LA HABANA, Cuba. – La oficial Central de Trabajadores de Cuba (CTC) y el Instituto Obrero Internacional (IOI) celebraron recientemente de manera virtual el evento “Fidel y la Clase Obrera Mundial”. Una cita que tuvo como objetivo central, según sus organizadores, “ahondar en la relación del Comandante en Jefe con los sindicatos de Cuba y el mundo”.
El secretario general de la CTC, Ulises Guilarte de Nacimiento, aprovechó la ocasión para expresar que “Fidel promovió, de forma sistemática, la necesidad del perfeccionamiento del trabajo sindical en la construcción del socialismo en términos de participación, y enfatizó en la importancia de la democracia sindical”.
Miente el señor Guilarte de Nacimiento. Porque él sabe perfectamente que en el accionar de Fidel Castro en relación con los sindicatos nunca hubo sistematicidad. Al contrario, el máximo líder trató al sindicalismo cubano con el mismo vaivén con que ejecutó los distintos sistemas de dirección de la economía. El ejemplo más elocuente de semejante vacilación aconteció durante el período que precedió al XII Congreso de la CTC, que tuvo lugar en agosto de 1966.
Esa cita sindical se celebró en momentos en que las ideas guevaristas ―a pesar de que ya el guerrillero argentino-cubano no estaba en la Isla― prevalecían en la mente de los dirigentes cubanos. Se pretendía quemar etapas en la construcción del comunismo. Los estímulos materiales eran desechados, y en su lugar se entronizaban los estímulos morales. Además, la economía debía de dirigirse por métodos presupuestarios, y no mediante el Sistema de Cálculo Económico basado en la autogestión empresarial.
En ese contexto el XII Congreso de la CTC favoreció la idea de que los trabajadores podían ser atendidos por comisiones especiales del gobernante Partido Comunista, y que los sindicatos no hacían falta para la construcción del socialismo. Se eliminaron las secciones sindicales en los centros de trabajo, que habían sido creadas en el anterior XI Congreso de la CTC. Incluso el viejo líder sindical, Lázaro Peña, fue sustituido como mandamás de la CTC.
Pero bastaron siete años para que las concepciones de Fidel Castro y el resto de la cúpula gobernante cambiaran diametralmente. Ello sucedió durante la celebración del XIII Congreso de la CTC, que tuvo lugar en 1973.
Ya el idealismo guevarista había sido descartado, y el país se adentraba en una estrategia más realista, que sintonizara con los mecanismos que se aplicaban en la Unión Soviética y sus satélites de Europa oriental. Fue entonces cuando el castrismo decidió retomar el trabajo sindical en las empresas y entidades del país. Se reinstauró la máxima de que el sindicato fuera la contrapartida de las administraciones. Y se le otorgó nuevamente el papel que le correspondía al estímulo material.
Ese XIII Congreso de la CTC posibilitó que el viejo Lázaro Peña ocupara nuevamente la jefatura de los sindicatos en la Isla, y su misión principal sería la de “convencer” a los trabajadores para que renunciaran a los beneficios de la famosa Ley 270, que garantizaba las jubilaciones con el 100% del salario que se devengaba. A esa ardua misión el viejo Lázaro dedicó hasta su último suspiro, pues fallecería pocos meses después.
Por supuesto que el actual mayoral de los trabajadores cubanos no puede engañar a los que están al tanto de las peripecias del castrismo en cuanto a la conducción del sindicalismo en Cuba.
Sin embargo, ahora actúa como embustero ante los participantes del referido evento sindical para tratar de captar más adeptos al régimen cubano. Inventa la tesis de una atención sistemática de Fidel Castro a los sindicatos que nunca existió.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org