Por Franco Lindner
“El martirio”, que se publica en diciembre, indaga en la relación entre el expresidente y su exmujer a partir de la denuncia por violencia de género que los tiene en la justicia; en este anticipo, un fragmento del primer capítulo, “La decisión”
adrid, 9 de agosto de 2024, un viernes. La abogada Mariana Gallego acababa de llegar al departamento de su defendida, Fabiola Yañez, en el centro de la ciudad. Le llamó la atención la estrechez de ese dos ambientes. En el dormitorio estaban la madre, Miriam, y Francisco, el hijo de 2 años que la ex primera dama había tenido con el acusado, Alberto Fernández. Y en el living apenas quedaba lugar para que Gallego y su flamante clienta se pusieran a trabajar, mientras el aire acondicionado no daba abasto y el calor en la capital española superaba los 32 grados.
Las dos ya habían hablado por teléfono el día anterior, pero ahora era la primera vez que se veían cara a cara.
—Antes estábamos en un lugar más grande, un cuatro ambientes en el barrio de Salamanca —le contó Fabiola a Gallego—. Alberto me dijo que se lo prestaban.
—¿Quién? —preguntó la abogada. Fabiola se sonrió:
—Su amigo, «Pepe» Albistur. Claro, todo se lo prestan… La ironía en su voz era patente.
—¿Y qué pasó? —inquirió Gallego.
—Dijo que se lo reclamaron, y nos tuvimos que venir para acá, donde ni cabemos.
A la abogada le había costado que Fabiola le diera la dirección. Quería citarla en un bar, acaso avergonzada por las condiciones en que vivía. Pero acá estaban, después de todo.
Yañez sirvió café y la abogada se acomodó junto a ella en el sillón del living.
Repasaron juntas las pruebas, los chats que podían incriminar al expresidente, las fotos y el video con los moretones, las escenas que se prolongaron durante todos esos años, las repetidas infidelidades de él. Estaba todo ahí, en el celular de Yañez.
De vez en cuando, Francisco salía de la habitación en busca de su madre y la abuela rápidamente volvía a buscarlo para que pudieran seguir. Había cuestiones que el nene no debía escuchar. Suficiente tenía con los gritos de Fernández del otro lado del teléfono cuando el padre llamaba, pedía hablar con él y Francisco se quedaba mudo.
—¡Para qué me atendés si no vas a hablar!
Y cuando Fabiola intervenía para pedirle que no lo maltratara, el expresidente seguía:
—¡No le grito a él, vos me hacés gritar así!
La abogada comprendió que estaba frente a una mujer profundamente lastimada y vulnerable a poco de comenzada la charla.
Fabiola le dijo:
—Quiero que pague, no aguanto más.
Y ante el silencio comprensivo de Gallego, agregó:
—¿Sabés cuántas veces tuvimos relaciones en cuatro años de gobierno?
A la abogada le dio pudor preguntar. Fabiola se contestó a sí misma:
—Una sola vez, al principio. Después fue todo un infierno.
Y le contó que a su hijo lo habían concebido con ayuda de la ciencia, mediante un tratamiento de fecundación in vitro, con la inútil intención de salvar la pareja.
Por lo visto, y por lo que atestiguaban las imágenes de su celular, el contacto físico entre Fabiola y Alberto era de otra índole.
Pocas horas antes, a la ex primera dama la habían entrevistado vía Zoom los especialistas en violencia de género de la Procuración General de la Nación, quienes advirtieron sobre el estado de «fragilidad emocional» y «ansiedad» en que se encontraba la denunciante y recomendaron dejar pasar unos días antes de que declarara. En un informe posterior, esos expertos también concluyeron que había signos evidentes de maltrato en su cuadro. Pero Fabiola no quería esperar ni permitir que la situación se dilatara.
—Quiero declarar ya —le dijo a su abogada.
Quedaron en que primero presentarían un escrito para exponer el caso y que, luego de eso, ella podría hablar ante la Justicia.
Cuanto antes, sin más demoras.
Gallego había aterrizado en Madrid ese mismo viernes con su marido, el también abogado Mauricio D’Alessandro. Según su versión, Yañez la había contactado luego de escucharla hablar sobre el escándalo en una nota en Todo Noticias (TN), la señal del Grupo Clarín. La sororidad entre ambas mujeres fue instantánea.
A D’Alessandro, en cambio, Fabiola lo dejó afuera en un comienzo. Aunque es el más conocido y mediático en la pareja, tenía en su contra haber defendido a una ex amiga de Yañez, Stefi Domínguez, en la causa de la fiesta de cumpleaños de Olivos en pleno confinamiento por la pandemia, el affaire que terminaría alejando a la entonces primera dama de muchos de sus íntimos.
—La quería de abogada a Mariana, yo tenía bolilla negra —cuenta D’Alessandro.
Pero semanas después, cuando la causa empezó a acelerarse, Yañez tuvo que terminar sumándolo.
D’Alessandro explica que fueron muchos los colegas que por esas primeras horas se ofrecieron para representar a la ex primera dama. Un caso impactante siempre es buena prensa.
El lunes 12 de agosto, tres días después del primer encuentro con su clienta, Gallego presentó un escrito de 18 páginas ante el juez federal Julián Ercolini. Y el martes 13 —vaya fecha—, la ex primera dama declaró por videoconferencia desde el consulado argentino en Madrid ante el fiscal Ramiro González, quien la interrogaba desde los tribunales de Comodoro Py. En España eran las 16.30 cuando arrancó, cinco horas más que en Buenos Aires, y todo terminó pasadas las 20. Tres veces tuvieron que interrumpir la declaración porque Yañez rompía en llanto, visiblemente afectada por revivir las situaciones que relataba.
Gallego la auxiliaba con un vaso de agua en esas ocasiones, pedía un receso de 15 minutos y luego su defendida volvía a la carga.
—Tranquila, no te angusties.
—No, ya está. Sigamos.
Lo que contó ese martes 13 es terrible.
Rememoró las agresiones cuyas huellas aparecían retratadas en las fotos que ya habían trascendido a la prensa, como aquella que le dejó un ojo en compota —el derecho— luego de una ruidosa discusión con el entonces presidente en el dormitorio que compartían en la residencia principal de la Quinta de Olivos.
Mientras los reproches subían de tono, Fabiola contó que él, desde su lado de la cama, le propinó «un terrible golpe de puño». Ella saltó de la cama, aturdida.
—¿¡Qué me hiciste!? —lo increpó.
Pero él no respondía. Solo se dio vuelta para su lado en la cama.
A la mañana, ella seguía dolorida. Fue al baño y vio el hematoma en el espejo.
—¡Qué me hiciste! —volvió a reprocharle. Pero él negaba todo.
Yañez contó que ese día tenía un compromiso oficial en Misiones por su campaña como primera dama contra el bullying en las escuelas, y que viajó igual, debidamente maquillada. Hay una imagen de ella en otro acto de aquellos días, publicada en los medios, en la que la sombra del golpe llega a observarse por debajo de la gruesa capa cosmética que intenta disimularlo. Es del 27 de junio de 2021, durante un homenaje a los muertos por la pandemia.
Luego del incidente, Fernández le habría explicado que todo se trató de un malentendido, que no recordaba nada, y que acaso la había golpeado sin querer, semidormido, como quien extiende su brazo en un acto reflejo en medio de una pesadilla.
En los chats entre ambos que tiene en su poder la Justicia, ella le envió la foto del golpe y le comentó irónicamente: «Esto es de cuando me pegaste sin querer».
Pero hay más. Cuando volvió de Misiones y notó que el hematoma no mejoraba, contó que convocaron a la residencia de Olivos al titular de la Unidad Médica Presidencial, Federico Saavedra.
«Me dio globulitos de árnica y me dijo que se iría con el tiempo», declaró ella en su presentación judicial. «Estuve así paseándome por días dentro de la casa en Olivos, obligada a no salir para que no se viera el golpe».
Aseguró que el médico de confianza de Fernández, aun habiendo certificado que se trataba de un golpe, solo buscó encubrir la situación.
No es, como veremos más adelante, lo que afirma el profesional.
También relató el origen de otro de los moretones que se ven en las fotos, el de su brazo: «Estábamos discutiendo y gritando porque yo había encontrado a mi hijo viendo imágenes de una mujer desnuda en su teléfono. Fue cuando volvíamos en el helicóptero de un viaje a Chapadmalal. Yo siempre le daba el celular al nene para que escuchara música y se distrajera en esos vuelos. Resultó ser una de las tantas mujeres famosas que lo visitaban. Tenía varios videos ahí que no había borrado antes de darle el celular a nuestro hijo», contó en su presentación. Y dio detalles de la primera imagen que vieron ella y Francisco en el celular indiscreto: «Lo miro y veo a una mujer desnuda en una ventana, foto que esa mujer le había enviado en un chat al señor Fernández. Y cuando encuentro eso, empiezo a mirar y veo otras cosas, como videos, chats, etcétera…».
La escena de celos por la infidelidad descubierta terminó de la peor manera. Ella le gritó que se quería ir de Olivos con su hijo y Fernández, según su relato, la agarró del brazo «muy fuerte». Según sus palabras, «para que me quedara claro que se haría lo que él decía y que me convenía seguir callada».
También contó que en otra ocasión él la tomó del cuello.
Y que en un momento dado de la relación «empezaron los cachetazos diarios». «Me dejaba la cara hirviendo», dijo ella.
En los chats telefónicos de la pareja que colecciona la Justicia, el 12 de agosto de 2021 se lee el siguiente intercambio.
«Me volvés a golpear», escribe ella. «Estás loco».
«Me siento mal», contesta él.
«Venís golpeándome hace tres días seguidos», deja constancia por escrito Fabiola.
«Me cuesta respirar —se excusa Alberto—. Por favor pará». Y se sigue lamentando: «Me siento muy mal».
Ella insiste: «Y cuando me zamarreaste de los brazos me dejaste moretones».
Y le envía la foto.
Él jamás niega nada, como se supone que haría alguien inocente.
La fecha de ese intercambio por WhatsApp es sintomática. Porque aquel 12 de agosto, en paralelo, se había filtrado a los medios la imagen de la famosa fiesta de Olivos de un año antes, por la que Fernández siempre responsabilizó a su pareja, incluso en público.
—Por vos perdimos las elecciones —la martirizaría de ahí en adelante, según el relato de ella.
Ese había sido el punto de no retorno.
¿Cómo tomó Fabiola la decisión de denunciar ante la Justicia al expresidente? No hay una sola respuesta, sino que se trata de un conjunto de factores.
Sin duda, uno fue el hartazgo.
Pero también está la cuestión económica. Veamos.
Hasta pocas horas antes de que su abogada aterrizara en Madrid, Alberto seguía llamando a Fabiola a su celular y amenazándola con suicidarse, según ella.
—Si vos hablás, me pego un tiro.
«Terrorismo psicológico» es como lo llamó Yañez cuando habló con el juez Ercolini, el martes 6 de agosto, tres días antes de la llegada de la abogada Gallego. El magistrado tomó una medida esa misma tarde: prohibirle a Fernández que la siguiera llamando —y ni hablar de acercarse físicamente a ella— y pedir el secuestro del celular del acusado. Y también reforzó la custodia de la denunciante, que pasó a tener a dos efectivos de la Policía Federal para sus desplazamientos. El custodio que la acompañaba hasta ese momento volvió a la Argentina porque, como le contó ella a Ercolini, no confiaba en él. Lo sentía un espía de Fernández.
Antes de llamar al juez, la secuencia de los hechos había sido la siguiente.
El domingo 4 de agosto, el diario Clarín publicó en su tapa que existían evidencias fotográficas de la violencia de género del expresidente contra su pareja y que estaban en manos de la Justicia, más precisamente de Ercolini, que se había topado con ese material mientras investigaba otra causa, la de la supuesta estafa con los seguros. En el marco de ese expediente, Ercolini había secuestrado el celular de María Cantero, la histórica secretaria de Fernández, y fue en ese aparato donde aparecieron los intercambios de ella con Fabiola en los que la primera dama le informaba sobre lo sucedido y le enviaba las imágenes de los moretones. Ercolini se contactó con Yañez a fines de junio para preguntarle si quería denunciar al expresidente. Sin embargo, en ese primer momento, ella dudó y terminó declinando la propuesta. Tras la tapa de Clarín, donde se hablaba de las imágenes que aún no habían salido a la luz, todo se aceleró. Alberto, desde Buenos Aires, comenzó a llamar a Yañez.
También el abogado de ambos, Juan Pablo Fioribello, que le rogaba a ella:
—Dale bola, arreglá con él.
Fue cuando Fabiola comprendió que, si decidía avanzar, necesitaba cambiar de letrado.
Fioribello tenía dos grandes contras. La primera: aunque siempre había asesorado a ambos, estaba del lado de Fernández, que era quien le pagaba. Y la segunda, no menos importante: contra él también pesaba una denuncia por violencia de género de parte de su ex, Yanina Martínez, funcionaria de Fernández en el pasado gobierno y actual subsecretaria de Turismo con Javier Milei. Evidentemente, su perfil no encajaba con lo que requería el caso.
Fioribello había sido una de las fuentes consultadas off the record para el artículo de Clarín que adelantaba la existencia de las imágenes, y le avisó a Alberto.
Fernández, según su propia versión, en ese momento le escribió a Fabiola para alertarla sobre esa nota en marcha. En realidad, lo que dice ese chat de él es lo siguiente: «Hoy apareció un periodista de Clarín preguntando por las fotos que le mandaste a María. Las tienen. Esto es grave».
María era Cantero, la ex secretaria de Fernández a la que Fabiola le había enviado las imágenes en el pasado. Alberto continuaba: «Ahora aparecieron tus diálogos. Van a contar historias a partir de ahí. Van a venir contra mí».
El contacto sucedió en las horas previas a la publicación de la nota. En Buenos Aires era medianoche y en Madrid, las cinco de la mañana, lo cual no impedía que Fabiola estuviera despierta. En vez de contestarle por el chat, llamó a Fernández. Él jura que la ex primera dama le habló, entonces, de un documental que le habían ofrecido filmar para contar su experiencia en la trastienda del poder, y que las imágenes de los moretones y su versión de cómo se habían producido iba a ser parte del material. La parte más explosiva, claro. También le dijo que, para que eso prosperara, primero debía denunciarlo en la Justicia.
Alberto asegura que ella lo sondeó con estas palabras:
—Me ofrecen 3 millones de dólares. ¿Vos cuánto tenés?
Fernández, según su versión, le contestó que ella ya contaba con los 7.000 euros mensuales que él ganaba por su trabajo para la Universidad Internacional de La Rioja, en España, y asegura que Fabiola le retrucó:
«Pero yo necesito asegurar mi futuro y el de mi hijo». Dice que entonces cortó la comunicación, indignado. Dos días después, y con la tapa de Clarín de por medio, Fabiola le avisó al juez Ercolini que sí quería hacer la denuncia.
La versión de ella, sin embargo, es bien distinta. Asegura que jamás existió el chantaje de los 3 millones de dólares, y que para entonces Alberto ya tampoco la ayudaba con una suma fija por mes. Es más, explica que en realidad fue él quien intentó ofrecerle plata para que no hablara.
Luego de que ella le diera luz verde a Ercolini para avanzar, dice que Fernández le escribió por WhatsApp para intentar frenar todo. Fue el mismo martes 6 de agosto.
«Nada va a faltarte», fueron las palabras de Alberto. Fabiola solo debía firmar con él un comunicado conjunto en el que se aclararía que, aunque discutían con frecuencia, nunca había existido violencia de género por parte de Fernández. Debía firmar y dejar plantado a Ercolini cuando la citara a declarar.
La explicación de ella, a diferencia de la de Fernández, al menos tenía elementos probatorios. Porque algunos días después, cuando la Justicia secuestró el celular del expresidente, también encontró aquel comunicado exculpatorio que Fabiola se resistió a firmar. Es cierto que tuvo un momento de duda, como traslucen los mensajes por WhatsApp entre ambos, en los que ella dice: «Lo tengo que pensar».
Allí se lee que Alberto le ofrece: «Solo propongo hacer un comunicado conjunto que ponga fin al tema». Ante la falta de respuesta de ella, continúa: «De un modo u otro, ya tengo preservado tu futuro y el de Francisco». Pero le advierte: «No es una cosa a cambio de la otra, como proponés vos».
¿Le estaba hablando del supuesto chantaje de los 3 millones de dólares? En todo caso, si Fabiola quería chantajearlo, era obvio que debía tener con qué.
El chat seguía. Tras enviarle el comunicado en un documento adjunto, Alberto pregunta: «¿Estás de acuerdo? Me parece que con eso basta para que dejen de hablar».
Pero ella no contesta.
Él sigue: «Lo que tengo que hacer hoy es poner fin a todos estos comentarios. Nos están lastimando a los dos». Y escribe las palabras mágicas: «Después tenés mi palabra de que nada va a faltarle».
Deja un mensaje más: «Por supuesto, debemos hacerlo juntos. Si vos querés que lo resuelva solo, lo resolveré. Pero esa no es la solución».
Silencio del otro lado.
Fernández enfurece, con mayúsculas: «TE ESTOY HABLANDO!!!».
Fabiola se digna a responder tres minutos después:
«Sí, te escucho, pero estoy recibiendo mil llamadas».
Él insiste: «¿Podemos hacer esa declaración conjunta?».
Y entonces es cuando ella deja una puerta abierta:
«Lo tengo que pensar».
Y le advierte: «Si lo hacés solo, no te va a creer ni Dios».
Él contesta: «No lo voy a hacer solo. Si me dejás solo, no lo voy a hacer».
Pero ya no vuelve a tener noticias de ella.
¿Qué decía el comunicado que debía firmar Fabiola? Estaba fechado ese mismo 6 de agosto y arrancaba:
«En el día de hoy, un medio dio cuenta de supuestas agresiones físicas ocurridas en nuestra pareja. Hemos vivido años muy difíciles que también afectaron nuestra convivencia. Muchas veces hemos tenido discusiones verbales, pero nunca nos hemos agredido físicamente. El desgaste psicológico padecido por la acción de medios de comunicación y expresiones en redes sociales nos ha colocado en situaciones extremas. Los chats que en privado podemos haber cursado con otras personas muchas veces fueron realizados en momentos de exaltación y enojo. Las fotos que pudieron circular no se corresponden con acciones lesivas entre los miembros de la pareja».
Y cerraba: «Pedimos preservar nuestra intimidad. Tenemos un hijo en común y es su futuro lo único que nos preocupa en esta hora. La Justicia ya ha intervenido, ha tomado testimonios y ha archivado las actuaciones. Dicho esto, rogamos que acaben todas las especulaciones que se han hecho a partir de la nota difundida y nos permitan seguir con la normalidad de nuestras vidas».
El comunicado lo habían escrito Alberto y el abogado Fioribello, a cuatro manos.
Pero Fabiola no firmó.
Fuente La Nación