Por Fernando Novalbos Sánchez
Antes de comenzar a desmadejar un asunto tan exasperante, debo aclarar que he tenido malos días. Si por esto entienden que hago referencia a las consabidas anunciaciones de algunos galardones, en sí mismos deteriorados por su propia denominación de origen, no sé cómo, pero se me han agriado los cinco sentidos, y me parece increíble, intolerable y hasta antinatural el suceso; tanto que alzaré la voz contra este remilgo incendiario. Tampoco citaré a sus predecesores: solo hablo de literatura, no de la estrategia creada con ella, algo, por otra parte, lícito y normal.
«Todavía no he leído una sola crítica hacia el premiado que lleve a la complacencia».
Yo también contemplo una relación abierta con el arte de la expresión verbal, aunque garantizo que jamás hubiera puesto como pretexto a la literatura popular o la elitista para defender lo indefendible, utilizando nada menos que los nombres de Miguel de Cervantes o Charles Dickens, ambos considerados dos de los mejores novelistas en diferentes épocas. Por lo que parece incomprensible salir premiado de un concurso acuñando semejante barbaridad entre labios, solo por ignorar el propósito de quien ejerce la crítica libremente.
¿El truco consiste en ofrecer más de lo mismo al lector para engatusarle con ideas fraudulentas alejadas de la realidad literaria? Parece ser que sí. Todavía no he leído una sola crítica hacia el premiado que lleve a la complacencia, y me postulo: amo la literatura, si no sobre todas las cosas, sí sobre casi todas, y en este caso caben las dudas en proporciones desorbitadas.
Confieso —igual que confirma el anunciante Juan del Val en su rueda de prensa, escudado en quienes formaron parte del jurado que, a la postre, le auparon con el galardón— desconocer el contenido de Vera, una historia de amor, novela con la que no pasará a la historia más que por haber conseguido una paga extra de un millón de euros.
A fin de cuentas, el final de toda crónica anunciada arroja el fuego de su propia llama en el pebetero. Trabajar en un medio de comunicación afín al established business, tan de moda, tiene su connotación elemental: dejar el botín en casa, sin dar importancia alguna a la luz tras el celuloide de otros aspirantes merecedores de un premio similar y de muchos más. Entonces, si la magia de conseguir un gran premio viene instaurada por la empresa para la que trabajas, buscaré empresa.
Vivir con el rictus de no sentir un cuchillo en la garganta no solo aflojará el desenlace de cada párrafo, también permitirá participar en muchas polémicas, alentar discusiones sin aparecer en una sola tertulia literaria y, de paso, atiborrar el bolsillo con dinero fácil y, por encima de todo, resultar gracioso.
«Si la magia de conseguir un gran premio viene instaurada por la empresa para la que trabajas, buscaré empresa».
Fernando Novalbos
Estamos intoxicando el mundo con tristezas alegres: alegres para quienes hacen acopio de lo que les llueve por gracia divina, y tristes para los que nos dejamos la piel bajo la lluvia; argumentos contrapuestos que dan rienda suelta a una oportunidad única: hacer del engaño un arte. No precisamente intelectual.
Ahora desearía explicar el significado de una elegía, pero sin haber palmado nadie, debiera ser el insigne ganador de la prueba quien invite a conocer su descaro premeditado una vez rebasada la meta, y explicar su falta de rigor a la hora de hablar de cualquier cosa, menos de literatura. Ni siquiera la muerte cumple con esa condición malévola.
Pero sí estoy de acuerdo en una cosa: cuando dice que es de una gran pobreza intelectual pasar por el aro de la indecencia. Y él —siento mucho esta presunción— ha puesto en fila de a uno a miles de personas, escritores decentes y nada menos que a 1.320 historias presentadas al concurso que, cómo no, la editorial triturará como una apisonadora, deleite de millones de televidentes asombrados ante una conquista rebañada e incondicionales.
Por tanto, la elegía —jamás formada por tercetos encadenados, como los de la Elegía de Miguel Hernández— amarra una secuencia alevosa e impertérrita que garantizo que me ha dejado un mal sabor de boca.
Conste que poseo un montón de libros de la editorial adjudicataria, casi todos de enorme valor, y no juzgo la calidad de la novela en concreto. Doy por sentado que será de lo mejor que el lector lea si acaba de leerla. La historia no es para menos, y si no, pregunten a Vera por las palabras de amor que le escribió su Juan con el seudónimo de Elvira.
¿Será la estrategia del conquistador?
                                
                                
			
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