Indudablemente, la leyenda póstuma de Che Guevara resultó ser el más exitoso y lucrativo ejercicio de ‘marketing’ del castrismo.
LA HABANA, Cuba. – El 9 de octubre de 1967, en La Higuera, un oficial del Ejército Boliviano, cumpliendo órdenes del dictador René Barrientos, dio muerte al revolucionario argentino-cubano Ernesto Guevara, que había sido capturado, herido en una pierna, el día anterior.
Abandonado a su suerte por el Gobierno cubano, su grupo guerrillero fue aniquilado por bisoños rangers bolivianos, a quien Guevara, en su Diario de Campaña, despectivamente llamó “soldaditos”.
No fue el primer fracaso militar de Che Guevara. En 1965 su ultrasecreta incursión en el Congo culminó, poco más de seis meses después de iniciada, cuando Guevara y los militares cubanos que lo acompañaban tuvieron que cruzar el lago Tanganika, con el enemigo pisándole los talones, y buscar refugio en Tanzania.
“No hubo un solo rasgo de grandeza en esa retirada”, admitiría amargamente Guevara en los apuntes que escribió durante las varias semanas que pasó refugiado en la Embajada de Cuba en Dar Es Salaam antes de poder volar a Argel y luego a Praga.
La mayoría de los hechos bélicos en que participó Guevara, comenzando por el desembarco del yate Granma, que él mismo describió como “un naufragio”, fueron patéticos fracasos. El único éxito militar pudo anotarse fue en diciembre de 1958, frente a los soldados del ejército del dictador Fulgencio Batista, que desmoralizados, no mostraron demasiado empeño en impedir que los rebeldes tomaran la ciudad de Santa Clara.
Tampoco sirvió como economista. Antes de que Fidel Castro lo nombrara ministro de Industrias, presidió el Banco Nacional. En ambos puestos tuvo un pésimo desempeño. Cuando se fue a pelear al Congo, dejó un calamitoso rastro en la economía cubana, que tuvieron que componer los seguidores de los lineamientos soviéticos.
Por mucho que habló y escribió sobre el modo de organizar la economía socialista, Guevara, con inclinaciones trotskistas y maoístas, nunca llegó a concretar con claridad y coherencia su pensamiento económico. En El socialismo y el hombre en Cuba solo logró mostrar la desmesura e impracticabilidad de su idealismo estatista-colectivista y suprahumano.
Aunque tenía dotes para la escritura, a Guevara no se le daban bien las teorizaciones. Luego de escribir Pasajes de la guerra revolucionaria, cuando quiso plasmar su doctrina militar en el libro La guerra de guerrillas, lo que salió fue un confuso manual de táctica y estrategia. Esclarecer la teoría guevarista del foco guerrillero precisaría del francés Régis Debray y su libro ¿Revolución en la revolución?
Como médico, apenas ejerció. Prefería las armas y formar combatientes que, según sus palabras, fueran “máquinas de matar”. Como los hombres de los pelotones de fusilamiento que cumplían sus implacables órdenes en la fortaleza de La Cabaña, durante los primeros meses de 1959.
A pesar de que fracasó en todo lo que emprendió y de que tenía una personalidad antipática debido a un estoicismo, que lo llevó a extremos deshumanizados de exigencia y disciplina, Che Guevara, 57 años después de su muerte, sigue siendo el más reverenciado e incombustible icono de la izquierda mundial.
La foto de Guevara que hizo Korda en 1960 durante el sepelio de las víctimas de la explosión de La Coubre y que luego difundió Ferlinghetti por el mundo, aparece, cual fetiche de la sociedad de consumo, en pósteres, camisetas, jarras y llaveros.
La mayoría de los europeos y norteamericanos que llevan camisetas con el rostro del Che, muchos de ellos amantes de la paz, según dicen ser, tienen una vaga y romántica noción de quién fue el personaje, ajena a su inclinación extremista por la violencia revolucionaria.
Indudablemente, la leyenda póstuma de Che Guevara resultó ser el más exitoso y lucrativo ejercicio de marketing del castrismo.
Fuente Cubanet.org