Toledo, 16 de noviembre de 2025 – Total News Agency-TNA- Para Juan Francisco Romera, correr no es un hobby ni solo un recuerdo de sus años de élite: es, como él mismo define, “mi vida” y “mi droga”. A los 65 años, este fondista nacido en Bohonal de los Montes y forjado en Torrijos y Toledo lleva más de 250.000 kilómetros acumulados en sus piernas, el equivalente aproximado a dar seis vueltas completas a la circunferencia de la Tierra, y sigue entrenando a diario con la misma disciplina de cuando peleaba por récords nacionales en los grandes maratones del mundo.
Romera descubrió pronto que, aunque en otros deportes se consideraba “un manta”, corriendo era distinto. En el recreo nadie lo alcanzaba y a los 11 años se colgó su primera medalla escolar representando al colegio San Gil de Torrijos: quedó primero de su centro y tercero en la carrera, entrando casi por casualidad en el atletismo competitivo. Desde entonces empezó a participar en pruebas de fondo, pero su vida tomó un desvío cuando decidió cumplir otro sueño: hacerse marinero.
El giro decisivo llegó precisamente en el mar. Embarcado en un mercante, pronto se dio cuenta de que aquella profesión no era lo que imaginaba. Mientras el resto de la tripulación mataba las horas jugando a las cartas o bebiendo, Romera comenzó a correr en la pequeña cubierta del barco durante los dos meses que duró la travesía. Ese hábito le reveló con claridad qué quería realmente: correr maratones. Apenas pisó tierra, viajó a Madrid y se inscribió en la prueba de 1984, con 24 años y casi sin preparación específica. Terminó su primera maratón en 2h45m, con buenas sensaciones, y escuchó por primera vez la pregunta que le cambiaría la vida: “¿Por qué no te dedicas a esto?”.
Bajo la guía del mítico entrenador Martín Velasco, Romera se integró en un club toledano y su progresión fue fulgurante. En 1987 ganó la maratón de San Sebastián, empezando a hacerse un nombre en el fondo español. Al año siguiente llegó la invitación a Nueva York, la carrera icónica que lo catapultó definitivamente. Allí encabezó en solitario el grupo de punta durante más de una hora y, junto a otros cuatro compañeros del club San Pablo Rodper, logró algo que ningún equipo español ha repetido: ganar por equipos el maratón neoyorquino representando a España.
El punto culminante de su trayectoria llegó en Londres, el 22 de abril de 1990. Ese día, Romera se colgó el bronce en una de las pruebas más prestigiosas del calendario mundial y se convirtió en el primer español en bajar de 2h11m en maratón, con un registro de 2h10m48s que supuso el récord de España y lo mantuvo en la élite internacional durante varios años. Para entonces ya había demostrado también su nivel en otros grandes escenarios, con actuaciones destacadas en Hamburgo, Chicago y otras plazas europeas.
Romera disputó en total 15 maratones de alto nivel, pero hay una que guarda en un lugar especial de la memoria: Atenas 1995. Desde que decidió dedicarse al fondo, había soñado con recorrer el itinerario mítico de Filípides, de Maratón a Atenas. Cuando por fin pudo hacerlo, no solo cumplió ese deseo íntimo, sino que además consiguió el bronce con el equipo español en esa prueba, cerrando así el círculo simbólico que lo unía a la historia clásica de la distancia de 42,195 kilómetros. Un año después, con la sensación de haber alcanzado todas sus metas en la élite, decidió retirarse de la alta competición.
Tres décadas más tarde, Romera sigue calzándose las zapatillas con la misma naturalidad de siempre. El año pasado subió al podio con el Club de Atletismo Torrijos en la 10K Máster del Campeonato de España y su próximo objetivo es clasificarse otra vez para el nacional de la distancia, sin obsesión, pero con la ambición intacta de pelear por un nuevo podio. “Hay que tener objetivos en la vida. Si no sale, no pasa nada”, repite, con una mezcla de humildad y determinación que lo ha acompañado desde aquellos primeros recreos escolares.
Hoy vive en el Casco Histórico de Toledo, la ciudad que considera su verdadera casa. En una habitación junto a un patio del siglo XV guarda, lejos de la ostentación, el resumen físico de una vida dedicada al fondo: medallas, trofeos, carteles de grandes maratones internacionales, recortes de prensa y discos con sus mejores marcas. No es un museo abierto al público, insiste, sino “el espacio de su vida”. Allí, rodeado de recuerdos, Romera se prepara cada día para seguir haciendo lo que le da sentido a todo lo demás: correr, hasta que el cuerpo diga basta.

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