Los últimos grafitis y las últimas pintadas aparecidos en la Alhambra y el Albaicín han levantado mucho revuelo porque se hicieron en la Alhambra y el Albaicín, pero el problema no es nada nuevo.
Granada lleva muchos años soportándolo, y también pagándolo. Esos actos vandálicos le cuestan a la ciudad 120.000 euros al año. Diez mil al mes. Más de 300 al día.Se habla mucho de los lugares emblemáticos, de los que son Patrimonio Mundial de la Unesco .
Es normal en cierto modo, son los mayores escaparates de Granada. ¿Pero qué pasa en otras zonas de la capital, es que no hay grafitis y pintadas, acaso? Las hay en todas partes, algunas bastante valiosas, que luego serán analizadas.Abundan, por citar un sitio, en el llamado barrio del Boquerón . Está en pleno centro, a espaldas de la Gran Vía, y abarca un amplio territorio donde hay bastantes edificios arquitectónicamente notables de la época renacentista y barroca. En ese sitio, gracias a una potente inversión de 700.000 euros, procedentes de los fondos Edusi de la Unión Europea, se hizo un importante lavado de cara que se dio por finalizado en el año 2020.
Ahora los peatones han ganado espacio y todo se ve más reordenado y más diáfano, pero casi todas las paredes están llenas de garabatos sin valor artístico alguno. No quiere decir esto que la inversión no haya servido para nada, el Boquerón está mejor que antes, pero se lavó el corazón del barrio, no la cara . Se lava periódicamente, pero para que al cabo de poco tiempo vuelva a estar igual.Una de las muchas muestras de vandalismo callejero en el barrio del Boquerón g. ortegaOtro barrio histórico, el del Realejo, tampoco se libra de pintadas y grafitis. Allí se aprecia, en cambio, una especie de código de conducta entre quienes los realizan. Por ejemplo, si una persiana metálica está decorada por algún artista urbano, sus compañeros de oficio la respetan. Si no, garabato al canto. De ahí que no pocos propietarios de establecimientos que dan a la calle contraten los servicios de un grafitero, para garantizarse que al menos tiene una decoración decente –hasta atractiva, en algunos casos- y que no la van a destrozar. Ese código también se sigue en los solares y en las fachadas. Se recuerda lo que ocurrió en 2023, cuando un grafitero, se supone que poco familiarizado con la costumbre local, osó pintar algo encima de un mural que había hecho en la calle Molinos nada menos que el Niño de las Pinturas , artista consagrado que hasta tiene una tienda en esa misma vía, donde ha hecho verdaderas obras de arte. Muchos en el barrio añoran la ‘jirafa eléctrica’ que pintó muy cerca ya de la Cuesta de Escoriaza, que los dueños del edificio decidieron borrar.
Cuando el mural de la calle Molinos apareció ultrajado, por así decirlo, alguien decidió avisar al advenedizo y, en ese mismo trozo de pared, escribió: «Esto no funciona así». Muy pocos días después, su aportación quedó borrada. Entendió el mensaje. Como la mayoría de los habitantes del Realejo entienden a su vez que el grafiti creativo es una forma de cultura y también un atractivo turístico . De nombre real Raúl Ruiz –lo ocultó durante mucho tiempo, por aquello de que su trabajo era ilegal- el Niño de las Pinturas ha conseguido hitos como que, de una pared en una urbanización por encima de la Carretera de la Sierra mandaran borrar todos los grafitis excepto el suyo. Su trayectoria es conocida en media Europa y, aunque ahora se prodiga menos, siempre respeta el código: pintar (bien) donde no moleste (demasiado).En este muro se borraron todos los grafitis menos el del Niño de las Pinturas g. ortegaPero volvamos al Albaicín, donde se han hecho cosas que no respetan ni códigos ni mínimas reglas de educación .
¿A quién se le ocurrió hacer una pintada (pequeña, eso sí) con un mensaje como «El coño empringa»? Dicen que fue un profesor universitario, pero sea quien sea, su sentido de la ética y del decoro dejan mucho que desear. Aunque menos obsceno, igualmente es discutible el valor artístico de otros mensajes que proliferan por las paredes de allí. Reivindicaciones que en Granada no tienen ningún sentido –«Ponferrada no es León»- o declaraciones de amor rimadas con desigual fortuna. Basta con un papel y un rotulador para estropear .
Y como hay mucha gente que tiende a repetir lo que ve –y si no, ahí está la moda de los candados en cualquier sitio con barrotes metálicos- pues cada vez hay más.De los comunicados en las paredes de Granada se podría escribir un libro voluminoso . Los hay que pintan un pasaje desolador –«Mi corazón es un efecto fatamorgana»-, otros avisan de cosas importantes –un «Sin lluvia no hay flores», que recuerda a aquello de que no se puede hacer una tortilla sin romper huevos-, algunos hablan de desencuentros e indecisión –«Quieres que me quede, yo quiero quedarme, y ninguno lo dice»- y también se recurre a veces a la poesía irónica –«Dejo una vela prendida cada vez que pienso en ti y ahora parece que va a haber una misa aquí»-.La muralla zirí, del siglo XI, tampoco se libra del supuesto arte callejero antonio l. juárez¿Soluciones a todo esto? Varitas mágicas no hay, eso por lo pronto. Sanciones sí que existen, y pueden llegar hasta los 250.000 euros –o privación de libertad si no se pagan- si se profana un monumento. Cámaras también, algunas dotadas con un sensor que las hace percibir las pintadas justo cuando se hacen, y el Patronato de la Alhambra ha anunciado que va a colocar sesenta más.
Pero si hablamos de cámaras, a los que pintarrajean el Arco de Elvira les falta sonreírles una vez acabado su ‘trabajo’.El Ayuntamiento de Granada también habla de la necesidad de concienciar, de educar. Largo se fía, aunque la idea es válida. Mientras tanto, queda lo de seguir borrando. Cuanto antes mejor, apuntan los especialistas, que explican que a los grafiteros les molesta mucho que borren sus supuestas obras de arte justo después de terminarlas. Y queda también consolarse pensando que en todas partes cuecen habas y que en otras ciudades monumentales pasa lo mismo. Mal de muchos…
Fuente ABC