Por Nicolás J. Portino González
Países Bajos, cuna de tulipanes, bicicletas y… ¿del engaño progresista más vergonzoso del mundo moderno? La nación que antaño se autopercibió defensora de la libertad y los derechos humanos, hoy es la triste evidencia de que el “progresismo” europeo no es más que una fachada para ocultar un modelo fallido y decadente, repleto de contradicciones, cobardía y antisemitismo.
Este país, tan ávido de dar lecciones de moralidad y derechos -visiblemente afectado por las drogas circulantes- se ha convertido en un santuario para la ideología que lo ha carcomido desde adentro, una ideología que escupió en el rostro de su propia historia y se arrodilló ante las corrientes del “wokeísmo” más delirante. Los Países Bajos, paradójicamente, se han convertido en el paraíso de todo lo que en teoría “rechazaban”: antisemitismo, extremismo y una debilidad patológica para enfrentarse al odio con firmeza. ¡Bravo, Holanda! Has alcanzado el punto máximo de la ironía.
¿Y el Parlamento Europeo? Ahí tenemos a una institución dedicada a vender sueños irrealizables bajo el estandarte de la “Agenda 2030”, un monumento al demérito, la mediocridad y la incompetencia. Una agenda supuestamente diseñada para la paz, la inclusión y la diversidad, que no ha hecho más que sembrar odio y fragmentación en el propio continente. Europa, dirigida por socialistas de sillón, inútiles, incompetentes y tecnócratas desconectados, ha creado una generación de individuos más frágiles que el cristal, adoctrinados para aceptar y promover causas que ni siquiera entienden. En el corazón de todo este teatro, los Países Bajos no son más que un títere de esta política enfermiza, un ejemplo de cómo la “inclusión” se ha convertido en la excusa perfecta para la permisividad hacia el extremismo.
Países Bajos se permite a sí misma el lujo de suponerse, bastión de la tolerancia y los derechos humanos, mientras en sus calles y universidades prolifera un antisemitismo descarado. ¿Cómo es posible? Porque, bajo la capa de progresismo y justicia social, se esconden estados mentales perimidos, anacrónicos, quebrados y una moral absolutamente maleable y dispuesta a tolerar -ignorar- cualquier barbarie, siempre que venga del sector “correcto”. Hoy, las mismas calles que antes presumían de una sociedad “progre” ahora exhiben pancartas que glorifican el odio, el terrorismo y el extremismo, con añadida y manifiesta violencia para con ciudadanos judíos.
La defensa de “causas justas” en los Países Bajos ha llegado a un punto absurdo, donde los valores son secundarios y la verdadera intención parece ser la destrucción de cualquier valor moral que una vez pudiera haber tenido sentido.
Y claro, está la izquierda, esos eternos defensores de los “oprimidos”, que con una mano impulsan SUS…discursos de odio y con la otra sostienen la bandera de los derechos humanos. No es ninguna sorpresa; estamos hablando de un movimiento eternamente hipócrita que, a lo largo de la historia, ha sido responsable de algunos de los episodios más oscuros y vergonzosos de la humanidad. Comunismo, socialismo, extremismo, llámenlo como quieran: los mismos ideólogos que hoy “defienden” la inclusión son aquellos que aplauden en silencio mientras el antisemitismo y el terrorismo encuentran su hogar en el corazón de Europa.
La generación de cristal, la misma que se cree heredera de la “revolución woke”, está tan embriagada con su propia superioridad moral que no ve el monstruo que han permitido crecer en sus ciudades y…DEL QUE HAN TOMADO PARTE. La sociedad neerlandesa ha abrazado el caos disfrazado de justicia social, el odio camuflado de activismo, y una ideología que terminó devorándolos a ellos y también a los valores que decían defender.
Holanda, Países Bajos, como prefieran llamarse: una nación que se oculta tras un nombre y se esconde tras una historia de falsa tolerancia. Si el siglo XXI demanda sinceridad, quizás sería hora de que los Países Bajos se miren al espejo y reconozcan su fracaso.