Fue a las 20.40 del día 25 de diciembre, Navidad, cuando acompañe a mi hija al aeropuerto de Vigo. Se iba porque a las 08.00 del día siguiente, tenía que estar en el Hospital trabajando en la unidad de paliativos pediátricos. Me llamó la atención el bullicio de la terminal en un día tan significado en los calendarios de las familias gallegas.Pero me llamó aún más la atención la edad de las personas, en su mayoría mujeres, que hacían cola para pasar el control de seguridad. No vi a personas de mi edad, ya mayores. Conté cinco personas de edad media y todos los demás eran jóvenes menores de 30 años.Es decir, que sin ruido estaba constatando que una parte de nuestra comunidad, la más joven y posiblemente muy bien formada, se iba a otra región urbana para trabajar, ese parecía el motivo del viaje. Entonces me acorde de aquella fotografía que reflejó la emigración gallega del siglo pasado: la del padre roto por el dolor, en el muelle, al coger el barco y dejar atrás a sus hijos, para hacer las Américas.Ahora en el siglo XXI éramos los padres quienes despedíamos a nuestros hijos que se van a otra ciudad de España a ganarse un futuro mejor que aquí. Ahora se van jóvenes y preparados; no quedan niños, solo mayores. Es decir, que es muy posible que muchas de esas personas no volverán y por lo tanto nuestra sociedad envejecerá y progresará menos que aquellas ciudades que atraen talento y juventud.Parece que esa realidad desigual es cada día mayor. ¿Escuchan alguna vez en el pleno de su Ayuntamiento o en el Parlamento gallego hablar de esto? Pues así somos como sociedad, ciegos, y menos mal que tenemos inmigrantes que nos salvan el padrón.
Fuente ABC