
La Causa de los Cuadernos no es un expediente judicial más, es la radiografía de un sistema de corrupción sistémico que, durante los 12 años de los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, parece haber operado con una impunidad asombrosa.
No es una causa más, este caso representa la prueba más contundente de cómo la caja negra del Estado se convirtió en la principal fuente de financiamiento ilegal de la política y el enriquecimiento personal de una élite.
La meticulosidad de Oscar Centeno, el exchofer devenido en un accidental delator de la corrupción, expone la normalización del delito. Sus anotaciones no hablan de hechos aislados, sino de una logística aceitada, casi empresarial, donde los bolsos con millones de dólares eran parte de la rutina semanal.
Que las entregas tuvieran como destino final el departamento de la expresidenta Cristina Kirchner o en la Quinta de Olivos elimina cualquier duda sobre la jerarquía y el conocimiento de la maniobra. “La jefa” no solo sabía: comandaba.
La Causa de los Cuadernos pone en evidencia un complejo entramado de acusaciones de corrupción con anotaciones que describen una ruta de dinero que implica pagos ilegales relacionados con contratos de obra pública y otros acuerdos estatales.
El mecanismo era simple en su obscenidad: el Estado garantizaba contratos millonarios con sobreprecios escandalosos a un puñado de empresarios amigos quienes luego retornaban parte de ese dinero malversado a las arcas del poder político… pero no público.
Este modus operandi no solo es un delito de cuello blanco, sino una traición a la confianza pública, un desvío flagrante de fondos que debieron destinarse a hospitales, escuelas o rutas. La complicidad público-privada fue la columna vertebral de este saqueo.
Lo más preocupante no es solo la cifra astronómica de dinero involucrado, sino el daño institucional que este sistema ha generado. La impunidad percibida durante años, sumada a las maniobras judiciales que buscan dilatar los procesos o sembrar dudas sobre la validez de las pruebas, atenta contra los pilares mismos de la República.
El mensaje que queda en la ciudadanía es devastador: que el poder político puede operar al margen de la ley sin consecuencias reales. O al menos así lo fue durante muchos años. Hasta que el poder de turno cambió de color.
La defensa, anclada en la retórica del “lawfare” o persecución política, no logra tapar el sol con la mano. Los hechos descriptos en los cuadernos, validados por testimonios de arrepentidos y pruebas documentales, dibujan un escenario que excede cualquier maniobra mediática o judicial.
La corrupción sistémica que parece haber operado bajo el paraguas del kirchnerismo no fue un invento de los medios o de la oposición; fue, lamentablemente, una realidad que la justicia, a pesar de las presiones, tiene el deber de desentrañar por completo.
Lo que revelan los cuadernos trasciende una sigla partidaria; es un espejo en el que toda la clase dirigente debería mirarse. La connivencia entre el poder político y el dinero sucio del Estado nos ha costado décadas de desarrollo y ha minado la credibilidad en la democracia misma.
La única “épica” posible ahora es la de la rendición de cuentas, la de una justicia que demuestre que, en Argentina, el que roba fondos públicos, pierde todo, incluso la impunidad.
Este artículo se publicó primero en Mendoza Today.
Fuente Mendoza Today

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