LA HABANA, Cuba. – Luego de que, hace varias semanas, las autoridades impidieran sin dar explicaciones el estreno en la sala El Ciervo Encantado de La Habana de Fito, del realizador Juan Pin Vilar, la noche del sábado 11 de junio, en el programa Espectador Crítico del Canal Educativo, fue exhibido el documental de Vilar sobre la relación con Cuba del rockero argentino Fito Páez.
No fue que quisieran subsanar el error que cometieron al censurar el documental. Nada de eso. Al exhibirlo en la televisión, en una versión que no es la definitiva y en una copia de mala calidad, casi inaudible, obstaculizaron que pueda competir en festivales internacionales.
La Habana de Fito fue exhibida no solo sin el permiso de su director, Juan Pin Vilar, y su productor, Ricardo Figueredo, sino en contra de la voluntad de ambos.
Fue una jugada sucia e hipócrita, un golpe bajo, no solo a los realizadores del documental, sino al vapuleado cine independiente en general.
Para rematar la infamia, un inusual panel integrado por el periodista del Granma Pedro de la Hoz, el historiador y diputado de la Asamblea Nacional Elier Ramírez y un historiador de la Seguridad del Estado se encargaron de explicar el documental, rebatirlo y orientar cómo había que interpretarlo y a qué conclusiones debían llegar los televidentes. Como si no fuéramos capaces de pensar sin sus orientaciones.
Los tres sicarios ideológicos se encargaron de la coletilla, como la que ponían a los artículos periodísticos que desagradaban al régimen en los tiempos en que la prensa libre daba sus últimos estertores o como el roñoso prólogo que le endilgaron en 1968 ―antes de recoger los libros y destruirlos― a Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, y Fuera del juego, de Heberto Padilla.
Puedo imaginar cómo se sentirá Fito Páez si escucha a Pedro de la Hoz ensalzándolo para luego asegurar que el cantante argentino se dejó llevar por el realizador que “arrimó la brasa a su sardina”, opinó a la ligera sobre temas que desconocía y “se fue con la de trapo”.
Elier Ramírez, por su parte, se esforzó por demostrar que fue un accidente para nada misterioso la desaparición de Camilo Cienfuegos, un asunto sobre el que Fito Páez expresa sus dudas en el documental.
Pero lo más indignante fue cuando el historiador seguroso justificó el fusilamiento en abril de 2003, luego de un juicio sumarísimo, de los tres hombres que intentaron secuestrar y llevarse a Miami la lancha que atraviesa la bahía habanera ―fusilamientos que fueron condenados por Fito Páez y que desmitificaron, para el músico argentino, a Fidel Castro y su régimen― alegando que era necesario dar un escarmiento que frenara los secuestros de aviones y embarcaciones, porque si no aquello iba a parar en una intervención militar estadounidense.
Haciendo de abogados del diablo y poniéndonos en la piel de los tres coletilleros y sus jefes, es fácil entender su molestia con el documental, en el cual Fito Páez, en una franca conversación con Juan Pin, se muestra crítico y decepcionado con el régimen, que no con Cuba, de quien sigue enamorado (la primera visita del músico a la Isla data de 1987, cuando viajó a la mayor de las Antillas para participar en el Festival de Varadero).
De ese amor de Fito Páez por Cuba y los cubanos dan fe en el documental, entre otros, el desaparecido cantautor Pablo Milanés, la escritora Wendy Guerra, el actor Luis Alberto García, el músico Carlos Alfonso y el artista disidente Julio Llópiz Casal, recientemente exiliado en España.
Y los cubanos le hemos reciprocado el cariño a Fito Páez y le estamos agradecidos por aquel multitudinario concierto en la Plaza de la Revolución, en 1993.
En aquel entonces, además de Fito Páez, cantautores argentinos como León Gieco y Charlie García eran muy populares en Cuba. Su forma de cantar y componer influía tanto a los rockeros como a los topos de la Novísima Trova. Tal vez fuera porque parecía infalible su fórmula para cantar en clave bajo una dictadura. Pero todos ellos, en mayor o menor medida, se mostraban solidarios con la Revolución Cubana, como si no repararan en que, signo ideológico aparte, no era más que otra dictadura.
La decepción de Fito Páez ―como la de Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina y otros artistas que en el pasado fueron seducidos por la revolución castrista― no debería sorprender a los mandamases y sus adláteres, porque no es noticia nueva ni secreta. Hace 15 años, en 2008, Fito Páez declaró que la Revolución Cubana estaba estancada, y que 49 años era demasiado tiempo para que los mismos tipos siguieran aferrados al poder. ¡Imagino qué dirá ahora que van por 64 años!
Fito Páez no ha dejado de desearnos buena suerte y mejores tiempos a los cubanos. Es su forma de desagraviarnos por aquel anuncio televisivo que hizo en los años del llamado Periodo Especial ―aquel tiempo de hambre, apagones y de amigos que se iban en balsas y muchas veces desaparecían en el mar― donde sonreía, levantaba el pulgar y nos aconsejaba “resistir para salvar la Revolución”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org