Por Brice Couturier. Especial Total News Agency-TNA-
Un brillante periodista francés, no judío.
No porque esté militarmente superada, sino porque está atrapada en una ecuación deliberadamente insoluble. El 7 de octubre, al masacrar civiles y secuestrar a cientos de rehenes, Hamás desencadenó una guerra sin un resultado soportable. Israel no solo fue sorprendido, estaba atrapado.
Es importante entender: Hamás no busca la victoria, busca la destrucción de Israel. No les importa si Gaza arde, siempre y cuando Israel sangre. Esta es una estrategia escatológica: perder todo, siempre y cuando el otro caiga contigo.
Y su estrategia se basa en el enredo, en la emoción, en la manipulación de las conciencias occidentales. Su fuerza no es militar, es dramaturgia. Y quizás lo más escalofriante es esto: han entendido Occidente mejor que muchos estrategas israelíes. Su verdadero frente es la opinión pública occidental, no las FDI.
Al tomar rehenes, prohíben la paz. Al esconderse entre civiles, en el territorio más densamente poblado del mundo, prohíben la guerra. Hamás ha inventado una geometría de la trampa: Israel está encerrado en una guerra donde cada victoria es una pérdida.
En esta guerra asimétrica y posmoderna, no es la realidad lo que cuenta, es la imagen de la realidad. Esta trampa no podría funcionar sin la cooperación involuntaria de las democracias occidentales.
Al revertir la presión, no sobre los secuestradores, sino sobre aquellos que intentan rescatarlos, legitiman el chantaje. Al reconocer un Estado palestino incondicionalmente, convierten una estrategia terrorista en capital político.
Seamos claros: un alto el fuego acompañado de la liberación de todos los rehenes es un espejismo, una ilusión de proyección occidental. Hamás, especialmente, no quiere un final: quiere que el conflicto se enquiste, que los rehenes se pudran bajo tierra, que la agonía dure.
Los rehenes son trofeos, palancas, focos entrenados en Gaza para mantener la guerra en marcha. No todos serán devueltos; precisamente por eso fueron tomados.
Así que solo queda una terrible alternativa: o Israel persiste, quizás durante años, ocupa Gaza hasta el último túnel, al costo de innumerables muertes, desastre diplomático y sin certeza de éxito. O se retira, aceptando silenciosamente que otro 7 de octubre ya está en gestación.
Ya no se trata de ganar, sino de elegir la forma de la derrota (o de una media victoria, dicen los optimistas). Algunos afirman, en lógica clausewitziana, que una guerra, una vez comenzada, debe llevarse hasta el final; de lo contrario, regresará peor. Otros creen que una victoria incompleta es mejor que un desastre total.
Repito: lo más trágico es que la estrategia de Hamás ha funcionado. Y funciona porque nosotros la dejamos funcionar. Hamás ha entendido: en un mundo gobernado por imágenes, el terrorismo paga, siempre y cuando esté bien escenificado.”