LA HABANA, Cuba. – Uno de los planteamientos que más ha trascendido de la más reciente entrevista concedida por el gobernante cubano Miguel Díaz-Canel al periodista español Ignacio Ramonet es el relativo a que “aquí no se reprime la opinión de los que no están con la Revolución”.
Evidentemente, se trata de una declaración que no se ajusta a la realidad, pues hemos sido testigos de las muchas ocasiones en que periodistas independientes han sido víctimas de la política represiva de las autoridades. Mas, si hiciésemos una abstracción y le otorgáramos alguna dosis de verdad a las palabras del heredero de los Castro, llegaríamos a la conclusión de que no reprimir el pensamiento divergente, por sí solo, significa bien poco en el camino hacia la democracia.
El pensamiento divergente, además de no ser coartado, merece recibir la misma divulgación que el oficialista. Los periódicos y revistas que contienen el pensamiento divergente deben estar al alcance de la opinión pública sin ningún tipo de censura. Y eventos que han requerido de la participación popular en las urnas, como el plebiscito de la Constitución de la República y el Código de las Familias, debieron haber contado con el pensamiento divergente en los medios de difusión ―en especial la televisión― para que los votantes tuviesen verdaderos elementos de juicio antes de emitir su voto.
Sin embargo, la cotidianidad cubana se aparta totalmente de lo anterior. Aquí tratan, en el mejor de los casos, de invisibilizar a las personas que piensan de una manera diferente a como lo hace la clase dominante. Y no solo las invisibilizan, sino que atentan contra su prestigio al tildarlas de “mercenarios al servicio de una potencia extranjera”.
Semejante manera de actuar, de corte totalitario, nada tiene que ver con lo que acontecía en la etapa republicana, con la excepción de aquellos momentos en que el orden constitucional sufría alguna ruptura.
En la República había espacio para los adeptos al gobierno, y para aquellos que se oponían a las autoridades. El propio Fidel Castro, por ejemplo, tras el asalto al cuartel Moncada pudo contar con las páginas de la revista Bohemia para expresar sus puntos de vista sobre la realidad nacional. Y antes, cuando militaba en el Partido Ortodoxo, utilizaba las ondas radiales de la emisora COCO, dirigida por Guido García Inclán, para criticar a los gobiernos auténticos.
En el suplemento literario de un periódico considerado de derecha como el Diario de la Marina, el poeta comunista Nicolás Guillén pudo publicar sus poemarios.
La revista Carteles, muy demandada por los lectores debido a su amplio abanico de temas, abrió sus páginas a periodistas y escritores del más variado espectro ideológico. Entre ellos Enrique Serpa, Alejo Carpentier, Virgilio Piñera, Félix Pita Rodríguez, Dora Alonso y otros.
Y, por supuesto, todos los partidos políticos contaban con su órgano de prensa. Destacaba el periódico Hoy, órgano del Partido Socialista Popular (comunista), desde cuyas páginas, figuras como Blas Roca, Juan Marinello, Lázaro Peña y Salvador García Agüero, entre otros, ahondaban en su prédica marxista-leninista.
Como espacio donde también circulaban libremente las ideas y corrientes educativas, la República permitía que las familias cubanas escogieran el tipo de enseñanza que deseaban para sus hijos. Aquí coexistían la escuela pública, la privada y la religiosa. Todo bien alejado del arbitrario monopolio que el castrismo mantiene sobre la enseñanza.
Entonces, todo lo anterior amerita que no dejemos pasar la ocasión para festejar este 20 de mayo el 122 aniversario del advenimiento de Cuba al concierto internacional de naciones independientes.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org