Está Jannik Sinner, a quien ovacionó ayer un Pala Alpitour lleno en su honor, como ídolo de masas en Turín. Y está Carlos Alcaraz, que debutó hoy en las ATP Finals, como ídolo de masas en todo el mundo. Se lo ha ganado con esa carrera estupenda y supersónica en la que, en dos temporadas, ha alcanzado cotas superlativas: dos Grand Slams, número 1 del mundo. Así fue recibido el murciano, espectacular la pista central aplaudiendo a rabiar su salida a la pista. Era su iniciación en este torneo de la élite, nada fácil porque también Nadal y Djokovic perdieron en su estreno (ante Blake el balear en 2006, ante Ferrer el serbio en 2007), y no quiso decepcionar al personal, que volvió a colgar el no hay billetes en la segunda jornada de competición. No lo hizo, porque no lo hace nunca, ni cuando gana ni cuando pierde. Perdió ante Alexander Zverev con el cuerpo a medio gas, pero la cabeza alta. Dos horas y media de batalla para demostrar que ya está casi completo el proceso de jugar y competir cuando el cuerpo ni las ideas están al cien por cien.
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Había llegado exhausto a este final de curso, uno de esos deberes que todavía tiene por mejorar, pues ya palideció en los últimos meses del año pasado (no participó en las ATP Finals por una lesión abdominal), y así se mostró. Algo fuera de fondo y de tono, arrastrando problemas físicos por los que se tuvo que dar de baja en Basilea (fascitis plantar, espalda) y también cansado y dolido mentalmente por esa derrota en primera ronda del Masters 1.000 de París-Bercy.
Entregó fácil su segundo turno de saque ante un Zverev que empezó como una bala con su derecha y el español no encontraba la suya. «Vamos, vamos», se repetía el murciano antes de sacar, síntoma de que el tanque no está lleno.
Es el alemán un rival que va de maravilla, porque da juego, es creativo, espectacular bajo techo y en pista dura, permite cambiar las alturas y los golpes y va ofreciendo tensión y ritmo. Y, de vez en cuando, se apaga. Alcaraz fue encendiendo la chispa, activando las piernas y ejecutando primeros saques con los que solo el 30 % obtenían respuesta, más dirigidos que veloces.
Y de los gestos de cansancio, a la sonrisa y las bromas con su equipo. No era el Alcaraz del principio de año, como aseguraba en la previa que intentaría. Han sido 63 victorias y 10 derrotas, seis títulos, pero era el Alcaraz que iba a dejar su marca de esfuerzo, exigencia y puntazos.
No era el Alcaraz de principio de curso, fallón y poco efectivo con el revés, sin poder descerrajar esa derecha que lo ha hecho tan famoso, pero sí el Alcaraz maduro que está aprendiendo a competir jugando a medio gas y cuando el rival incluso domina por sensaciones y efectividad.
Del 1-3, a los puntos que han hecho levantar al personal en sus partidos. Del 1-3, a ganarse tres bolas de set al resto, demasiado inquieto el alemán. Las salvó el doble campeón de este torneo gracias al saque descomunal que atesora y a un error en la volea del español. Pero ahí siguió, un poco más activo, o todo lo activo que lo ha dejado este otoño, hasta que encontró otra desconexión del rival en el tie break y se llevó un primer set que no parecía probable una hora antes. Para alegría de la grada.
No, no era el Alcaraz de principio de curso. Y tampoco era el Alcaraz que, decía, llegaba sin presión, porque ya con la victoria de Djokovic ante Rune se acababan las opciones matemáticas de volver a ser número 1. Estaba en juego el hacerlo bien en su primera vez, sumar puntos para el ranking, premios para la cuenta y ese anhelo de conseguir un títulos magnífico para el currículo.
Y entre unas cosas y otras, no le llegó para nada más. Tras una hora y media cargada en las piernas, ni la derecha era definitiva ni funcionaban las dejadas (0 de 4 en el segundo set). Le salvaba el saque a duras penas, más escorados que potentes en el primer set, que el cuerpo no está al cien por cien, como se decía en la previa, ya jugándoselos todos a 210 kilómetros por hora el resto del encuentro. Pero Zverev ya no iba a cometer el mismo error, ni iba a despistarse más en el segundo set.
Y solo se asustó un poco en el tercero, cuando con, 3-2, ya break arriba, el alemán se fue al suelo en una mala carrera, se llevó la mano al tobillo izquierdo y soltó un grito que recordó a aquel otro de París, cuando se rompió el tobillo derecho por mil partes. No obstante, solo fue un susto, doloroso en sus primeros minutos, pero que no repercutió ni en el buen guion que ya estaba desarrollando, ni en el marcado que ya se intuía definitivo a su favor.
Se intuía y lo remarcaba el español, con menos carreras imposibles y pocas ideas claras, subidas a la red demasiado esperables, solo cinco puntos al resto. Quería disfrutar, que esto era un regalo, y es donde él mejor juega y su tenis mejor funciona. Todavía tuvo orgullo para regalar más pelea y esas defensas que parecen inverosímiles; y cuatro saques casi directos para mantenerse en pie, y una bola de break con 4-5. Pero la gasolina es la que es y, por el momento, no alcanzó contra Zverev, más seguro que nunca con su saque, de menos a más, como ha sido su año. Eso sí, el esfuerzo fue recompensado con creces con una pista central ovacionando al español, que no es Sinner, sino Alcaraz, ídolo del mundo.
Fuente ABC