El otro día llegaba tarde a un sitio. En Madrid es habitual, y más en estos tiempos, pues la ciudad está tumbada permanentemente en la sala de operaciones. Decidí parar un taxi con la esperanza de engañar al reloj y acortar el retraso. Levanté la mano, deteniendo al primero que iba libre y, zas: conducía una mujer. Dudé en bajar la mano, aunque ya era tarde. Me retrasaré más, pensé. Si hubiese sido un hombre, me ayudaría. No tengo nada que hacer, barrunté. Hay profesiones para las que aflora un sentimiento machista casi de forma intrínseca. En los partidos de fútbol me pasa. Como también me ocurre (y de esto no me había dado cuenta hasta hoy) en los taxis.La conductora era del este de Europa, aunque ya se sabe que, por lo general, hablan mejor español que muchos autóctonos. Tenía unas extensiones de uñas rosas que asustaban: afiladas, inabarcables. Le dije que, para llegar rápido hasta Menéndez Pelayo desde Cuatro Caminos, lo mejor era tirar por San Juan de la Cruz y subir por María de Molina. Así podríamos evitar la salida hacia Avenida de América. Me dijo que no, que por ahí no pasaba.—Ahora te multan si giras en Gregorio Marañón. Además, María de Molina va muy cargada a estas horas. Vamos por los Delfines. El carril taxi circula bien, si le parece a usted bien.—Pero los viernes Joaquín Costa se pone imposible. Están asfaltando una parte de la calle, esquina con Velázquez.—Ya han terminado —me contestó—. Vamos bien por aquí.—¿Pero los viernes también?—Si quiere, vamos por donde usted me diga, pero ya le digo que por aquí tardaremos menos.Me quedé un poco resignado. Qué iba a saber esta mujer más que yo sobre cómo ir a los sitios un viernes a mediodía en Madrid. No habré pasado por ahí mil, dos mil veces. Bueno, no sé. El coche aceleraba y adelantamos las dos filas de atasco hasta el Hospital San Francisco de Asís en un periquete. Ahí nací yo. Y mi hijo, Pedro, también. Y mi madre.Ya no me importaba tanto llegar tarde, porque estábamos ganando tiempo. Entonces la conductora volvió a preguntarme:—¿Prefiere que vayamos por Francisco Silvela o por Príncipe de Vergara?—Pues intentaría evitar los ‘puentes’. Además, Conde de Casal está en obras también y han cortado Reina Cristina.—Si le parece, vamos por Príncipe de Vergara.—Muy bien.Esta vez estaba casi convencido de que era la mejor opción. Con un gesto breve y conciso, la conductora posó sus largos dedos sobre la ranura trasera para comprobar si salía aire acondicionado. Subió las ventanas y me preguntó si estaba bien con esa temperatura. Agradecí que subiera un poco el aire. Así, perfecto.Cuestión de periciaCruzamos Juan Bravo, Goya y Jorge Juan con una pericia extrema. A poco que una furgoneta paraba en el carril taxi, la conductora adelantaba con destreza; apenas nos detuvimos en toda esa recta de Madrid que, normalmente, en viernes, está abarrotada de coches. Cada vez que ella intuía que otro conductor iba a girar cortándonos el paso, cambiaba de carril y volvía al suyo sin pestañear. Comprobé que tampoco llegaba tan tarde. Curiosamente, lo que me llevaría veinte minutos de trayecto lo estábamos haciendo en siete. Miraba por la ventana. Madrid se echaba a la calle para salir de la ciudad el fin de semana. También salían de los colegios los niños y de las oficinas, los trajeados. Entonces comencé a preguntarme por qué motivos tuve tanto reparo al principio del trayecto. Esta mujer estaba haciéndolo mejor que cualquier conductor y, sin embargo, cuando se detuvo en Cuatro Caminos, estaba convencido de que me había mirado un tuerto.Llegamos a la esquina de Mariano de Cavia diez minutos más tarde de la hora a la que había quedado a comer con Rodrigo. Me bajé del taxi y le dejé una propina. Entonces vi que, dos coches atrás, se bajaba él de otro taxi.—Perdona, he cogido un taxi en Alberto Alcocer porque llegaba tarde y el tipo me ha tenido parado en un atasco en Castellana media hora.—¿Te ha traído un viernes a mediodía por Castellana?—No sabes la que había liada en Atocha —me contó, apurado.No se imaginan lo largas que tenía las extensiones de uñas. Y lo bien que sujetaba el volante.
Fuente ABC