Por Luciana Vázquez
Loco y dogmático o autorregulado y pragmático: en esa disyuntiva en torno a la personalidad política de Javier Milei se juega la conquista de la estabilidad argentina a partir del domingo 10. Esos son los horizontes desafiantes que tiene para ofrecer el presidencialismo hipercarismático sin poder institucional. La Argentina de Milei que arranca en menos de una semana tiene la forma de un laberinto donde cada decisión política puede conducir a un callejón sin salida. Con ganar una elección no alcanza, sin ganarla no se puede: el presidente más votado de los últimos 40 años de democracia, como insiste en destacar el Milei electo, es al mismo tiempo el presidente con menor margen de maniobra propia en los poderes del Estado. Para cada medida tendrá que negociar con extraños y, quizás, con propios que en muchos casos no le responden del todo. A la huella de su alianza extraoficial con el massismo para las PASO y para la conformación de sus listas parlamentarias no se la llevó el viento: quizás se haga notar en el futuro cercano, cuando se juegue el poder y el formato de la Argentina futura en el Congreso.
Del menemismo histórico al macrismo, del macrismo al massimo, de vuelta al macri-bullrichismo para acercarse después al peronismo racional del schiarettismo y luego animarse a acortar distancia con el peronismo en sentido más amplio e incluso, con el kirchnerismo y volver otra vez al menemismo, en algunos casos, en su versión más rancia, para cerrar el círculo con Patricia Bullrich como ministra de Seguridad: Milei hace sustitución de importaciones políticas sin pudor. No le queda otra.
Su gobernabilidad se basa en cuatro elementos. Primero, los votos que sacó, una especie de escudo protector que le alcanzará al menos por unos meses. Segundo, un consenso generalizado en torno al cambio necesario de cultura económica, cifrado en la aceptación del ajuste. Tercero, la muñeca política de sus mujeres y hombres de confianza, la casta que operativiza sus ideas de outsider, es decir, Guillermo Francos, Nicolás Posse y Diana Mondino. Y, finalmente, su personalidad política. Con esa base, viene corriendo los límites de lo posible en el terreno político. La cuestión es si alcanzará con eso cuando asuma como presidente a secas y todo se vuelva real. “Veremos” es el signo de los tiempos.
Desde antes de la ronda electoral de tres pasos y luego, ya en medio de ese campo político minado, Milei viene haciendo slalom. Cada vez que sus movidas tácticas parecen confirmar un sentido futuro para su gobierno, Milei le hace el oso a la política y a la sociedad y agarra para el lado impensado. La cohesión está sostenida apenas por los alfileres de lo intangible: por su vehemencia y su particular psicología y cuatro ideas fuerza, libertad, ajuste, dolarización y apertura, a las que no renuncia y por la capacidad para crear una percepción favorable en buena parte de la Argentina federal y, sobre todo, en los argentinos más pobres, sobre el cambio que quiere imprimirle a la Argentina.
A la incertidumbre diaria y generalizada que marca el tono del presente, Milei le responde con una imaginación política que se organiza explícita o tácitamente en torno a tres nombres clave de la democracia argentina: Carlos Menem, Néstor Kirchner y Mauricio Macri. En esos espejos políticos se delinean los desafíos que deberá encarar el presidente electo y también, los riesgos que enfrentará. Hay lecciones en ese pasado. Continuidades inesperadas, regreso de lo impensado y rupturas cargadas de riesgos que dan sentido, por el momento, a la idea Milei.
Entre las continuidades, está el regreso legitimado de Menem y el menemismo. La admiración por Menem no es nueva en el universo de Milei. Es una fascinación que selló hace tiempo. En diciembre de 2021 quedó registro en una frase que la sintetizó: “El primer gobierno de Menem fue el mejor de la historia”. Fue en el programa de Jonatan Viale. En esa misma mesa estaba sentado un Martín Menem, a quien Milei llamó “amigo”, todavía desconocido. El control de la inflación y la salud macroeconómica de aquella Argentina de Menem están en el corazón de su admiración.
Hay algo problemático en su referencia al primer gobierno de Menem. Fue en esa primera presidencia cuando se realizaron las principales privatizaciones de los 90, después de la Ley de Reforma del Estado de agosto de 1989. Lo hizo posible una alianza entre el menemismo y los liberales de la Ucedé. Esa época encuentra frases emblemáticas que dan pauta del sentido político dominante. “Achicar el Estado es agrandar la Nación”, sostenía Álvaro Alsogaray. “Nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”, fue el fallido de Roberto Dromi, entonces ministro de Obras y Servicios públicos, hoy también cerca del círculo de influencia de Milei.
Pero esos años también estuvieron marcados por investigaciones periodísticas y judiciales que expusieron la corrupción como matriz subterránea de ese proyecto económico de búsqueda de eficiencia y competitividad. Entre 1991 y 1994, se publicaron los libros clave que pusieron el problema de la corrupción menemista en su escala apropiada: en 1991, apareció Robo para la corona, la investigación de Horacio Verbitsky, titulada con una cita atribuida a José Luis Manzano, por entonces jefe del bloque de diputados del PJ, hoy también presente en los círculos de poder. Se convirtió en una especie de investigación señera en torno a la maquinaria de la corrupción menemista, montada sobre el aparato burocrático estatal en connivencia con el empresariado. Otros de los libros emblema de esos años de corrupción fue Los dueños de la Argentina I y II, de Luis Majul, publicados en 1992 y 1994, que exponían las relaciones poco claras entre un empresariado destacado de la Argentina y el Estado.
El modelo de privatizaciones de empresas públicas con corrupción se volvió canónico en el menemismo que admira Milei. Ese será un desafío central para un Milei que plantea la misma ecuación: la desestatización de empresas del Estado vía privatización o entrega a las corporaciones de empleados.
La figura de Néstor Kirchner gravita de manera impensada sobre la presidencia de Milei. En ese caso, su carga simbólica presiona sobre una pregunta: ¿cómo construir autoridad presidencial a la Néstor Kirchner? La respuesta está en la construcción de una versión propia de la transversalidad política, como Néstor Kirchner en 2003 pero distinto. Kirchner, el presidente menos votado en los 40 años de democracia, que se quedó con la presidencia con apenas el 22 por ciento de los votos, se hizo fuerte a pesar de eso. “Teníamos más desocupados que votos”, dijo Cristina Kirchner sobre esos años. El apoyo del peronismo y de una transversalidad progresista fue clave. Pero la voluntad política y de poder de Kirchner logró esa alineación. Milei tiene algo de eso.
Las puntadas tácticas con las que Milei cruza de un espacio al otro según la necesidad del momento son su formato de transversalidad. En relación al pero-kirchnerismo, el riesgo de Milei es el de siempre: que cualquier cosa multiplicada por kirchnerismo, o por peronismo, da kirchnerismo o peronismo.
En relación a Macri, hay una continuidad que conduce hasta Milei: una especie de política de Estado que quedó implantada como deseo por la presidencia de Cambiemos, siguió su curso subterráneo, en tensión con la matriz económica de la presidencia de los Fernández, y ahora Milei la eleva a la enésima potencia. Se trata de la utopía mínima del déficit cero y la racionalidad económica con la que desembarcó Macri y que encuentra ahora su versión más vigorosa en el ideario de Milei.
Javier Milei y Mauricio Macri se reunieron para recomponer su vínculo tras algunos cortocircuitos
En esa continuidad hay riesgos parecidos: que la gestión de la crisis económica no alcance, los problemas no se solucionen y el poder parlamentario, mínimo en su origen, quede jaqueado además por la presión de la calle, si la impaciencia gana a la opinión pública.
La idea Milei está en construcción, a la vista de todos. Un proceso en marcha. Después de tres turnos electorales y algo más de quince días de presidente electo, quedó claro que lo de Milei no es la línea recta sino el zig zag: de ahí la sorpresa que genera su sistema de decisiones y el nivel de incertidumbre récord. Parecía que su alianza con el macrismo era destino hasta que giró hacia el peronismo en sus varios formatos. ¿Qué Milei es el que ganó? Esto recién empieza.
Fuente La Nacion