Un hombre de negocios, hijo de otro hombre de negocios. Silencioso, sigiloso y de perfil bajo. Atiende el teléfono y asegura que, de la manera en la que habla con esta cronista, lo hace con sus pares, sus empleados, los jueces y hasta los sindicatos. No tiene nada que ocultar, asegura. Esteban Nofal es dueño de Cima Investments, el fondo que, pocas semanas atrás, compró Celulosa Argentina por u$s 1. También, tiene una posición estratégica en el concurso de Vicentin, ya que el año pasado adquirió la deuda que la cerealera tenía con los bancos internacionales, lo que le deja un voto de capital clave para la resolución del conflicto que ya lleva más de cinco años.
Nofal, uno de los cuatro hijos de Luis, histórico socio de Carlos Ávila en Torneos y Competencias, describe un contexto argentino en el que reinan la incertidumbre y la volatilidad, y la confianza extranjera no llega. Pero no se arrepiente de apostar por el país. Entiende que el presente es difícil y que superarlo demandará esfuerzo y sacrificio, pero que, al final del camino, sabe que tendrá recompensa. Esa es la mirada que aplica tanto para analizar la actualidad local como para concretar sus decisiones empresariales.
Es por eso que se enfoca en lo que, considera, será el índice de éxito del empresariado argentino: ganar eficiencia y productividad en todos los negocios del grupo, con o sin viento a favor. Reafirma, sobre esta base, que hay un modelo de país que quedó atrás y es aquel en el que reinaba la costumbre, el bajo control y, por supuesto, el desbarajuste económico. Ahora, con nuevas reglas, está dispuesto a jugar el partido.
¿Cómo fue la decisión de comprar Celulosa Argentina?
Es una empresa que históricamente tuvo buenos balances y buena generación de caja. Tiene, además, un valor agregado, un negocio, el 50% del mercado local y una gran potencialidad. Tratamos de comprarla cuando los pasivos estaban ordenados, que, en la Argentina, se le llama concurso preventivo. Quizás, tuvo un nivel de deuda que no era el ideal en ese momento y tampoco estaba preparada para estas cosas que suceden en la Argentina, que son los planes de estabilización.
¿A qué se refiere?
Se modifican las reglas de juego para empresas que vienen trabajando de una misma manera hace muchísimos años. Se habla mucho de la reconversión de la industria argentina. Más allá de las reformas que tendrán que venir para que el país sea viable, esta reconversión se forzó mucho y, en general, es difícil adaptarse sin tener una buena planificación.
Ahora estamos en una etapa de sincerar las posibilidades de la compañía en cuanto a qué es lo que puede pagar a futuro. Pero, principalmente, estamos tratando de reformar procesos internos que, también, se facilitan en los momentos de crisis. Esto requiere cambiar ideologías y formas de trabajo que se vienen ejecutando hace muchos años. En eso, hay mucha productividad a ser ganada en la Argentina.
Cuando se refiere a eficientizar, cambiar ideologías y formas de trabajo, ¿piensa en desvincular personal?
Siempre, los que más sufren la crisis son los trabajadores de la empresa. Pero, en este momento, no nos planteamos reducir personal. No vamos a ir a un procedimiento preventivo de crisis para intentar reducir la plantilla. La realidad es que vamos a tratar de eficientizar y, si esto lleva a que, dentro de una cierta cantidad de tiempo, tengamos que tomar esa decisión, lo haremos. Sin embargo, se pueden hacer estas cosas de una manera virtuosa. Esto no quiere decir que no tenga que ser ácido en el análisis ni en tomar decisiones difíciles. Pero no es una prioridad.
¿Cuál es el primer paso, entonces?
Parte de esta decisión fue ver si la empresa tiene valor y si puede ser virtuosa. La segunda parte es definir cómo podemos mejorar la productividad. En este caso, tuvimos que hacer un aporte de dinero muy importante para poner de pie a la empresa y que empiece a generar caja.
Es una compañía que factura cerca de u$s 200 millones al año, por lo que tiene que tener un capital de trabajo adecuado para empezar a funcionar. El compromiso que tomamos, junto a inversores (algunos del exterior, de mis épocas de Wall Street, y otros locales), fue de u$s 18 millones. Es un préstamo posconcursal a la compañía y, con eso, más los ajustes que tenemos que hacer en este período que nos da la Ley de Concursos y Quiebras, entendemos que vamos a poder avanzar en las reformas que tenemos que hacer para que Celulosa empiece a generar una caja positiva y que la rueda empiece a girar. De hecho, ya empezó. Prendimos las máquinas de la planta de Capitán Bermúdez, que ya están funcionando a pleno. La de Zárate, en tanto, tiene algunos problemas por ahora.
¿Celulosa vuelve a exportar?
Ya estamos planificando un envío a Brasil. Es una de las pocas plantas del planeta que hace desde la pulpa hasta el papel: recibimos el árbol y entregamos el papel definitivo. Eso nos da la posibilidad, cuando es conveniente, de exportar un poco. Pero el mercado interno tiende a tener mejores precios porque, por la propia estructura de la empresa y su capacidad de generar stock, se le baja el capital de trabajo a las distribuidoras y a las librerías. De otra manera, tendrían que importar y el papel es pesado y ocupa espacio, es volumétrico.
¿Qué futuro le ve a la empresa?
Mi forma de entrar es que no necesariamente hay que romper. Yo no compro empresas que no son virtuosas, ni compro para desguazarlas. Trato de comprar empresas para ponerlas de pie, como el caso de mi inversión en Vicentin. Tiene que ver con intentar que la compañía se reponga porque es un orgullo para la Argentina. Obviamente, quiero hacer un buen negocio. Pero quiero que la empresa siga funcionando. Hay una parte de valor en estas compañías como para desguazarlas y romperlas todas.
No digo que mañana no sea estratégico vender un activo de Celulosa. Pero, primero, tenemos que ver qué negocio tenemos, que tan eficiente es, cuáles son los márgenes, donde estamos perdiendo, cómo podemos eficientizar, dónde podemos hacer inversiones y, en el medio, tenemos que discutir el tema de la deuda. Yo no cobro absolutamente nada de Celulosa y no pretendo hacerlo hasta que no pueda repartir dividendos.
La semana pasada, Molinos Agro y LDC presentaron un pedido de impugnación de su voto en la causa Vicentin. ¿Qué opina al respecto y qué salida le ve al cramdown?
Fue un disparate jurídico. Ir a decir que alguien no puede comprar una deuda después de que se concursó una empresa y que, por eso, no tiene derecho a voto, es un disparate. Además, el voto que tenía la deuda que compré era la homologación y yo no lo cambié. Una vez que la homologación se cayó y fue a cramdown, yo tengo derecho de hacer los acuerdos que quiera con quien quiera. Es parte de lo que se trata quedarse con la compañía.
Estoy bastante enojado con eso. Hay cosas que son esenciales en este caso y es el hecho de pasar el mal trago lo más rápido posible. Es lo que vamos a tratar de hacer con Celulosa. No quiero que este proceso se siga alargando, cuando hay una opción en la mesa que plantea que Vicentin va a volver a ser lo que fue y no que va a ir a una quiebra para que se desguacen los activos ni que se eliminen puestos de trabajo. Si el juez no anula mi voto, que no puede hacerlo, porque hay jurisprudencia infinita sobre eso, las salidas son pocas. O sale el cramdown en favor de Grassi o Vicentin va a la quiebra. No veo que ellos (N.d.R.: Molinos Agro y LDC) puedan quedarse con la compañía si mi voto no puede ser anulado.
¿Entonces?
Creo que va a salir bien. Grassi esta muy cerca. Acordó con Bunge y Cargill. Todos los actores estamos de acuerdo en que queremos una salida virtuosa, que Vicentin se ponga de pie y que funcione como lo que era. Pero bien manejada y con los incentivos bien puestos.
¿A qué se refiere con incentivos?
Eso es lo que hay que tener en cuenta en la Argentina. Cuáles son los incentivos que el país te hace forzar. Las tasas no van a ser negativas, sino positivas. Hay que cuidar el capital de trabajo, pero ya stockear no sirve, así que hay que trabajar eficientemente y, todo eso, dándoles a los accionistas sus dividendos. Después, es decisión de cada uno si quiere pagar dividendos o reinvertir para que a la compañía le vaya mejor todavía. Se puede lograr porque lo logran las compañías de Perú, de Paraguay. No estoy hablando de Suiza.
¿Cómo ve la actualidad en la Argentina?
Este gobierno ha hecho algunas cosas que eran imposibles de pensar previo a su llegada, como el superávit fiscal y la desregulación. Hoy, todas las empresas públicas ganan dinero, cuando, antes, perdían fortuna. Es el caso de Aerolíneas Argentinas o de YPF. Sin embargo, que el dólar sea barato en la Argentina significa dos cosas.
¿Qué?
Primero, que la gente siempre lo compra, porque ningún argentino ahorra en pesos. Es una moneda de trading pero no de ahorros. No importa cuánto gane un argentino, siempre va a ahorrar en dólares. Al ser una moneda de trading, cuando está barata, la gente lo percibe. Del otro lado, está la cuenta de capital, que vemos que se están fugando dólares. Los viajes al exterior explotaron porque, tal vez, hasta dentro de cinco años no vuelva a pasar; esto son u$s 5000 millones por mes que se están fugando. El coletazo de eso es que la industria argentina sufre, porque no está preparada para competir libremente y con un dólar barato con el mundo. Lo que falta es una reforma laboral, seguida de una impositiva.
¿Lo ve posible?
Creemos que la Argentina va a tener que resolver sus dilemas. Va a ser muy difícil que no se busque eficiencia empresarial. De mi lado, como dueño de Cima, el foco será eficientizar y generar productividad en las empresas en las que invertimos. Ahí está el premio para el empresario argentino, si es que lo sabe hacer. La reforma laboral es indispensable porque el 50% de la economía es en negro. Entonces, si se incorpora un 30% a la economía en blanco vía trabajo, la masa de recaudación crece. Cuando eso pasa, se pueden empezar a bajar los impuestos. De otra forma, reaparecería el déficit fiscal.
¿Qué es lo que debería pasar en el país en los próximos años?
Es necesario crear un puente entre la Argentina actual y las empresas del futuro hasta 2027, pero flotando alto. El dólar debe tener el nivel de tipo de cambio que permita comprar u$s 2000 millones por mes de reservas. Esa es la fórmula. Si comprara u$s 24.000 millones al año, la deuda estaría resuelta, bajaría el riesgo país a 400 puntos y la Argentina podría emitir deuda nueva. Con superávit fiscal y un ingreso de entre u$s 1000 millones y u$s 2000 millones mensuales en la cuenta corriente, se acabó el problema.
No soy negativo, estoy comprando empresas en la Argentina. Estoy apostando a Celulosa a tres o cuatro años. Lo que creo es que el país tiene que flotar alto hasta que se haga el puente. La Argentina perdió la posibilidad de tomar préstamos y también perdió la moneda. Entonces, al no tener moneda y no tener prestamista, solo se vive con lo puesto. Y, si bien la situación se va a normalizar en el mediano plazo, obviamente, la turbulencia y la volatilidad van a existir.
¿Qué es lo que lo hace pensar en una mejora?
Ya pasamos por los intentos en los que están inmersos los Estados Unidos y España, por ejemplo. Ya nos dijeron que iba a estar todo mejor y no lo estuvo. Ahora, ya sabemos que hay que hacer un esfuerzo y que duele. No hay otra opción porque no hay plata ni nadie que preste. En eso somos únicos.
Fuente El Cronista

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