Lo primero que pidió cuando le avisaron que su pareja, el ingeniero Eduardo Wolfenson Band, estaba muerto fue que no llamaran a la policía. Para la Justicia, el ruego de Graciela Orlandi no significa ninguna sospecha. Su explicación fue creíble: “No me iba a poder despedir de él porque se lo iban a llevar”. La mujer estaba en Villa Devoto, en la casa de su hija, con la que se había ido unos días a Villa Gesell. Demoró una hora en llegar al country La Delfina, en Pilar, la autopista Panamericana estaba congestionada.
“Estaba muy angustiada. Mi hijo Wenceslao tenía miedo de que me pasara algo. Cuando llegamos no me dejaron entrar: ´no entres, es muy impresionante´, me dijeron”, sostuvo ayer cuando Orlandi declaró como testigo ante el fiscal de Pilar Germán Camafreita, funcionario a cargo de la investigación, según pudo reconstruir LA NACION de fuentes judiciales. De la audiencia también participaron su abogado, Alejandro Broitman; y Tomás Farini Dugann, el letrado que representa a los hijos de la víctima, Esteban y Natalia Wolfenson.
Eran las 18 del viernes 23 de febrero pasado. Todavía no se sabía que Wolfenson Band había sido estrangulado. Esa tarde se había dicho que el ingeniero había fallecido como consecuencia de un infarto.
A la víctima la mataron en una de las habitaciones de la planta alta, que usaban las visitas. Cuando fue descubierto, el cuerpo estaba “boca arriba, contra un rincón y con la cabeza abajo de un radiador” y presentaba golpes en la cara, más precisamente en una ceja, la frente y hasta un corte en un pómulo, un fuerte golpe en la nariz y un corte interior producto de otro golpe en la boca, con una lesión en la parte interna de una de las mejillas.
Según la autopsia, el ingeniero en electrónica fue ahorcado con un elemento fino. Los investigadores suponen que se trató de una soga o de un cable que aún no fueron localizados. Otra de las revelaciones de la necropsia es que Wolfenson Band intentó defenderse; tenía lesiones en brazos y manos, además de un corte en la parte posterior del cuello.
“El médico de la policía llegó más tarde, a las 22. No sé cuánto tiempo pasó, pero luego se paró contra un auto y dijo ´esto fue un infarto´”, recordó Orlandi ayer durante su declaración, donde hubo un fuerte cruce entre Broitman y Farini Duggan, según pudo reconstruir LA NACION de fuentes judiciales.
Orlandi declaró 48 horas después de la detención de Rosalía Soledad Paniagua, la empleada doméstica acusada del crimen.
Como informó LA NACION, Orlandi hizo referencia a los elementos que desaparecieron de la casa, prueba de lo que para los investigadores es el botín de un robo: un teléfono celular, un parlante con conexión bluetooth, auriculares y una menorá, el candelabro de bronce de siete velas, uno de los principales símbolos del judaísmo. También unos guantes de látex rojos y un cuchillo.
Broitman le preguntó si después del crimen había hablado con Paniagua. Orlandi respondió: “Yo le había mandado mensajes, ella no me los respondía y luego me llamó y me dijo que recién salía de la salita donde le había hecho el cumpleaños a su hijo de un año. Yo estaba con la policía y la puse en alto [por alta voz] y luego la policía fue para donde estaba ella. Me dijo que el señor [por Wolsenfon Band] estaba haciendo yogurt cuando ella se fue [por el jueves 22 de febrero, el día del crimen]”.
Broitman le preguntó a su asistida por qué ingresaron a la computadora de su pareja. Orlandi explicó: “Entramos porque yo tengo las claves del banco Santander y como no entendía muy bien me hice una transferencia de dinero. Lo hice por preservación. Se habían llevado las tarjetas de él, su teléfono celular y, entonces creí, que desde el móvil podían sacar dinero. El dinero primero pasó a la cuenta de mi hija y luego a la mía. Era un dinero que teníamos para un viaje que íbamos a hacer. Lo hicimos por seguridad, no por mala intención”.
Ante la pregunta de Farini Duggan de cuánto dinero transfirió, la pareja de la víctima dijo: “8500 dólares y 59.000 o 54.000 pesos”. Orlandi afirmó que no tenían cajas de seguridad, pero sí había invertido dinero en un fondo de inversión.
Fuente La Nacion