El camino hacia la capitulación de la Unión Europea ante la ofensiva comercial de Donald Trump comenzó el 10 de abril.
Los aranceles del “Día de la Liberación” que el presidente estadounidense había impuesto a la mayor parte del mundo a principios de ese mes provocaron un desplome en los mercados financieros, ya que los inversores vendieron sus activos estadounidenses por temor a una recesión. Ante la oleada de ventas, Trump cedió y el 9 de abril redujo los aranceles al 10 %.
Pero Bruselas también cedió. El 10 de abril suspendió sus aranceles de represalia y se abrió a negociar con EE.UU. aceptando aranceles del 10 % sobre la mayor parte de su comercio, junto con gravámenes más altos sobre el acero, el aluminio y los vehículos. En lugar de seguir el ejemplo de Canadá y China con represalias inmediatas para perjudicar a los consumidores y empresas estadounidenses, la UE, paralizada por las opiniones divergentes entre sus estados miembros, optó por no tomar medidas con la esperanza de lograr un mejor acuerdo.
Ahora, en virtud del acuerdo marco alcanzado por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y Trump en su campo de golf de Turnberry el domingo, la UE asumió un arancel estadounidense del 15%, que afecta al sector del automóvil, aunque no al del acero y que estará sujeto a un sistema de cuotas.
El alivio que sintieron las autoridades por haber evitado una guerra comercial transatlántica se vio empañado por el arrepentimiento: ¿podría la UE, el mayor bloque comercial del mundo y supuestamente un peso pesado económico, haber obtenido mejores condiciones si hubiera jugado sus bazas desde el principio?
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Bruselas asumió un arancel estadounidense del 15%, que afecta al sector del automóvil, aunque no al del acero y que estará sujeto a un sistema de cuotas. Foto: Archivo.
“Es el matón del patio de recreo y no nos aliamos con otros para hacerle frente. Quienes no se mantienen unidos, reciben el golpe por separado”, lamentó un diplomático. Georg Riekeles, exfuncionario de la Comisión que ayudó a negociar la salida de Reino Unido del bloque, afirmó que la reciente amenaza de la UE de aplicar 93.000 millones de euros en aranceles de represalia contra productos estadounidenses llegó demasiado tarde.
“La UE habría tenido más éxito si hubiera respondido enérgicamente a Estados Unidos en abril, al igual que hizo China contra las subidas arancelarias estadounidenses”, declaró Riekeles, que ahora trabaja en el think-tank European Policy Centre.
Trump considera a la UE un parásito que se alimenta del lucrativo mercado estadounidense mientras cierra el suyo recurriendo a normas y regulaciones. El presidente estadounidense dijo que la unión se “formó para perjudicar a Estados Unidos” y que es “peor que China”.
La respuesta de la UE a su regreso al poder en enero fue bastante tibia. Los meses dedicados a planificar una respuesta por parte de un equipo dedicado, que incluía a altos funcionarios comerciales liderados por otra veterana de las negociaciones del Brexit, Sabine Weyand, y el asesor comercial de von der Leyen, Tomas Baert, se desvanecieron.
Habían elaborado un plan de tres puntos basado en la estrategia adoptada durante el primer mandato de Trump: ofrecer reducir el déficit comercial de bienes, de casi 200.000 millones de euros, mediante la compra de más gas natural licuado, armas y productos agrícolas. En segundo lugar, ofrecer reducciones arancelarias mutuas a los productos de la otra parte.
Si esto fracasaba, prepararían represalias y se basarían en la respuesta del mercado a una posible guerra comercial, o en el aumento de la inflación en Estados Unidos, para obligar a Trump a ceder.
Pero Trump actuó más rápido de lo previsto y, para marzo, había impuesto aranceles del 25 % al acero, el aluminio y los automóviles.
En una reunión celebrada en Luxemburgo ese mes, muchos ministros de comercio se mostraron indignados.
Alemania, Francia y algunos otros países presionaron para que la comisión consultara sobre el uso de su nueva “bazuca comercial”, el instrumento anticoerción. Diseñado tras el primer mandato de Trump para contrarrestar el uso de la política comercial presionando a los gobiernos sobre otros aspectos, permitiría a Bruselas excluir a las empresas estadounidenses de las licitaciones públicas, revocar la protección de la propiedad intelectual y restringir las importaciones y las exportaciones. Sin embargo, según diplomáticos, no estaba claro si la mayoría de los Estados miembros estaban de acuerdo con una medida tan drástica. Weyand instó a los embajadores de la UE, que se reunían al menos una vez por semana para debatir los avances, a mostrar “paciencia estratégica”.
Cuando Reino Unido alcanzó un acuerdo comercial con Washington en mayo, aceptando el arancel base del 10% de Trump, los Estados miembros de la UE que buscaban un acuerdo, se sintieron alentados.
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y el canciller alemán, Friedrich Merz, se aferraron durante meses a la oferta inicial de la UE de eliminar todos los aranceles industriales si Estados Unidos hacía lo mismo, a pesar de que Washington había dejado claro desde hacía tiempo que quería concesiones unilaterales. Berlín buscaba un complejo plan de “compensación” para proporcionar alivio arancelario a las empresas automotrices europeas -en la práctica, alemanas- que fabricaban y exportaban desde Estados Unidos.
Mientras los tecnócratas de la UE debatían, Trump se encontraba enfrascado en una pelea callejera en Nueva York. Maro Šefovi, el comisario de Comercio de la UE, fue enviado a Washington siete veces para proponer un acuerdo, pronunciar sermones sobre la importancia de la relación transatlántica y promover el programa alemán de compensación de impuestos a los automóviles. En total, Šefovi mantuvo más de 100 horas de frustrantes conversaciones con sus homólogos estadounidenses.

Trump actuó más rápido de lo previsto y, para marzo, había impuesto aranceles del 25 % al acero, el aluminio y los automóviles. Foto: Archivo.
Un acuerdo para un arancel “recíproco” permanente del 10%, pactado en julio con el representante comercial estadounidense Jamieson Greer y el secretario de Comercio Howard Lutnick, fue rechazado de plano por Trump, que en su lugar amenazó con aumentar los gravámenes de la UE al 30%, en lugar del 20%, a partir de agosto.
Durante los meses de negociaciones, varios ministros de distintos países de la UE contactaron con Šefovi para pedirle cautela.
Simon Harris, ministro de Comercio de Irlanda, fue uno de los que más insistieron. Quería salvar la industria farmacéutica, de bebidas alcohólicas y de carne de vacuno del país de cualquier contraataque estadounidense y así lo hizo saber al mundo con sus incesantes posts en las redes sociales.
La incertidumbre sobre el rumbo de las negociaciones también ha puesto de manifiesto las divisiones dentro de la propia comisión. Weyand, la experta cuyo enfoque inflexible hacia el Brexit a menudo superaba en astucia a sus homólogos británicos, defendió una postura más firme hacia Trump y el uso de las herramientas de represalia de la UE, en oposición a la postura más moderada de Von der Leyen, según declararon varios diplomáticos y funcionarios a Financial Times.
El gobierno francés, a pesar de sus intentos de proteger a las empresas francesas de las represalias, también se mostró partidario de una postura más contundente de la comisión respecto a los aranceles de Trump.
Sin embargo, la presidenta de la comisión y sus asesores más cercanos argumentaron que el daño potencial de las medidas adicionales de Trump, incluidas las amenazas de imponer aranceles concretos a sectores tan importantes como el farmacéutico de la UE, significaba que el riesgo de una guerra comercial en espiral era demasiado grande.
También existía la preocupación de que una postura más contundente hacia Washington pudiera extenderse a otras áreas.
Según los diplomáticos, la dependencia de Europa de la ayuda en materia de seguridad de Estados Unidos fue un argumento más para evitar la confrontación comercial, especialmente para los miembros del este y del norte del bloque. El temor a que Trump cortara el suministro de armas a Ucrania, retirara las tropas de Europa o incluso abandonara la OTAN afectó a las conversaciones.
Otra prioridad para la presidenta de la Comisión fue preservar el derecho de la UE a regular. La industria tecnológica estadounidense pidió a Trump que presione a la UE para que modifique la legislación que regula la libertad de expresión online y la gestión de datos. También se opone a los impuestos digitales nacionales. Hasta el momento, Von der Leyen se ha negado a ceder en estos temas.
Tras el rechazo de Trump al acuerdo elaborado por sus propios funcionarios, el equipo negociador de la Comisión concluyó que no les quedaba otra opción que aceptar un arancel estadounidense del 15 %. Presentaron la cifra a los representantes de los Estados miembros esta semana.
Las autoridades intentarán presentarlo como un buen acuerdo, ya que el 15% teóricamente incluye el arancel medio preexistente de EE.UU. del 4,8 %. De hecho, ponderado por el comercio, el arancel anterior de EE.UU. sobre las importaciones procedentes de la UE era de tan solo el 1,6%.
Es innegable que la UE fue aplastada por la apisonadora Trump, reconoció un embajador. “Trump ha sabido exactamente dónde está nuestro umbral de dolor”, concluyó.
Fuente El Cronista