LA HABANA, Cuba. – A partir del momento en que los barbudos de la Sierra Maestra se hicieron con el poder político en Cuba, y muy especialmente tras la II Declaración de La Habana en 1962, comenzaron la faena de exportar su Revolución a un numeroso grupo de naciones de Asia, África y América Latina.
Esta última región, en particular, conoció de la presencia de grupos guerrilleros con participación directa de militares cubanos. Hay que recordar, por ejemplo, las incursiones de Antonio Briones Montoto en Venezuela, los acompañantes de Jorge Ricardo Masetti en la selva de Salta, en Argentina, hasta llegar a la aventura boliviana de Ernesto Che Guevara.
A lo anterior habría que agregar el cuantioso apoyo brindado por el castrismo a las guerrillas sandinistas en Nicaragua, y también en Guatemala, El Salvador, Perú, y los Tupamaros en Uruguay.
Pero los tiempos han cambiado. Ahora los aliados del castrismo han llegado al gobierno por vías institucionales. Es decir, por medio del voto de los electores en las urnas. En esas condiciones los gobernantes cubanos, haciendo gala de su camaleónico proceder, dejaron atrás, en general, la estrategia de desestabilizar a los gobiernos latinoamericanos.
En la nueva realidad los jerarcas del castrismo hacen gala de un apego a la institucionalidad, sobre todo en aquellas naciones donde gobiernan sus aliados. Rechazan las acciones de la oposición que tienden a defender la democracia en los países donde las dictaduras de izquierda amenazan con eliminar el Estado de Derecho, e hipócritamente proclaman a la América Latina como una zona de paz.
Es en ese contexto de cambio de rostro por parte de la maquinaria del poder en Cuba, que arribamos al 50 aniversario de la caída en combate del coronel Francisco Caamaño Deñó, devenido guerrillero en las montañas de la región Central de la República Dominicana.
En un aniversario cerrado de ese acontecimiento, el oficialismo cubano apenas recordó el hecho. Solo el periódico Granma, en dos renglones de su última página en la edición impresa del jueves 16 de febrero, apuntó lo siguiente: “En 1973 muere en combate, en República Dominicana, al frente de un grupo guerrillero, el coronel dominicano Francisco Caamaño Deñó”. Y nada más. Ningún otro medio de prensa, ni la televisión, ni la radio, se hicieron eco de la efeméride.
Y es que Cuba no fue cualquier cosa para Caamaño, porque después de su misteriosa salida de Londres a finales de los años 60, adonde fue enviado como agregado militar tras la convulsa situación que originó la intervención de la Organización de Estados Americanos (OEA) en su país, Caamaño se refugió en Cuba.
Aquí en la Isla, por espacio de varios años, se dedicó a preparar un grupo guerrillero para intentar derrocar el Gobierno de Joaquín Balaguer. A propósito, un presidente que había tenido una activa participación en la transición que siguió al fin de la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo, y al que ya casi ciego, todavía la ciudadanía le entregaba su voto para que continuara en la presidencia de la nación.
Se dice que Caamaño, ya próximo a partir hacia las montañas dominicanas, había abrazado la ideología marxista-leninista. Una razón más para imaginar que contara con el total apoyo de las autoridades cubanas con vistas a llevar a cabo su labor insurreccional.
Da la impresión de que ahora los castristas no desean recordar que fueron la retaguardia de la malograda aventura de Caamaño. Los que en estos tiempos pretenden hacerse pasar por pacifistas, quieren ocultar su pasado preñado de belicismo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org