LA HABANA, Cuba. – Son varios los rasgos que definen a un Estado totalitario. La existencia de un solo partido político, la no realización de elecciones libres, los gobernantes que se perpetúan en el poder, y la falta de espacios para la actuación de la sociedad civil, serían algunas de las peculiaridades que caracterizarían a un régimen de esa naturaleza.
En el caso del régimen castrista, además de las características anteriores, podríamos añadir otro elemento que lo define: el afán por apropiarse de la nacionalidad. Es decir, adueñarse de la cubanía.
A aquel ciudadano nacido en la Isla, sin importar donde resida actualmente, que simpatice o colabore con las autoridades castristas, se le califica como cubano. Por el contrario, si descuella como un opositor del castrismo, los gobernantes de la isla lo tildan de “anticubano”. Se trata de un viejo ardid de la maquinaria del poder con el objetivo de descalificar a sus adversarios, y que a pesar de haber sido cuestionado por múltiples voces tanto dentro como fuera de la Isla ―la Iglesia Católica entre ellas―, continúa en el arsenal de los mandamases cubanos.
Por estos días se ha celebrado en La Habana la II Asamblea Nacional de la Federación Estudiantil de la Enseñanza Media (FEEM). Como es lógico suponer, la cita contó con la activa participación de varios funcionarios de alto nivel de la jerarquía castrista ―entre ellos el gobernante Miguel Díaz-Canel Bermúdez―, quienes aprovecharon la ocasión para transmitirles a las nuevas generaciones el mensaje de la cúpula del poder.
No obstante, fue inevitable que trascendieran algunos comportamientos que seguramente no agradaron a dichos funcionarios, como la apatía de buena parte de la masa estudiantil, que no utiliza las asambleas de aula para plantear sus problemas; el creciente consumo de drogas entre los estudiantes; el embarazo de no pocas alumnas en edades tempranas, así como el fenómeno que en estos momentos no podía faltar: la salida del país de un considerable número de estudiantes.
Llegado a este punto, Díaz-Canel repitió el estribillo de siempre: que las autoridades trabajan mucho para que los jóvenes encuentren sus proyectos de vida en Cuba, en las esferas individual, familiar, social y profesional. Y después de hacer un llamado a los jóvenes que están en la Isla para que sigan comprometidos con la tierra que los vio nacer, el heredero de los Castro apuntó: “A los que se han ido, tenemos que tratar de que no rompan con su nación, que no se conviertan en enemigos de su país”.
Es evidente que nadie ―o casi nadie― que se marche de Cuba rompe con su país. En todo caso rompen con el gobierno existente en la Isla. Sin embargo, para la arbitraria y mal intencionada concepción castrista, basta con que no se comulgue con ellos para que lo interpreten como una ruptura con el país y la patria.
En el contexto de la lucha oficial contra lo que denominan “colonización cultural”, se planteó la necesidad de intensificar la enseñanza de la Historia de Cuba. En este sentido también el castrismo incursiona en esta especie de guerra de conceptos con la que intenta imponer sus puntos de vista a los muchachos de la FEEM, y a todos los cubanos.
Por ejemplo, los ataques de Fidel Castro y sus huestes contra las instituciones de la nación antes de 1959 son calificados por el oficialismo castrista como acciones contra la dictadura de Fulgencio Batista, y nunca como hechos de carácter “anticubano”.
Mas, algún día las actitudes “anticubanas” de hoy pasarán a engrosar la lista de las conductas contra la tiranía castrista, que es donde deben ser ubicadas. Porque, a la postre, la cubanía es de todos los cubanos, y no de una camarilla que pretende secuestrarla.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org