos universitarios y rechazar las partidas de inteligencia. No era sólo Lousteau; era la mayoría. Buscó forzar una votación y perdió 9 a 3. Sólo lo acompañaron Víctor Zimmerman y Mariana Juri. Incluso a la noche del jueves, con la sesión ya avanzada volvió a convocar a toda la bancada para hacer un último intento y fracasó. Su situación como jefe del bloque quedó fuertemente debilitada. Según uno de sus colegas, “confluyeron varios factores. La prescindencia de los gobernadores, que están cansados de que no les cumplan; el hostigamiento de los libertarios y el impacto de la foto con los cinco diputados. Fue un exhibicionismo contraproducente porque los expuso demasiado”.
Para el Gobierno fue un golpe muy duro, porque la misma lógica que le había funcionado el día anterior en Diputados, fracasó el jueves en el Senado. Los límites de la táctica fotográfica quedaron expuestos en un dato insoslayable: ninguno de los senadores que se sentó en la mesa de la Casa Rosada votó en línea con los dos temas que les había pedido el Presidente, excepto el libertario Ezequiel Atauche. Vischi votó a favor del financiamiento universitario (que el Gobierno quería frenar) y en contra del decreto de la SIDE; Luis Juez, Edgardo Kueider, Carlos Espínola y Beatriz Ávila, votaron a favor en ambos temas; y Juan Carlos Romero y Lucila Crexell, lo hicieron a favor en las universidades y se ausentaron con el decreto.
Y ahí es donde se visibiliza el cambio estructural que está operando en el tablero político en los últimos meses. Así como el triunfo electoral de Milei representó el fin de casi dos décadas de bicoalicionismo, la secuencia de estos últimos meses abrió la escena a una verdadera atomización del sistema, una “cantonización” de la política. Es una etapa de absoluto desorden, donde no existen alineamientos ni reglas, en el cual cada actor resuelve en función de sus intereses.
Cansados de los incumplimientos, los gobernadores aliados están distanciados de la Casa Rosada y apenas se mueven en algunas circunstancias. Sólo basta mirar cómo operaron algunos cercanos como Ignacio Torres o Rogelio Frigerio, que dividieron sus legisladores entre apoyos y ausencias, o incluso Alfredo Cornejo, que mandó a los suyos a votar a favor de la actualización jubilatoria. Esta vez el Gobierno no los llamó, en un cambio de la estrategia utilizada con la Ley Bases y el pacto fiscal. De fondo subyace la idea libertaria de reducir el nivel de interacción económica con los gobernadores y promover una federalización extrema, donde las provincias asuman el control total de la salud, la educación, las obras públicas, las cajas previsionales y el transporte. Algunos hasta se imaginan un nuevo mecanismo de coparticipación. Dentro del Congreso, todos los bloques tienen fisuras y deserciones, y se volvió habitual votar divididos. Los jefes de bancada ya no garantizan una posición uniforme, mucho menos los líderes partidarios.
Frente a este ecosistema caótico Milei tomó una decisión fundamental: eludir la tentación de reconstruir el sistema a su favor. Desoyó las voces que le recomendaron rearmar una mayoría propia desde las ruinas del viejo régimen. Uno de ellos fue Mauricio Macri. El Presidente, asistido por Santiago Caputo, interpretó que de tomar ese camino se transformaría en parte de la política clásica, mutaría en un acuerdista tardío. Prefirió mantener la identidad, el perfil de outsider eterno. Mantener la libertad de poder volver a guerrear cuando sienta que el consensualismo está haciendo metástasis en su accionar. Unas fotos con la casta pueden funcionar; una alianza, ya es un exceso.
Milei optó por un novedoso sistema de hegemonía unipolar en minoría. Ante la falta de peso de los otros liderazgos, él es el único eje alrededor del cual se mueve la política. Pero lo hace sin el poder suficiente ni la vocación para ordenar al resto de los actores. Es previsible entonces que la Argentina haya pasado a una etapa líquida, donde todo fluye constantemente, en general sin orden. Y el Presidente no se siente tan a disgusto en ese contexto, aunque se haya visto forzado a pasar del reformismo refundacional a la fase de resistencia.
Fuente La Nación