Una inmadura e infantil jactancia, me lleva a decir, cada tanto, que soy el periodista más querellado del país, lo cual es cierto, pero carece de valor alguno.
Lo que sí es relevante es que no he perdido ninguno de los juicios que me han hecho a lo largo de los últimos 30 años, desde que comencé a ser periodista profesional.
Pero no es mérito mío, sino de mi abogado, Alejandro Sánchez Kalbermatten, quien casualmente hoy cumple años. Y de pronto ello me llevó a querer escribir estas líneas, que no tienen nada de periodístico, pero quiero creer que sí. Y que incluso le importa a todo el mundo lo que estoy diciendo.
Alejo no sólo es mi histórico “letrado”, sino también uno de mis mejores amigos. No se limita a defenderme de perversos funcionarios públicos que imaginan verme tras las rejas, sino que además compartimos experiencias, sensaciones y momentos como sólo dos grandes amigos saben hacerlo.
Es el autor de los mejores consejos de vida y el más gracioso contador de anécdotas. Imposible no pasarla bien con él. Junto a él, hemos hecho grandes hazañas. Desde impulsar el expediente por el triple crimen de General Rodríguez, hasta meter preso a Amado Boudou.
Y ahora mismo avanzamos en otra quijotada: poner tras las rejas al senador Edgardo Kueider. Lo hemos denunciado en junio de este año y todo indica que tendrá el mismo destino que el otrora vicepresidente K.
Por eso, ¿cómo no admirar y querer a Alejo, que hace esas quijotadas bancadas de su propio bolsillo, siempre a riesgo de perder frente al poder?
Con el tiempo descubrí algunas cosas sobre él: suele bromear para escapar a la incómoda exposición de tener que mostrar lo que siente. A veces se le escapa. Sólo a veces.
Jamás deja que lo vean vulnerable ni preocupado. Con una sonrisa desactiva cualquier sospecha. Si ello no alcanza, apela a su usual carcajada.
Ha llegado bien lejos en la vida, en todo sentido, y lo hizo con enorme esfuerzo, sin pedirle nada a nadie. Apostando siempre a la actividad privada. Incluso generando empleo.
Yo le diría que se quede tranquilo, que ya llegó a la meta. Pero jamás me escuchará, porque es un inconformista irredento, un persistente perfeccionista, que siempre quiere más. ¿Cómo juzgarlo por ello?
Podría decir mucho más acerca de él, y de mi amistad con él, y de las batallas que hemos peleado espalda contra espalda, y los sinsabores de los malos momentos, pero no es necesario. Él carga consigo esas cocardas, y yo también… SIempre con orgullo.
Este artículo se publicó primero en Mendoza Today.
Fuente Mendoza Today