Por Nicolás J. Portino González
Queridos amigos, amigas y turistas de bolsillo profundo: llegó ese momento del año en el que empezamos a planear las vacaciones, pero con la calculadora en la mano y un paquete de ansiolíticos al lado. Y ahí, en la tapa de los diarios, aparecen ellos, los empresarios de la Costa Atlántica, con cara de velorio, diciendo: “¡Estamos perdiendo competitividad contra Brasil!”. ¡Oh, qué tragedia nacional! ¡Qué injusticia del destino! ¡Qué injusticia que las playas brasileñas tengan agua tibia, sombrillas modernas y precios que no parecen una broma de mal gusto!
Pero tranquilos, que esto no es culpa de ellos, eh. No, no, no. La culpa es tuya, mía, de todos nosotros. Porque en lugar de ir corriendo a alquilar una carpa en Mar del Plata a U$S3.500 la temporada, preferimos Brasil. ¡Traidores! ¡Antiargentinos! ¿Cómo se te ocurre elegir agua clara, playa limpia y gente sonriente cuando podés tener el lujo de una carpa que parece salida de la película Los muchachos de antes no usaban arsénico?
Porque, claro, en Mar del Plata la modernización llegó, pero se quedó en la puerta de entrada. Las carpas son las mismas de siempre: cuatro postes, una lona verde que ya tiene su propio DNI y un precio que directamente debería venir con financiamiento de un banco suizo. Eso sí, te dicen que son “premium”, porque ahora, además de sombra, te ofrecen un enchufe para cargar el celular. ¡Un enchufe! ¿Te das cuenta? Tecnología de punta.
Pero no nos quedemos ahí, porque el verdadero arte de la Costa Atlántica está en los departamentos. Por el módico precio de U$S5.400 al mes, podés disfrutar de una experiencia única: un dos ambientes con muebles heredados del tatarabuelo del dueño, baldosas que se mueven como pista de baile y olor a humedad que ya es patrimonio cultural. ¡Y eso no es todo! La ducha está estratégicamente ubicada arriba del bidet, para que cada mañana arranques con un spa improvisado.
Ahora, pará un segundo. Por ese precio, en Miami o Barcelona te dan un hotel cinco estrellas, con desayuno buffet, spa, pileta infinita y gente que te saluda como si fueras un jeque árabe. Acá, si tenés suerte, te atiende un encargado que ya te odia antes de que le pidas la llave. Pero no te preocupes, que al menos tenés “vista al mar”. Eso sí, hay que asomarse bastante por el balcón, porque entre los edificios del frente y la antena de DirecTV, el mar parece un espejismo.
Y si lográs instalarte sin vender un riñón, llega el momento de disfrutar de la playa. Pero, claro, todo tiene su precio. En algunos balnearios, te cobran hasta por pisar la arena. ¿Querías sentarte? Bueno, alquilá una reposera por un valor que haría llorar a un turista europeo. Y si te llevás la heladerita, preparate para miradas de odio, porque ahí todo tiene que pasar por el kiosco oficial, donde los churros rellenos vienen con un toque de arena como bonus track.
¿La comida? ¡De lujo, siempre de lujo! Milanesas que tienen más años que las carpas, pizzas con queso tan fino que parece papel manteca y gaseosas a precio de champagne. Todo servido con la calidez típica del mozo costero que ya no aguanta ver turistas, pero sigue cobrando el 10% de servicio.
¿Y el transporte? Porque para llegar a la Costa Atlántica hay que cruzar peajes que parecen el presupuesto de una PyME, rutas con más baches que pavimento y calles diseñadas para carretas, no autos. Si llueve, llevá chaleco salvavidas. Si hay sol, llevá paciencia, porque estacionar en temporada alta es como intentar encontrar oro en el Sahara.
Pero, claro, según los genios de la Costa, la culpa es de los turistas. Porque, ¿cómo se te ocurre preferir Brasil, donde te reciben con caipirinhas, música en vivo y playas paradisíacas, cuando podés venir a Mar del Plata a pagar el triple por el mismo servicio que usaba tu abuelo en 1970? ¡Eso es de antipatriota, che!
Así que, amigos, si están pensando en vacacionar en la Costa Atlántica, no olviden lo esencial: su billetera, su paciencia y su máquina del tiempo. Porque en Mar del Plata podés vivir el verano de 1965, pero pagando como si fuera 2024. Y no te olvides de reservar tu carpa, que la lona verde siempre se agota rápido. ¡Feliz verano! ¡Y ojo con quejarse, que acá el turista siempre tiene la culpa!