Por Enrique Guillermo Avogadro
“¡El último gesto del gran artista es la revelación de la contradicción!”.
Giuliano da Empoli
Tuvo razón quien le puso ese mote, ya que Santiago Caputo, tercer integrante del “círculo de hierro” presidencial, sin duda usa “El mago del Kremlin” como biblia de cabecera. Por ello, para quien quiera prever nuestro futuro inmediato, analizar en esa novela cómo Vadim Baranov contribuyó a la construcción de poder de Vladimir Putin, resulta imprescindible. Cuando el protagonista lanza la frase del epígrafe a un opugnador del nuevo Zar, seguramente hubiera podido referirse a la desconcertante conducta de nuestro Gobierno en múltiples áreas no vinculadas a la macro-economía, en la cual acumula sucesivos e innegables éxitos, aunque el ajuste que resultó inevitable aplicar nos resulte a muchos argentinos tan doloroso.
Porque resulta al menos curioso que transfiera tan inmenso poder a ese jovencísimo súper asesor (sin cargo oficial); que se mantengan los onerosísimos e irritantes privilegios impositivos que gozan las compañías armadoras de Tierra del Fuego, encabezadas por Newsan (Rubén Chernajovsky) y Mirgor (Nicolás Caputo); que se siga impulsando la candidatura del impresentable Juez Ariel Lijo a la Corte Suprema; que se tolere la continuidad de los juicios de venganza y la horrorosa persecución que sufren los ya ancianos militares en prisión; que se mantengan en relevantes cargos del Estado a quintacolumnistas del kirchnerismo y del massismo; que no se traduzcan en inmediatas denuncias penales los escándalos de corrupción que se destapan diariamente; que se mantenga o se designe en numerosas empresas y reparticiones públicas a personajes con oscuros pasados y frondosos prontuarios; que se mente al liberalismo libertario mientras se ataca a periodistas y medios independientes, se limita el acceso a la información pública y se vociferan sapos y culebras desde los más encumbrados atriles oficiales.
El activismo estudiantil contra el Gobierno, pese a estar desinflándose, es fogoneado por el trotskismo, claramente secundado por el kirchnerismo, y por el radicalismo que se resiste a perder el manejo sin control de los gigantescos presupuestos universitarios, tal como sucederá tan pronto comiencen la auditorías ya ordenadas. Esos sectores, aterrados ante el desierto que les toca atravesar y que vieron el camino que recorrió en Chile Gabriel Boric, un líder surgido de las anárquicas revueltas que destruyeron simultáneamente decenas de estaciones de subterráneo y enfrentaron violentamente en la calle a los Carabineros, se ilusionan con replicarlo aquí, sin aguardar el fin del período presidencial, es decir, sueñan con destituir a Milei. Pero éste tiene la suerte a su favor, porque el PJ estalló, demostrando la pérdida de centralidad de Cristina Fernández, que habilitó la traición de su heredero Axel Kiciloff al respaldar a Mario Quintela, y la UCR siguió sus pasos cuando se partió su bloque en Diputados por inspiración de Martín Lousteau y Facundo Manes, al quedar en minoría.
La reaparición del asesino Mario Firmenich desde su más que cómoda residencia en Nicaragua, reivindicando el accionar terrorista de Montoneros con la pretensión de traerlo al presente, y el franco respaldo de sus más encumbrados cómplices a los pseudo-mapuches que incendian y ocupan propiedades privadas y fiscales, son síntomas que delatan sus intenciones: desafiar al Estado, aún a costa de la desintegración territorial de la Argentina, y convertir a nuestro país en un nuevo campo de batalla de la renovada guerra (todavía) fría que se libra en el plano geopolítico mundial. No tendrán éxito los subversivos actuales porque estas nuevas generaciones son incapaces, gracias a Dios, de parir tantos criminales como aquéllos de los 70’s que, en nombre de una falsa ideología igualitaria y a riesgo de sus propias vidas, sembraron el terror a sangre y fuego; si así no fuera, no dudo que la Ministro de Seguridad, a quien no le tiembla la mano, sería muy eficiente en el mantenimiento del orden público.
El 5 de noviembre, dentro de sólo diez días, se disputará la elección presidencial en los Estados Unidos, una de las más ríspidas y parejas de su historia. Quien resulte ganador tendrá una decisiva influencia en el futuro inmediato de todo el globo, que se ha vuelto multipolar. Se verá cuando Kamala Harris o Donald Trump tengan que decidir cuál será la política de inmigración y, sobre todo, cómo actuará su país frente a Putin, Xi Jinping, los ayatollahs, Benjamín Netanyahu, Vlodimir Zelensky, la Comunidad Europea, la OTAN y el Pacífico. Hay demasiados escenarios que desvelan a la aterrorizada humanidad por la posibilidad de un holocausto nuclear: la denodada lucha por su supervivencia de Israel contra Irán, Hezbollah y Hamás; la salvaje guerra de conquista de Rusia contra Ucrania; el persistente acoso de las milicias hutíes al comercio marítimo internacional en el Estrecho de Ormuz; la cada vez más activa gimnasia bélica de China ante Taiwan, Filipinas, India, Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y Australia; y otras guerras civiles que nos pasan desapercibidas, aunque cuestan millones de vidas, sobre todo en Africa y Asia.
En Latinoamérica, también esa resolución electoral se espera con inquietud, y no es para menos. Si el vencedor fuera Trump, los tiranos Miguel Díaz-Canel (Cuba), Daniel Ortega (Nicaragua), Nicolás Maduro (Venezuela) y Luis Arce (Bolivia) seguramente la pasarán bastante peor que ahora, pero también Xiomara Castro (Honduras), Gustavo Petro (Colombia), Luiz Lula da Silva (Brasil) y, especialmente, Claudia Sheinbaum (México) estarán más preocupados por la forma oscilante en que se han comportado recientemente en la tirante relación entre China y los Estados Unidos, especialmente a través del BRICS. Por el contrario, si triunfara Harris, lo mismo ocurriría con Nayib Bukele (El Salvador) y quizás hasta Milei encontraría aún más dificultosos los accesos al Tesoro y al FMI.