Diciembre llega a su fin en el calendario y también el año, este bisiesto que cerramos con luces por las calles; con la esperanza de que el nuevo año sea generoso; que traiga cosas buenas a nuestra vida, a nuestra tierra, a nuestras gentes, a este mundo tan desquiciado donde nada parece estar en su sitio. Quizá sea yo la que no termina de acomodarse en esta vida que cada vez entiendo menos, que no termino de descifrar, pero aquí seguimos mientras la tierra gira y busco un punto de entendimiento con este año en el que lloramos lágrimas de barro. Ay, Valencia.Por ser la última del año escribo sentada en la calle, entre la gente, respirando este frío de los inviernos zamoranos que tanto echaba de menos cuando vivía en el sur, en esa Tacita de Plata donde se bebe a sorbos mi alma. Porque también este frío, estas nieblas cerradas del Duero, estos amaneceres rezumando humedad son patrimonio de lo que soy, de lo que somos, ADN de quienes hemos crecido al arrullo del río, con los pies en la orilla de Sanabria, se echan de menos cuando el Levante nos azota la cara o con la caricia fría del Poniente. Y también estos días de despedidas son días de hacer recuento, de echar de menos.Los bares de la Calle de los Herreros y de la Plaza Mayor zamorana se llenan de jóvenes regresados festejando la alegría de la vida, las mesas son los altares profanos de juntarnos para la celebración. Nadie pensaría que escribo en esta mesa llena de cervezas con el culo helado. Las luces se apagan para proyectar una NocheNueva sobre la piedra románica de San Juan, esa torre que nos vigila desde arriba, que descuenta el tiempo año tras año y repica la resurrección en la Pascua, cuando los árboles se preñan de hojas y flores. Vendrá, vendrá la primavera.El pequeño comercio abre sus puertas este sábado para paliar los efectos de las grandes cadenas y superficies, aunque en Zamora todo resulta deliciosamente pequeño, como si nos resistiésemos a abandonar ese espíritu humanista, cercano, próximo, de las ciudades pequeñas. Por aquí, por sus calles estrechas, a veces corre, se escapa mi alma, y vuela.Días de amigos invisibles que me remiten a los amigos de verdad, los que no se anuncian pero siempre están, en un año en que se hicieron invisibles algunos que una vez llamé amigos y no han estado. Tampoco los espero ya en este epílogo de un año que dentro de nada será pasado, recuerdo, antesala de todo lo bueno que tenga que venir. El que se haya ido, que se vaya en paz, si son guerras lo que nos sobra en el mundo.Y así, abriendo la puerta a un 2025 de amor y esperanza, rubrico la última del año. Que sea feliz para todos.
Fuente ABC