LA HABANA, Cuba. – Rostros cabizbajos, cansados, tristes; gente que lleva horas esperando para llevar a sus casas el pan que les dejen comprar. Cuerpos sudados y, posiblemente, más de uno hambriento, porque de otro modo no aguardarían durante horas en una fila, alineados como prisioneros de guerra. Pegados a la pared, obedientes, pero en realidad intentando ponerse a salvo del sol insoportable y, al mismo tiempo, exponiéndose quizás al mortal derrumbe de un balcón del edificio colindante, en ruinas.
En una ciudad como La Habana, donde las edificaciones, los autos, el mito de la salud pública y hasta la economía se caen a pedazos, uno está a expensas de morir trágicamente en cualquier instante y las personas, al menos aparentemente, se dejan llevar por el azar, o más bien por la resignación. Pero al hambre es difícil resignarse y, para saciarla, las fieras amaestradas hacen lo que tengan que hacer, incluso mostrarse dóciles frente al “sistema”, y tal vez hasta convencidas de que, por fingir obediencia, no son parte esencial de él.
Pero por sobre ellos, de la hilera de gente triste, obediente, penden el sarcasmo y la tomadura de pelo bajo la forma de un cartel con una frase de Fidel Castro: “Vamos en pro de sueños más elevados e inimaginables”, y del otro lado, un segundo cartel igual de burlón que poco tiene que ver ni con el único tipo de pan que se anuncia en la tablilla ni con la escasez que conocemos los cubanos desde hace más de medio siglo.
Dos carteles gigantescos cargados de promesas en lo alto de la fachada y una tablilla roja, parca, pequeña, vacía dando fe del engaño, de la estafa: una cosa es la que se anuncia y promete, y otra muy diferente es la que se recibe después de hacer fila durante horas.
Cualquiera que, de paso por Cuba, no sepa de nuestra dura verdad, no entenderá la burla que, por contraste con el entorno, encierra la frase y pensará que aquellos hombres y mujeres de verdad aguardan para comprar unas golosinas que los cubanos de a pie menores de 60 años solo conocen por fotos y viejas historias.
Quizás hasta el diseñador debió bajar de internet las imágenes del cartel, incluso las del campo de trigo, para conformar el anuncio de esa panadería de la calle Egido donde se evocan panes y dulces que jamás vendieron y donde una frase se atreve a hablar de sueños a quienes solo conocen de insomnios, aun cuando alguna señora, como he visto en una foto publicada recientemente, al frente de la misma panadería, cargue con un catre para ir en pro no de un sueño, ni de una siesta, sino apenas de su pan “inimaginable” por el cual ha defendido su puesto en la cola toda la madrugada.
Dos carteles irreales, más embusteros que fantasiosos, que al colgar sobre nuestras cabezas de gente real convierten el conjunto de la imagen en un “meme espontáneo” de nuestra cruda y absurda realidad, sin que nadie en particular se esforzara en manipulaciones y montajes. Se pudiera decir, incluso, que en ese pedazo de calle, en esa panadería de la calle Egido, se sintetiza el “sistema”, e interpretando cada uno de sus elementos por sus contrastes, se nos revela la esencia de un régimen cuyo discurso apenas busca disfrazar la realidad.
A la cabeza de esa “cola del pan”, están dos mujeres sentadas, “controlando” la “venta regulada”, asegurándose de que nadie que no esté debidamente registrado en la lista pueda comprar ese día (a no ser, quizás, que alguien pague por el “privilegio” de saltarse el “sistema”, a fin de cuenta los “sistemas”, y este en especial, se hicieron para que el simple hecho de violarlo, de sobornar para sentirnos fuera de él, sea una especie de “privilegio” pero, al mismo tiempo, el mejor modo de estar “bien” instalados dentro de él, velando que nadie lo derribe para de ese modo continuar nuestra ilusión de que no somos prisioneros de él).
“Vamos en pro de sueños mucho más elevados e inimaginables”, se lee en el cartel de una panadería de la calle Egido, en el barrio habanero de San Isidro, y precisamente por estar allí, donde los sueños de unos jóvenes fueron aplastados a golpes y cárcel, uno advierte el cinismo de la frase, así como la naturaleza engañosa de esos “sueños” que jamás son los nuestros, sino los caprichos de unos mandamases corruptos que llaman “soñar” a lo que, con los años, las experiencias amargas y las decepciones, han revelado como lo que realmente son: raptos de soberbia y egoísmo.
Los cubanos y cubanas estamos hartos de “sueños” ajenos que apenas son otras de tantas promesas sin cumplir, de frases y consignas manipuladoras que no nos alimentan ni el cuerpo ni el alma. Queremos algo tan normal, necesario e imaginable en cualquier parte del mundo menos en Cuba: un simple trozo de pan.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org