Foto: Camioneta de Pedro Sánchez destrozada mientras escapaba
Por Nicolás J. Portino González
En las últimas horas, la Comunidad Valenciana ha sido azotada por un desastre natural que ha dejado a su paso un panorama devastador: comunidades enteras en ruinas, familias desplazadas y una sociedad atrapada entre la desesperación y el abandono. En este contexto, la indignación popular ha encontrado un catalizador: la visita y posterior huida del presidente del ya decadente y terminado Gobierno de Pedro Sánchez, quien, lejos de brindar calma y seguridad, parece haber rehuido en el momento más difícil.
La presencia de Sánchez en Valencia rápidamente se convirtió en un motivo de tensiones. Apenas tuvo contacto con los afectados cuando, ante el repudio y el descontento popular, se vio forzado a abandonar el lugar bajo una lluvia de insultos y abucheos. La imagen de su vehículo siendo golpeado y abucheado por los ciudadanos valencianos representa no solo la desconfianza hacia un gobierno que, en este momento crítico, ha demostrado poca empatía, sino también el sentir de una comunidad que se sabe ignorada. Para muchos, esta actitud de Sánchez ejemplifica lo que consideran un estilo de gobierno en el que priman las respuestas evasivas, la corrupción y la falta de idoneidad y responsabilidad.
En marcado contraste, el Rey Felipe VI ha sido capaz de enfrentar, en el mismo escenario, la indignación de los afectados. Lejos de esquivar las tensiones, el monarca decidió permanecer con la comunidad, escuchando y mostrando un gesto de cercanía y empatía. Fue notoria su negativa a utilizar protección o paraguas mientras recorría los lugares afectados, aceptando así las muestras de descontento y canalizándolas en una escucha activa, en un intento de calmar las emociones exacerbadas.
La respuesta del Rey y su capacidad para enfrentar la realidad sin huir ha sido valorada por una sociedad valenciana que se siente, ahora más que nunca, abandonada por el Gobierno central. Incluso el presidente de la Comunidad Valenciana decidió permanecer en el lugar, brindando un contraste evidente con la actuación miserable de Sánchez. Para muchos valencianos, esta actitud resalta una cuestión más profunda: ¿se trata solo de un abandono circunstancial, o es un reflejo de una desconexión más amplia y prolongada entre el Gobierno central y las necesidades de una comunidad cada vez más relegada?
Este episodio podría traer consigo consecuencias que trascienden el ámbito local y tocan una cuestión de fondo sobre el rol del Estado y sus representantes en situaciones de crisis. La Comunidad Valenciana necesita más que promesas vacías y visitas protocolares; necesita una respuesta efectiva y real, una presencia que hasta ahora parece no encontrar en quienes deberían protegerla. La indignación valenciana no es solo una reacción al desastre; es una demanda de dignidad, de respeto y de atención que un gobierno democrático está en deuda de ofrecer.