por Enrique Guillermo Avogadro
“Todo lo que siempre quisiste está al otro lado del miedo”.
George Addair
Sus jefes castristas nunca hicieron algo así en Cuba, pero el mandamás venezolano, Diosdado Cabello, ensoberbecido, desoyó sus consejos y cometió el error de permitir elecciones el 28 de julio de 2024, ya que la oposición, a cuya enorme lideresa se le había impedido participar, se presentó unida a las urnas. Y agravó su traspié cuando, tarde, descubrió que los escalones inferiores de las fuerzas armadas, custodias del acto, habilitaron a los fiscales hacerse con las actas de fiscalización, que probaron ante el mundo el triunfo de Edmundo González Urrutia. Ayer, con la reasunción del títere Nicolás Maduro, el tiránico régimen se convirtió, formalmente, en violento usurpador del poder y comenzó otra etapa de difícil pronóstico.
Lo sucedido el jueves en Caracas entra en las categorías oníricas que Gabriel García Márquez inmortalizó. El breve secuestro de María Corina Machado en una manifestación de repudio al chavismo, la presunta grabación de videos durante su detención y las oscuras explicaciones de Cabello sobre el incidente podrían haber ocurrido en el Macondo del Gabo. Si el objetivo de ese mamarracho hubiera sido sólo forzar a la tan corajuda dirigente a expresar su apoyo a la paz militarizada que intenta implantar la dictadura, bien podría haberse recurrido a la inteligencia artificial.
Ayer quedó demostrado que la cúpula chavista no abandonará Venezuela por las buenas, y las razones son muchas. El país es la principal cabecera de playa de Rusia e Irán en América, aunque ya disponen de otras en Bolivia y Nicaragua; también tienen intereses allí Cuba (depende de la ayuda para paliar la fuerte crisis económica y controla la inteligencia y la represión), China (tiene enormes acreencias por préstamos otorgados contra materias primas), Corea del Norte y Bielorrusia (afines a Vladimir Putin). En la relación con Estados Unidos que, para acceder al petróleo caribeño, ha ido y vuelto en la aplicación de sanciones económicas y personales, resultará trascendental la asunción de Donald Trump, prevista para el 20 de enero, ya que abrirá un nuevo ciclo, presumiblemente mucho más áspero y ríspido, con la siniestra bioesfera en que se mueve el régimen.
La oposición triunfante en Venezuela puede dar, en la Argentina, una importante lección a La Libertad Avanza y al PRO porque, dado que la madre de todas las batallas se librará en la crucial Provincia de Buenos Aires, aparece como indispensable imitar la actitud de Machado y unificar, cualquiera sea el costo político interno, las candidaturas para derrotar definitivamente al kirchnerismo en las elecciones legislativas de octubre. Ese mismo kirchnerismo, que tal como dijo en un repugnante comunicado la organización Madres de Plaza de Mayo, mantiene su fidelidad al chavismo.
Claramente, si nuestra banda de saqueadores volviera a triunfar allí, el mundo entero tendrá grandes dudas sobre la viabilidad del proyecto libertario y, así, pondrá en pausa las indispensables inversiones que la Argentina requiere para retomar la senda de progreso que abandonó hace nada menos que 80 años. En cambio, si finalmente cayera en el bastión que, con tanto esmero y mala intención, construyó desde 2003 (con descontrolada inmigración de pobres, con dádivas y populismo bastardo), el optimismo que hoy concita nuestro país se prolongará y fortalecerá.
Me parece que Javier Milei, quizás a contrapelo de Santiago Caputo, ha tomado conciencia de la imperiosa necesidad de derrotar allí al kirchnerismo en cualquiera de sus franquicias, sea la de la condenada Cristina Fernández o la del ineficaz y carísimo Axel Kiciloff. Por eso, a riesgo de parecer iluso y abstrayéndome de cualquier especulación bastarda que pueda generarse a partir de ambos anuncios, no puedo menos que congratularme tanto con su propuesta de ir unidos a las elecciones de medio término con el PRO, cuanto con la generosidad de Mauricio Macri al aceptarla de inmediato.
Durante la feria judicial, una obscena y ridícula resolución del Tribunal Supremo de Entre Ríos habilitó la prisión domiciliaria al enriquecido ladrón Sergio Uribarri, el ex Gobernador condenado en tres instancias por corrupción. Utilizó dos argumentos: la inexistencia de riesgo de fuga y, sobre todo, el principio de inocencia que lo ampara hasta tanto se expida la Corte Suprema de Justicia de la Nación, ante la cual ha recurrido. Este inicuo fallo demuestra, por el absurdo, que la enorme influencia y fortuna de Uribarri le permiten interferir en la marcha del proceso, otra de las causales que impiden la concesión de ese beneficio.
Mientras tanto, cientos de ancianos militares, policías, sacerdotes y civiles, muchos de los cuales son condecorados veteranos del Operativo Independencia (ordenado por un gobierno democrático para combatir al ERP en Tucumán hace justo medio siglo) y de la Guerra de Malvinas, condenados en juicios amañados por asesinos togados y prevaricadores, imputados por fiscales militantes y sin sentencias firmes (para ellos, no rige ese principio constitucional), se pudren en las mazmorras de esta democracia hipócrita y cínica, con prisiones preventivas que, en algunos casos, superan los dieciséis años, pese a que carecen de medios económicos (ni siquiera se les paga el sueldo) y están en condiciones físicas penosas, o sea, que indudablemente no se encuentran en condición de eludir la acción de la “¿justicia?”. Me pregunto hasta cuándo seguiremos todos, en especial quienes ocupan altos sitiales en los poderes Judicial y Ejecutivo, mirando para otro lado y tolerando esta verdadera ignominia.