
Presentarse a elecciones internas o generales siempre genera emoción. Para quienes disfrutamos de la adrenalina de un cierre de lista, la euforia de concertar acuerdos y la mística de pregonar ideales con la esperanza de plasmarlos algún día, este proceso se nos ha hecho casi una adicción, aunque a veces nos puede resultar autodestructivo.
Repetimos incansablemente: “Es la única forma de cambiar las cosas”, o al menos eso creía yo. Pero, tal vez, me estoy equivocando; aquí hay algo más profundo que eso: los egos desmedidos.
En la política mendocina todos nos conocemos; sabemos que al otro lado puede haber una persona con una careta perfectamente elaborada. Muchos son los que hoy gritan “libertad”, pero pocos realmente la desean. En el fondo, parece que solo tienen indiscutibles ansias de poder. Aún los recuerdo, varios de ellos se resistieron al cambio liberal utilizando las mismas artimañas que hoy dicen combatir. Deviene un tanto paradójico, ¿no?
En términos más claros, los mismos que tildan al resto de “casta” son, irónicamente, su propia representación. ¡Vaya ironía!
Y vamos por partes, como diría nuestro presidente: el problema no es tener ansias de poder; el verdadero problema radica en esconderse detrás de un disfraz, proclamando que su emblema es la lucha contra lo que ellos mismos representan: la famosa casta.
Mendoza tiene un poco de todo, pero lo más llamativo es que hay muchas caras y pocos corazones. Se disfrazan de leones en su concepto más enternecido y valiente, pregonando una lucha anti-corrupción, mientras en el fondo son verdaderos lobos desesperados por el tan anhelado cargo, el contacto, y la ventaja del oportunista.
Los partidos políticos no se quedan atrás; de hecho, son los protagonistas en esta escena tragicómica. Cuando digo “no la ven”, es ahí donde pongo el foco: cuando hablan de sellos y etiquetas, realmente no están viendo. No comprenden que estamos en una nueva era política que ha dado un giro radical hacia lo “políticamente incorrecto”, pero déjenme expresar un tanto con hartazgo, ¡no el fingido! Se les nota y dan vergüenza.
Un posteo con una gorra del movimiento no te convierte en liberal; presentar proyectos liberales mientras te llenás los bolsillos por detrás no te hace liberal. Y por último, inventar falsos enemigos o contrincantes ideológicos, no sólo no te hace más liberal; te convierte en un improvisado sin nada real que ofrecer.
Al final, Agustín Laje tiene razón cuando afirma que debemos ganar la batalla cultural antes de la electoral, pero ¿cómo ganamos esa batalla cultural si somos unos pocos en el barro y quienes están se niegan a ver que no son del bando enemigo?
Hoy, el liberalismo tal como debería ser no existe. La pregunta es, ¿lo seguimos batallando o lo continuamos ansiando?
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Abogada.
Ex miembro del Consejo Directivo del Partido Libertario en Mendoza.
Este artículo se publicó primero en Mendoza Today.
Fuente Mendoza Today