HARRISONBURG, Estados Unidos. — Este primero de febrero se cumplen 150 años de la muerte de María Gertrudis de los Dolores Gómez de Avellaneda y Arteaga, altísima figura de la literatura hispanoamericana del siglo XIX.
A pesar de su largo nombre —algo usual en la época— esta poetisa, dramaturga, escritora y adelantada feminista fue también conocida en los círculos literarios españoles como “La Avellaneda” o, sencillamente, “Tula”.
Se afirma que tuvo un carácter recio y de ello dio fe con apenas quince años de edad, cuando rompió el compromiso matrimonial que había concertado su abuelo materno con un rico y lejano pariente. Por tal razón su abuelo la excluyó de su testamento. Esa posición en defensa de sus sentimientos la acompañó siempre.
Salió de Cuba con su familia cuando tenía 22 años y durante la travesía escribió su famoso soneto “Al partir”, considerado una pieza antológica de la lírica insular. En él ya estaban presentes algunos temas que continuaría abordando, como la introspección y el desgarramiento existencial.
España, tierra de su consolidación literaria
Una vez en España, la familia de “Tula” se estableció en La Coruña, ciudad donde residían los familiares de su padrastro. Allí escribió sus primeros poemas y volvió a dar muestra de su independencia y fortaleza de carácter al romper su noviazgo con Mariano Ricafort Palacín y Abarca, debido a que este no aprobaba que su novia fuera escritora.
Junto con su hermano, Manuel Gómez de Avellaneda, la poetisa se trasladó a Andalucía, donde publicó sus primeros versos en periódicos de Cádiz y Sevilla con el seudónimo “La Peregrina”, obteniendo gran reconocimiento.
Se instaló en la ciudad de Sevilla, donde conoció en 1839 a quien sería el primer gran amor de su vida, Ignacio de Cepeda Alcalde. Con él vivió una relación tormentosa, en la cual no se sintió correspondida. Eso la marcó para siempre. Los entresijos y desencuentros amatorios quedaron registrados en su correspondencia, publicada después de la muerte de Cepeda. Fue también en Sevilla donde Gertrudis dio a conocer su primera obra de teatro, el drama “Leoncia”.
En 1840 se trasladó a Madrid, insertándose con gran éxito en la vida literaria y cultural de la metrópoli. Allí publicó, un año después, su primer libro de versos, titulado “Poesías”, que fue recibido con beneplácito por la crítica de la época. Ese mismo año publicó su novela “Sab”, que algunos erróneamente continúan calificando como la primera novela antiesclavista, cuando lo cierto es que ese mérito corresponde al también cubano Anselmo Suárez Romero.
En 1842 la Avellaneda publicó su novela “Dos mujeres”, que provocó el surgimiento inmediato de algunos detractores debido a la posición que la autora asumía con respecto a la defensa de la mujer y su derecho al divorcio como solución a las relaciones impuestas. Su tercera novela, “Espatolino”, la convirtió en una pionera en el tratamiento de una de las aristas del tema penitenciario.
Si ya con estas obras la cubana había alcanzado relevancia, su segunda obra de teatro, titulada “Alfonso Munio”, estrenada en 1844, provocó que obtuviera un triunfo apoteósico en el mundo intelectual de la época, el cual no solo potenció su valía como escritora, sino que la convirtió en una celebridad ineludible.
En paralelo a su creciente fama como escritora se produjo su encuentro con el poeta Gabriel García Tassara, con quien sostuvo otra relación amorosa, tan tormentosa como la anterior. La cubana quedó embarazada y soltera en medio de una sociedad pacata, enclaustrada más en la rigidez de la costumbre y la sentencia infalible, que en la comprensión de los dramas humanos. Intuyendo las consecuencias de sus actos y quizás desesperada por lo que se avecinaba, escribió el poema “Adiós a mi lira”, pensando que su carrera literaria había llegado a su fin.
Sin embargo, en 1845 obtuvo los dos primeros premios de un concurso convocado por el Liceo Artístico y Literario de Madrid, lo cual la colocó en el pináculo de la fama. Esa aureola de éxito se vio ensombrecida por la actitud asumida por Tassara y la muerte de su hija. Muestra del dolor que embargó a la escritora desde el nacimiento de la niña hasta su muerte, son las cartas que escribió al poeta pidiéndole que viera a su hija antes de que muriera, deseo que este no cumplió.
El 10 de mayo de 1846 Gertrudis se casó con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid, su primer esposo, pero dos meses después este moriría en sus brazos.
En 1856 contrajo matrimonio con el coronel e influyente político Domingo Verdugo y Massieu. Luego de un penoso incidente a raíz del estreno de la comedia “Los tres amores”, el esposo de la cubana fue herido gravemente, lo que provocó que el matrimonio decidiera viajar a Cuba con la esperanza de que el esposo sanara de sus heridas.
El recibimiento hecho a la poetisa en La Habana fue extraordinario, y durante su estancia en la Isla Gertrudis recibió numerosas muestras de cariño y admiración.
Con la muerte de su segundo esposo, en 1863, la escritora acentuó su espiritualidad religiosa hasta que murió a los 58 de edad en Madrid, el 1 de febrero de 1873.
En total escribió once novelas, de las cuales la más trascendente ha sido “Sab”. También dejó una amplia obra poética, varias leyendas y diecisiete obras de teatro.
Resulta difícil hallar un escritor latinoamericano del siglo XIX que haya alcanzado tanto éxito como Gertrudis Gómez de Avellaneda. Tal fue su fama que España la considera una escritora peninsular, mientras que los cubanos defendemos su pertenencia a nuestra cultura literaria. En cualquier caso, seguirá siendo una de las grandes en la historia de la literatura escrita en español.
Agasajada en el ámbito público, Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una adelantada que tuvo una infeliz vida privada. Se lanzó de bruces hacia dos amores turbulentos donde las pasiones alcanzaron su clímax, pero terminó como una asceta religiosa. Su vida fue un arco tensado entre ambos extremos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org