LA HABANA, Cuba.- Según Anna Di Stasi, directora del Departamento de Arte Latinoamericano de las casas de subasta Sotheby’s, un cuadro del pintor cubano Wifredo Lam podría valer entre 8 y 12 millones de dólares. Eso lo convierte, por mucho, en el artista visual más cotizado de cuantos han nacido en la Isla, con un récord histórico de 9.6 millones de dólares pagados por el cuadro Omi Obini, en una subasta de Sotheby´s en junio de 2020.
Antes de esa fecha, otra obra de Lam había ocupado titulares tras ser subastada en París por 5.3 millones de dólares. Muy por debajo de esas marcas se alinean Tomás Sánchez, Carmen Herrera, Roberto Fabelo y Manuel Mendive.
La obra de Wifredo Lam es el paradigma del arte moderno cubano. Los períodos creativos que definieron su quehacer, desde una etapa inicial próxima al realismo con influencias de los grandes maestros españoles, hasta el cubismo, el surrealismo y la abstracción que conoció de primera mano durante su larga permanencia en Europa, siguen cautivando la atención de especialistas, artistas, galeristas y coleccionistas privados.
El pintor de los “diablitos cuadriculados” nació y creció en Sagua La Grande, actual provincia de Villa Clara, entre la exuberancia de la campiña cubana, la veneración a los ancestros de su padre, el catolicismo de su madre y las prácticas yorubas de su madrina. Así fue conformando un imaginario riquísimo que años más tarde se convertiría en el sello de una de las obras pictóricas más trascendentales del mundo hispano.
A 120 años de su nacimiento, ningún experto podría afirmar tener la última palabra con respecto al significado de su posicionamiento estético. Lam es un enigma que puede resultar perturbador. Es poesía visual, furia, terror y muerte. Es mestizaje, racialidad y religiosidad profundas.
Wifredo Lam fue, además, un hombre marcado por dolorosas pérdidas personales, que se unió a la lucha por la preservación de la república española tras el estallido de la Guerra Civil, en 1936.
Lamentablemente, su republicanismo no se hizo extensivo a lo que ocurrió en Cuba después de enero de 1959. El autor de La silla, La jungla, Tercer Mundo y tantísimas obras de impresionante factura, se abstuvo de condenar el régimen instaurado por Fidel Castro, que cayó como una lápida sobre la libertad de creación.
Hoy, la mayoría de los artistas plásticos cubanos emulan la actitud del genio de Sagua La Grande frente a una dictadura tan cruel como la de Franco. La única diferencia es que su servilismo, o pretendida neutralidad, superan con creces la calidad de sus obras.
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Fuente Cubanet.org