por Christopher Newton
Una serie de actividades criminales recientes sugiere que el crimen organizado ha puesto sus ojos en Uruguay y revela las vulnerabilidades del que históricamente ha sido uno de los países más prósperos y bien gobernados de la región.
El 25 de septiembre, las autoridades uruguayas detuvieron a tres presuntos miembros de la pandilla Los Manos en el departamento uruguayo de Artigas, fronterizo con el estado brasileño de Rio Grande do Sul. Los Manos son uno de los grupos criminales más poderosos de Rio Grande do Sul. Las autoridades afirman que el grupo se está expandiendo a través de la frontera para controlar el tráfico local de drogas en el norte de Uruguay.
El mismo día, seis personas murieron en un incendio provocado intencionadamente en una prisión uruguaya. Aunque el incidente sigue siendo objeto de investigación, las autoridades afirman que fue consecuencia de una supervisión insuficiente por parte del personal penitenciario. Ocurrió en el mismo módulo de la misma prisión —y parece haber utilizado los mismos métodos— que un ataque mortal similar llevado a cabo a finales de diciembre de 2023.
Unos días antes, una operación que incautó cocaína por valor de millones de dólares confirmó que el papel de Uruguay en el tráfico internacional de cocaína se ha ampliado.
Durante décadas, Uruguay ha presumido de unas instituciones que funcionan, con las mejores puntuaciones de América Latina en instituciones democráticas, PIB per cápita y percepción de la corrupción.
Pero en los últimos años se ha evidenciado un aumento de la actividad criminal. Los homicidios se han mantenido altos desde un repunte en 2018, y toneladas de cocaína han atravesado el país sin ser detectadas, solo para ser detectadas por las autoridades en Europa.
Aunque los grandes grupos criminales aún no se han afianzado en Uruguay, el país ofrece varias oportunidades para que prospere el crimen organizado.
Las cárceles uruguayas
Las cárceles uruguayas están cada vez más superpobladas y carecen de mantenimiento, características que el crimen organizado ha aprovechado para reclutar y expandirse en los países vecinos.
El número de personas encarceladas en Uruguay ha aumentado constantemente en los últimos 15 años, pasando de 8.324 en 2009 a 15.767 en 2024. El sistema penitenciario se encuentra actualmente al 121% de su capacidad, lo que convierte a la tasa de encarcelamiento de Uruguay en la 10ª más alta del mundo. Mientras tanto, el gasto por preso ha disminuido año tras año desde 2019, según datos del gobierno.
En 2023, el 40% de la población encarcelada se enfrentaba a “insuficientes condiciones para la integración social”, mientras que el 43% experimentaba “tratos crueles, inhumanos o degradantes”. El porcentaje de la población que entra en esta última categoría ha ido en aumento desde 2019.
“Tenemos una situación de deterioro y hacinamiento carcelario que una organización como el PCC podría utilizar a su favor”, dijo a InSight Crime Lucas Silva, autor y periodista centrado en el crimen organizado uruguayo.
En el vecino Brasil, el Primer Comando Capital (PCC) se formó en una prisión de São Paulo, igualmente superpoblada y mal gestionada tras una masacre a manos de las autoridades. El grupo creció en número en la cárcel y, con el tiempo, salió a las calles y se expandió internacionalmente.
En Paraguay, el PCC luchó por el control de las prisiones con pandillas rivales, como el Clan Rotela, que aprovechaban el hacinamiento de las cárceles y la inferioridad numérica y corrupción de los guardias para generar inseguridad y reclutar nuevos miembros.
Y mientras que la incursión del PCC en Paraguay provocó un gran derramamiento de sangre, un movimiento similar en Uruguay podría pasar desapercibido, debido a la ausencia de grandes pandillas en Uruguay.
“El PCC sabe que aquí no tiene rival, entonces no precisa adentrarse de manera espectacular o conflictiva”, dijo Nicolás Centurión, observador del crimen en Uruguay y analista del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Redes de criminales entre las rejas
Es probable que los reclusos uruguayos con buenas conexiones y vinculados a los principales grupos de crimen organizado hayan utilizado las cárceles del país para construir sus redes criminales internacionales.
Aunque las grandes pandillas aún no se han apoderado de ninguna de las cárceles uruguayas, miembros de poderosos grupos de crimen organizado llevan mucho tiempo encarcelados en el país. Algunos expertos creen que estas conexiones ayudaron a impulsar la carrera criminal del narcotraficante uruguayo Sebastián Marset a nivel intercontinental.
“Lo mandaron a un sector del Penal de Libertad, donde estaban los principales narcotraficantes internacionales que habían caído en Uruguay. Había gente del PCC, narcos paraguayos, gente de la ‘Ndrangheta, de las mafias de los Balcanes”, dijo Silva.
Marset empezó como traficante de drogas de poca monta y fue detenido por tráfico de marihuana en 2013. Aunque no tenía vínculos conocidos con el tráfico internacional de cocaína antes de la cárcel, no tardó en montar una operación internacional tras su puesta en libertad.
Según Centurión, Marset viajó a Bolivia poco después de salir de la cárcel para reunirse con productores de cocaína. Después se instaló en Paraguay y escaló posiciones. “Eso demuestra que la llave se la dieron en la cárcel, los contactos los hizo adentro y fue muy inteligente para poder sobrevivir a la misma y luego emprender en otros países con un objetivo claro”, dijo.
Rocco Morabito, líder de la mafia italiana ‘Ndrangheta, fue encarcelado en Uruguay en 2017, pero escapó en 2019 junto a un presunto miembro de la organización criminal mexicana Cuinis. Se cree que Morabito creó el vínculo entre el PCC en Suramérica y la ‘Ndrangheta en Europa, coordinando envíos masivos de cocaína entre continentes.
El papel cambiante de Uruguay
Uruguay ha adquirido un papel cada vez más importante en el comercio internacional de cocaína, a medida que los grupos de crimen organizado transnacional buscan expandirse en el país.
La capital y principal puerto de Uruguay, Montevideo, se ha convertido en un importante punto de tránsito de cocaína con destino a Europa y África, a medida que aumentan la producción y el consumo de cocaína y los grupos narcotraficantes se adaptan y amplían sus rutas.
Desde al menos 2019, los contenedores marítimos que pasaban por las vías navegables del país se cargaban con droga en otros lugares, a menudo en Paraguay, y pasaban por Montevideo ocultos en cargamentos legítimos de productos como harina y soja. Socios en Europa descargaban luego la droga para distribuirla a traficantes.
Pero la reciente operación del 20 de septiembre descubrió que la droga se almacenaba y cargaba en barcos en los departamentos costeros uruguayos de Montevideo, Canelones y San José. En una operación anterior, realizada en agosto, se desmanteló una red integrada por uruguayos y colombianos que presuntamente almacenaba cocaína en Montevideo para cargarla en contenedores con destino a Europa.
Y aunque Uruguay tiene un mercado de consumo relativamente limitado, la violencia en algunos barrios de Montevideo ha aumentado a medida que pequeños clanes luchan por controlar el tráfico de drogas a pequeña escala.
“A nivel nacional, tenemos dos fenómenos muy claros. Por un lado, el avance del macrotráfico sobre las fronteras y el puerto de Montevideo y, por otro lado, el aumento de los niveles de violencia en los barrios”, dijo Silva. “Lo que todavía falta investigar es cuánto de conectados están ambos fenómenos: el narcotráfico a gran escala y la violencia en los barrios”.
El papel cambiante de Uruguay en el tráfico internacional de drogas ha suscitado la preocupación de que el país pueda experimentar un destino similar al de Ecuador. En 2015, Ecuador tenía una tasa de homicidios inferior a la de Uruguay y la tercera más baja de América Latina, con 6 homicidios por cada 100.000 habitantes. En 2023, tenía la tasa más alta de Suramérica, con 45 por cada 100.000 habitantes.
La violencia ha estado estrechamente ligada al fuerte aumento del tráfico de cocaína en Ecuador. A medida que el corrupto sistema penitenciario del país se fue masificando, las pandillas se apoderaron de parte de las prisiones y estalló la violencia tanto dentro como fuera de las cárceles, al enfrentarse grupos rivales por el territorio del narcotráfico y las rutas de tráfico.
Sin embargo, Emiliano Rojido, criminólogo de la Universidad de la República de Montevideo, afirmó que Uruguay sigue siendo muy diferente de Ecuador: “Uruguay ni siquiera tiene una localización tan atractiva como la de Ecuador, tiene instituciones mucho más fuertes”, dijo. Pero, añadió, «[Uruguay no está] exento como país a lo que sucede en la región y al poder de los recursos que la droga mueve a nivel internacional.»
Imagen principal: Un guardia vigila el exterior de la cárcel de Santiago Vázquez, en Uruguay. Crédito: Ministerio del Interior Uruguay
Fuente Insiight Crime