No sé si fue una moda, una fiebre o una especie de urgencia colectiva. Pero lo cierto es que, durante buena parte de 2023 y 2024, muchas empresas se lanzaron a implementar inteligencia artificial como si estuvieran comprando insumos de oficina. “Dos kilos de IA”, parecían decir algunos, casi en tono de chiste. Lo querían ya, funcionando. El problema es que no sabían para qué.

Ese entusiasmo desmedido -ese hype- tuvo consecuencias. Se incursionó desprolijamente en proyectos que no estaban preparados para sostenerse. Faltó adopción, faltó cambio cultural, faltó decisión organizacional. Y sobre todo, faltó entender que la inteligencia artificial no es magia. No es una varita que se agita sobre los procesos y los transforma. Es tecnología, sí, pero también es estrategia, es método, es trabajo.
La adopción, en realidad, no es más que las personas entendiendo que no van a perder su trabajo. El cambio cultural es aceptar que la IA viene a complementar, no a reemplazar. Y el cambio organizacional es tomar la decisión de poner presupuesto, de trabajarlo como una variable más dentro de la compañía. Cuando eso no ocurre, el proyecto fracasa. Y eso pasó mucho. Según los datos que manejamos, el 70% de los proyectos de IA que se intentaron aplicar en 2024 fracasaron. No por falta de tecnología, por falta de una estrategia clara de implementación que contemple los tres pilares de adopción, cambio cultural y cambio organizacional.
En parte, lo ocurrido fue un intento de aplicar tecnología inmadura, creyendo que los últimos modelos generativos podrían resolverlo todo. Sin embargo, en el camino hacia la inteligencia artificial aplicada, no basta con probar una herramienta cualquiera. Es fundamental probar distintos modelos, comprender cuál se ajusta mejor a cada necesidad y reconocer que los objetivos de cada organización son únicos. No existe una receta única: el enfoque correcto abarca todo el proceso, desde el modelo de negocio hasta la implementación y la evolución a lo largo del tiempo. A esto lo denominamos IA Funcional.
Hoy estamos en una meseta más lógica. Las empresas ya no corren detrás del último modelo, sino que empiezan a preguntarse cómo pueden usar la inteligencia artificial para mejorar lo que ya hacen. Y eso, para mí, es una buena noticia. Porque significa que estamos construyendo la casa. No estamos pintando paredes sin cimientos. Estamos trabajando sobre procesos, sobre datos, sobre cultura organizacional. Y lo estamos haciendo bien.
La inteligencia artificial no reemplaza personas. Pero sí va a hacer que alguien que la use reemplace a alguien que no la usa. Esa es la verdadera transformación. No es una amenaza, es una oportunidad. Pero para que esa oportunidad se concrete, hay que entender que esto no se trata de comprar tecnología, sino de integrar conocimiento. Hay que saber qué proceso intervenir, cómo hacerlo, y con qué datos. Porque si el dato es malo, lo único que hacés es amplificar el error.

En este punto, lo que empieza a aparecer es una forma distinta de pensar la inteligencia artificial. Ya no como una promesa futurista ni como una herramienta creativa para jugar, sino como una tecnología que puede -y debe- integrarse a los procesos reales de las empresas. La IA funcional no busca emular la inteligencia humana ni crear contenido nuevo. No quiere escribir poemas ni diseñar logos. Lo que hace es intervenir procesos concretos: facturación, atención al cliente, gestión de stock, cobranzas. Procesos que existen, que tienen datos, que tienen estructura, y que pueden ser automatizados con eficiencia y precisión. Esa es la diferencia. Y ese es el valor.
Según un informe de GCH Tecnología, las empresas que integran IA funcional aumentaron su eficiencia entre un 30% y un 40% por empleado, además de reducir costos operativos y mejorar la calidad de sus procesos. Y en América Latina, el 63% de las empresas espera que la inteligencia artificial tenga un impacto significativo en sus industrias, mientras que el 55% planea aumentar su inversión en esta tecnología durante el presente año. Estos datos surgen de un estudio de SAP realizado entre tomadores de decisión en Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México.
En RESTART, por ejemplo, decidimos abordar la inteligencia artificial desde ese lugar: el de la funcionalidad. No somos una software factory. Somos una empresa de tecnología que asocia estrategia con tecnología para generar soluciones que realmente funcionen. Esto implica comprender el modelo de negocio e intervenirlo con tecnología que abarque cuatro capas -redes, infraestructura, aplicación y seguridad-, considerando un modelo evolutivo. La IA no es estática; evoluciona, y nosotros debemos evolucionar con ella.

Nuestra metodología parte de algo muy simple: mostrar antes de prometer. No hay PowerPoints lindos ni promesas vacías. Hay pruebas de concepto, hay funcionalidad real, hay impacto medible. Y eso, en un mercado que se quemó con el hype, genera confianza. Porque lo que importa no es lo que decís que vas a hacer, sino lo que ya hiciste y podés replicar.
Trabajamos con empresas medianas, porque ahí está el corazón de la transformación. Las grandes tienen estructura, las pequeñas tienen flexibilidad, pero las medianas tienen urgencia. Y tienen procesos que pueden ser automatizados sin necesidad de megaproyectos. En ese terreno, la IA funcional no solo es viable: es necesaria.
Lo que viene ahora es distinto. No es más hype, no es más urgencia. Es método. Es entender que la inteligencia artificial no va a cambiar todo en 30 segundos, pero sí puede transformar mucho si se la aplica con criterio. Y eso, para mí, es lo más valioso que estamos aprendiendo como ecosistema empresarial: que no se trata de correr detrás de la novedad, sino de construir sobre lo que ya tenemos.
Estamos en ese momento. Construyendo la casa. Y construyéndola bien. Con datos confiables, con procesos claros, con objetivos medibles. Con equipos que entienden que la IA no es una amenaza, sino una herramienta. Y con una mirada que deja de lado la espectacularidad para enfocarse en lo que realmente importa: el impacto.
La inteligencia artificial funcional es, en ese sentido, una evolución necesaria. No reemplaza la creatividad, no compite con la intuición. Pero sí automatiza, escala, mejora. Y sobre todo, permite que las empresas trabajen mejor. Que tomen decisiones más informadas. Que liberen talento humano para tareas más estratégicas. Que crezcan sin perder foco.
No sé si eso es revolucionario. Pero sí sé que es real. Y en este momento, lo real vale más que lo espectacular.
Fuente El Cronista

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