¿Qué dirán los historiadores del futuro sobre el mundo de hoy? Es probable que los años 20 de nuestro siglo se describan como una época convulsa, en la que se cuestionaron todos los fundamentos de las relaciones entre las naciones. La invasión de Ucrania probablemente será identificada como el golpe definitivo a las Naciones Unidas, como la de Abisinia por la Italia de Mussolini terminó de sellar el destino de la tambaleante Sociedad de Naciones.En estas estábamos —quizá escriba alguno— cuando llegó Trump. Un Trump resucitado, con mayor poder del que tuvo en su primer mandato, pero al que en realidad —y nunca lo ha ocultado, de ahí su eslogan de America First— lo que le preocupa es su propio país. En la esfera doméstica, el republicano se ha despachado a gusto firmando decenas de órdenes ejecutivas en su primer día de mandato. De cara al exterior, el nuevo presidente inaugurará una era de proteccionismo económico y luchará contra los excesos de la globalización. Pero ¿cuál será su política militar? Tengo para mí que el republicano, Comandante en Jefe del Ejército más poderoso del planeta, no sabe muy bien qué hacer con él.Las pistas que nos ha dado Trump no pueden ser más contradictorias. Suena honesto cuando dice que le gustaría pasar a la historia como un pacificador. Pero también parece creíble cuando asegura que no renuncia al uso de la fuerza para apoderarse de Groenlandia o el canal de Panamá. ¿Es vaca o es buey? La aprobación unánime del Senado al nombramiento de Marco Rubio como secretario de Estado —inusual en un entorno político tan polarizado como el de los EE.UU.— es una buena señal. Del nuevo secretario cabe esperar una versión suavizada del America First, en la que la tentación del aislacionismo se vea matizada por el pragmatismo que exige su cargo. Él sabe bien que su país no puede competir con China quedándose en casa. Pero, si Rubio aporta la palada de cal, la de arena viene de Elise Stefanik, nominada por Trump para ser embajadora de los EE.UU. ante la ONU, que ha defendido públicamente el derecho bíblico de Israel a apoderarse de la totalidad de Cisjordania.Los derechos históricos que apoya Stefanik —el mandato divino de la Biblia solo es válido para los creyentes— no aparecen en la Carta de la ONU por una buena razón: todos los tenemos. Si cada uno de los pueblos que a lo largo de la historia poseyeron la península de Crimea tuvieran derecho a ella, solo la ley del más fuerte podría dar o quitar razones. La guerra de Ucrania, esa guerra a la que la administración Trump desea poner fin, sería a esos efectos tanto o más legítima que la ocupación de Cisjordania por Israel. Y a combatir por la soberanía de una ciudad tan antigua como es Ceuta tendrían derecho todos los pueblos que se sientan herederos de los fenicios, los cartagineses, los romanos, los bizantinos, los almorávides y otros imperios norteafricanos, los portugueses y, desde luego, los españoles, como legítimos propietarios y como herederos de los visigodos.El mundo está muy revuelto y, mientras Trump deshoja la margarita y define el papel que quiere jugar en él, a nadie le conviene dejarse arrastrar por la corriente. Frente a la ley del más fuerte, convertida en la única alternativa a la Carta de una ONU al borde del naufragio, está el aforismo de Vegecio: «Si quieres la paz, prepara la guerra». Hasta en la pacífica Europa, la mayoría de las naciones entienden que no son tiempos de cicaterías. Sin embargo, estos son los tiempos en los que España se ha dejado caer hasta el último lugar de la Alianza Atlántica —hasta Luxemburgo nos ha adelantado— en la carrera de los presupuestos de defensa para alcanzar ese 2% del PIB todavía tan lejano y que empieza a parecer insuficiente. Esperemos que esos historiadores del futuro que imaginábamos en las primeras líneas no tengan que dar cuenta del precio que España podría tener que pagar por nuestra desidia.
Fuente ABC