Por Julio César Spota
El sonido gutural semejaba un coro in crescendo de apneas enloquecidas. Enervados los humores por el olor del sustento, pujaban por ocupar lugares de privilegio en la repartija inminente. La multitud embravecida basculaba entre idénticas cuotas de ansiedad e histeria espoleada por un ambiente caldeado en estiércol, sudor y barro. Soliviantados los ánimos bestiales por la satisfacción en ciernes, los contornos del retículo restallaban tensionados hasta el punto de ruptura en medio de vahos nauseabundos.
Vacilantes las junturas y crujiendo las uniones que confinaban la muchedumbre a un tris del desbande, finalmente los trozos de carne y sangre humana cayeron con providencial precipitación en las fauces, sobre los lomos y bajo los vientres. Festín de ingesta furiosa y revuelco gozoso, la piara engulló los restos triturados de la persona asesinada por mafiosos psicópatas entongados con lo más turbio de la política local. ¿La espantosa imagen mental remite al destino de Cecilia Strzyzouski? Sí. Pero primero la vimos en las películas Snatch (2000) y Hannibal (2001).
Arte y vida cruzan caminos de formas tan misteriosas como recursivas. Nadie podría arriesgar a ciencia cierta el orden de precedencia entre una y otra. Quizás alguien atine a constatar la secuencia de un tramo de sus enredos. Pero jamás la estructura general del vínculo. Así como la manifestación de lo admirable representa la ocurrencia de lo inesperado, la perpetración de lo monstruoso describe la reiteración de lo conocido. Sin saberlo sus autores, la planificación del horror obedece a arquetipos hijos a su vez de la creación espontánea. Un círculo de espanto e inventiva donde el final siempre comporta un comienzo.
Por eso la narración de las abominaciones chaqueñas hiela la sangre hasta ahí nomás. Descuartizar a la víctima y entregar los despojos a los chanchos replica estructuras narrativas consabidas. De igual manera los desmanes desatados en Jujuy por hordas rentadas traen al presente el patrón ficticio y real de los disturbios de 2001 y 2017. Ficticio en términos de la filología originaria del término: Fictum no connota algo falso o fraguado. Alude a lo moldeado o compuesto. A saber, a lo construido, en el sentido que ninguno de los tres asedios fue espontáneo, sino eventos fabricados por la voluntad partidaria de sus autores efectivos. También reales, y cuánto, merced a la trágica existencia histórica de una trama ininterrumpida de confabulaciones peronistas.
La imagen de la tirapiedras reventándose la jeta contra el vidrio del patrullero jujeño para simular brutalidad policial captura el ADN justicialista -ficticio y real- con fidelidad documental. Provocan estropicios cuya autoría luego enmascaran con la tercerización del balurdo. Pirómanos disfrazados de bomberos, primero incendian el país (o la provincia) y luego simulan apagar las llamas que ellos mismos iniciaron. Los caóticos paisajes de sangre y fuego que desde noreste y noroeste saturan las noticias del país acuden a confundir la atención nacional con el sonido de la furia y la textura de la anarquía. Barullo perpetrado adrede para distraer nuestra mirada de los rostros bestiales de quienes se revuelcan sin pudor en los diferentes rincones moralmente lodosos de un mismo chiquero peronista.
¿Allá vamos?
Reforzando el reflejo intimidatorio de Herminio Iglesias pero disimulando la autoría de las sublevaciones, el peronismo amenaza al próximo gobierno nacional con ensayos destituyentes practicados a escala provincial. Primero quemaron un cajón y perdieron en 1983. En 2001 prendieron fuego el país y ganaron. Barrrionuevo incendió las urnas en 2003 y ahí lo tenemos vivito y coleando. Y veinte años después dan a entender que de cumplirse el pronóstico de paliza electoral, volverán a la carga antorchas en mano. Con una curiosidad añadida. Invocan la institucionalidad como justificación de la reciente asonada.
Si por doctrina partidaria el adversario es enemigo y “al enemigo ni justicia”, se concluye que la violencia es virtud a condición de ser ejercida contra quien corresponde. Entonces las piedras revoleadas contra la legislatura jujeña en manos de un color político ajeno cuentan con legitimidad de origen, trayectoria y destino. El pueblo nunca se equivoca. Y dado que la representación popular la monopoliza el PJ, ellos son el pueblo sintetizado. Lo cual indica que nunca se equivocan. Mucho menos cuando tiran piedras. El razonamiento cierra por todos lados. A menos que las piedras se las tiren a ellos.
En ese caso la lógica se invierte. Porque como bien recordamos, el 10 de marzo de 2022 se rasgaron las vestiduras por los tres cascotes de morondanga que unos desquiciados le aventaron al Congreso de la Nación. Se ve que para el justicialismo hay rocas réprobas y elegidas. Lo mismo que en materia de violación de DDHH. Noble causa nacional de la que el matrimonio patagónico se enteró en 2003 y a la que se abocó con la exageración de los conversos. Esos que queman en la hoguera a quienes hasta ayer nomás les daban de comer con la circular 1050. “No se puede apagar tanto fuego” rezaba el cartel más rutilante de las pompas fúnebres del patriota que experimentaba placer sexual acariciando cajas fuertes. Es cierto. Hoy más que nunca estamos en llamas.
Pero como en los incendios muere más gente por obra del pánico que por acción del fuego, a no ceder a la locura (aunque todo invite a abandonarse a la desesperación). Desde que Massa trata de vendernos humo, la inflación se disparó a niveles estratosféricos. Pero para que la joda no decaiga en lo más mínimo, el plan llegar incluyó el debido carnaval carioca. Música estridente de cadencia pachanguera que suena cuando la fiesta está en su punto más descontrolado. Justito justito antes de terminar.
El son tropical fue interpretado a todo ritmo por el gracioso de Lula frente a la prensa mundial. Como tristesa nao teim fin, felicidade sim, el obrero que consiguió un triplex gracias a Odebretch despidió a nuestro presidente testimonial y manguero con muchos auspicios y ningún morlaco. “Alberto es un compañero que llegó bastante aprensivo y creo que va a volver más tranquilo. Es verdad, sin dinero, pero con mucha disposición política para encontrar una salida para Argentina”. Después de tamaña muestra de aprecio latinoamericanista sólo resta canturrear el clásico fin de fiesta de egresados: “todo concluye al fin, nada puede escapar. Todo tiene un final, todo termina”.
Anoréxico de resultados pero bulímico de márketing, cuando todavía era pichón de candidato Massa volvió de su viaje a Beijín con la intención de embocarnos con el cuento chino del SWAP. Orondo en acreencias tras haber degustado todos y cada uno de los platos usurarios ofrecidos en el tenedor libre del Banco Popular de China, regresó con nuevos malabarismos contables debajo del brazo. Revestido del camuflaje como ideología, o quizás en calidad de identidad, llegó con la buena nueva recitada en mandarín: endeudarnos en Yuanes abona la soberanía nacional.
Imbuidos del patriotismo financiero exudado por el tigrense maoísta anunciando “Nos deberíamos llamar Argenchina”, los pibes para la liberación aplauden a rabiar la apología del ajuste massista en labios de Cristina. El griterío celebratorio aumenta hasta el paroxismo cuando quien venía a “barrer con los ñoquis de La Cámpora” emerge como candidato presidencial kirchnerista. De la fugacidad de Wado a la especulación de Ventajia, la ovación que proclamaba el pasaje de la ideología justicialista a la idolatría cristinista terminó adecuando el perfil de los intereses de Máximo al cariz del máximo interesado. Viraje electoral a contrarreloj efectuado en dirección vertical y sentido descendente, o sea en caída libre, que de coronarse con el éxito promete rumbearnos sin paradas intermedias al paraíso de Argenzuela. ¿Allá vamos?