LA HABANA, Cuba. – Los domingos siempre fueron días de paseo, días de ir al zoológico, si es que se tiene uno cerca; días de parques de diversiones, si es que hay parques de diversiones. Los domingos siempre fueron días de helados y Coppelias, si helados y Coppelias hubieran. Los domingos son días de esparcimiento o descanso, de familia, días de holgazanería grande para que el lunes sea de mucho trabajo. Los domingos, en muchos sitios, son días de almuerzos suculentos en familia, de risas y música, incluso de algún trago para los mayores. Los domingos se hicieron para el esparcimiento.
Los domingos son los domingos en todo el mundo, hasta tanto se demuestre lo contrario; pero en Cuba los domingos son como un día cualquiera, igualito a su antecesor, análogo al sucesor. Nuestros domingos son como los lunes, llenos de angustias y como cualquier otro día de la semana. La única diferencia que tiene el domingo con el resto de los días, es que no habrá que ir a la escuela y tampoco a algunos trabajos.
En los domingos trabajan los cantantes y los bailarines, los actores de teatro, el médico y la enfermera; pero el domingo es también un día de trabajo en la casa, sobre todo para quienes “trabajan en la calle”, y para algún que otro desdichado que no tiene otra cosa que hacer que no sea trabajar y trabajar, hasta el final de sus días.
El domingo está siempre lleno de niños en la calle: niños que juegan a la pelota, que juegan a las bolas; niños que juegan a jugar, aunque no jueguen. Eso son los domingos en Cuba; pero hay otros peores, como el más reciente de nuestros domingos, ese día de falsas elecciones, ese domingo en el que algunos cubanos, al parecer mayoría, asistieron a una especie de urna para fingir que elegían algo, que votaban por algo, que salían de un trago amargo lo más rápido posible, lo más cobardemente posible. Pero había algo más, y más triste.
Y sin dudas lo más triste fue esa farsa que siempre se repite y que son esas elecciones de delegados que no representan nada y que tampoco resuelven nada; que son solo una voluntad del Gobierno, una representación del Gobierno, una mala costumbre de los comunistas en el poder, quienes hacen lo que les place, lo que les parezca, porque el mundo es, para ellos, su voluntad y su representación; pero no esa voluntad a la que Kant veía como el verdadero deber.
Para los comunistas cubanos la representación consiste en hacer creer que su voluntad es la del pueblo; esconder, y a cualquier precio, que la voluntad es la del Gobierno, mientras que la representación, guiada por el maestro de ceremonias o por el director de la escena, de todas las escenas, es también el pueblo, lo cual también es falso. La Isla es voluntad, por un lado, mientras que por el otro es representación. Y ambas, tanto la voluntad como la representación, son dirigidas y seguidas en sus detalles por el poder, que es un jefe de escena, un director de puesta en escena. Todo es voluntad que se convierte luego en representación.
Es espantoso, aborrecible, que los niños pierdan su domingo, su día de descanso, de juegos, en una payasada que los lleva a ponerse la mano diestra cruzando el escenario de sus frentes, para repetir en letanía “Votó, votó, votó”, y así hasta el último votante, en lugar de estar en el parque infantil, que no existe; en el parque del barrio, que está destruido; en el breve terreno de pelota, que está enyerbado; en los cines con programación infantil, que ya no existen; en la infancia que se les escapa en un santiamén.
La voluntad de un gobierno no debe irse por encima de nada de eso, porque entonces será, como sucede en Cuba desde hace 60 años, voluntarismo, y el voluntarismo es perjudicial, sobre todo para los niños, porque siempre se va por encima del entendimiento, de las buenas voluntades, de las libertades y los amores. El voluntarismo de un gobierno no puede irse por encima de las necesidades de sus niños, que son el futuro.
Los niños tienen que cantar, no cuidar urnas ni ser como el Che. Los niños tienen que jugar, y tener muchísimos juguetes, muchas posibilidades de tener juguetes que alimenten su futuro, y comida que alimente su presente, que concreten su salud. Los niños no son títeres, no son representación, y Cuba tiene que dejar de ser, de una vez y por todas, un retablo. Todo los demás es perjudicial, pura fanfarria. Es aterrador el gobierno que usa a sus hijos más pequeños en esas farsas tristísimas, horrendas. Y el poder no es más que esa señora que rompe con su sombrero la farola, las esperanzas de los niños, incluso sus virtudes.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +525545038831, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.
Fuente Cubanet.org