Carlos “El Indio” Solari ha vuelto a hablar, y como suele suceder cada vez que rompe su reclusión de mármol, lo hace para escupir sobre la voluntad popular. El hombre que dice que “si votás a Milei estás para cagarle la vida a los demás”, olvida —o elige ignorar— que está insultando al 56% de un país que eligió democráticamente un cambio, convirtiendo al actual Presidente en el más votado de la historia de nuestra democracia. Pero, ¿qué sabe de democracia alguien que vive encerrado en su propia torre de marfil?
Es fácil dar cátedra de moral y justicia social cuando se vive la mitad del año en Nueva York, disfrutando de las mieles del capitalismo que tanto critica en sus letras crípticas. Solari es el arquetipo del “comunista de cotillón”: predica la revolución para las masas empobrecidas mientras él acumula millones en moneda dura, lejos del barro que pisan sus fieles.
Hoy vemos a un hombre consumido. No solo por un Parkinson que muchos, en voz baja y no tanto, se atreven a señalar como un karma implacable, sino consumido por su propia fobia social. Ese asco a la gente que disfraza de “agorafobia” y mística de rockstar, pero que no es más que el desprecio de un misántropo que necesita del público solo para engrosar su cuenta bancaria, pero que no soporta mirarlos a los ojos.
Hablamos del mismo personaje que construyó su estética sobre el robo descarado. Ese que, envidioso del talento genuino, esperó a que muriera Luca Prodan para raparse y apropiarse de una imagen que nunca le perteneció. El mismo que, con esa voz que suena a “frenada de choque”, ha precarizado sistemáticamente a sus músicos, tratándolos como piezas descartables en su maquinaria de facturación, mientras él se erigía como el único Dios del escenario.
Pero su hipocresía estética y política palidece ante su prontuario moral. Solari tiene las manos manchadas y la memoria selectiva. Es el ídolo de barro que se desentendió de la muerte de Walter Bulacio en 1991, mirando para otro lado mientras la policía cazaba a sus seguidores. Es el responsable moral de los 28 heridos en Huracán (1994), de la muerte de Lencina en Villa María (1995), de la sangre de Ríos en River (2000) y de Filipi en 2001.
Y como si la historia no le pesara, repitió el horror en Olavarría 2017, donde Bulacio y León perdieron la vida en una ratonera humana armada por la codicia de vender entradas sin límite, mientras él, desde arriba, pedía que “cuidaran a los que estaban desmayados” para luego huir en un jet privado, dejando el caos y la muerte atrás.
Hoy, este millonario recluido intenta darnos lecciones de moralidad cívica. Intenta decirnos qué votar y cómo pensar. Pero ya nadie te cree, Indio. Tu demagogia se cae a pedazos. A nosotros, los que elegimos la libertad, no nos corre más tu discurso de barricada VIP.
Al final, tenías razón en una sola cosa, aunque no como vos creías. Para tus seguidores, y para las víctimas que dejaste en el camino por tu negligencia criminal:
“VIVIR SOLO COSTÓ VIDA”.

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