
Durante el hoy finalizante 2025 el peronismo sufrió uno de sus procesos de reconfiguración más complejos desde el retorno democrático, marcado por una bicefalia de poder que tensiona cada estructura del movimiento.
La asunción formal de Cristina Kirchner como presidenta del Partido Justicialista Nacional, concretada tras la salida de Alberto Fernández, marcó el inicio de un año calendario dedicado a intentar centralizar la resistencia frente a las reformas estructurales del gobierno del presidente Javier Milei.
Sin embargo, este intento de orden vertical desde el Instituto Patria encontró una resistencia silenciosa pero persistente desde la Casa de Gobierno de la provincia de Buenos Aires.
Axel Kicillof transitó el 2025 bajo una premisa de autonomía que el kirchnerismo tradicional interpreta como un movimiento rebelde especialmente tras la decisión del gobernador de impulsar un armado político propio de cara al 2027 sin la bendición de la conducción nacional.
Esta disputa de liderazgos no sólo se dirimió en despachos, sino que ha permeado hacia el territorio, donde la convivencia entre La Cámpora y los sectores territoriales se volvió extremadamente frágil.
Durante el último tiempo, la tensión escaló significativamente en el Conurbano bonaerense, con distritos como Quilmes y Lanús convirtiéndose en epicentros de cruces públicos entre los movimientos sociales referenciados en Juan Grabois y las estructuras municipales de la organización liderada por Máximo Kirchner.
A este escenario de fragmentación interna se sumó la presión de los gobernadores del interior, quienes, encabezados por figuras como Ricardo Quintela, intentaron durante gran parte del año dotar al PJ de un perfil más federal, aunque terminaron replegándose en un pragmatismo táctico ante la necesidad de negociar recursos con la Casa Rosada.
El cierre de este año deja al peronismo en una situación de tregua forzada. A pesar de los choques legislativos por la reforma del sistema de votación y las PASO que dividieron aguas en abril, diciembre de 2025 muestra un intento de unidad puramente instrumental entre Kicillof y Máximo Kirchner para blindar la gestión provincial.
Hoy la conducción de Cristina Kirchner enfrenta el desafío de contener a los sectores que reclaman una renovación generacional mientras el partido intenta resolver si su identidad futura será de resistencia doctrinaria o de reconstrucción hacia el centro del espectro político, en un escenario donde la unidad ya no se garantiza por disciplina, sino por la urgencia de la supervivencia electoral.
Esta fragilidad estructural se ve profundizada por un fenómeno inédito en el liderazgo de la exmandataria: el progresivo desvanecimiento de su centralidad absoluta tras la ratificación de su condena judicial.
Desde que la sentencia quedó firme, el “operativo clamor” que históricamente ordenaba a la tropa ha perdido eficacia, dando lugar a un peronismo que, por primera vez en dos décadas, se permite discutir sus autoridades en público.
La pérdida de poder real de Cristina Kirchner se manifiesta no solo en la resistencia de los gobernadores a seguir sus lineamientos legislativos, sino en la percepción interna de que su figura, aunque todavía aglutinante para un núcleo duro, ha dejado de ser la garantía de victoria electoral que alguna vez fue.
En este nuevo ecosistema, el peronismo llega al 2026 frente al espejo de una transición forzada, donde la conducción mística del pasado choca contra la urgencia de un recambio que ya no le teme al vacío de poder que dejaría su eventual retiro de la primera línea.
Este artículo se publicó primero en Mendoza Today.
Fuente Mendoza Today

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