La fe es necesaria para asumir las contradicciones y paradojas que la vida expone al hombre, quien muchas veces debe recurrir a este “partenaire” sobrenatural para sobrevivir.
Es casualmente esa fe la que sostiene contra viento y marea las convicciones del Presidente Milei, quien se entrega, ante el pasmo de muchos de sus críticos, a una suerte de “fuerzas del cielo” (sic).
En pocos meses de gobierno ha ido sorteando con bastante éxito las avalanchas opositoras de quienes estaban acostumbrados a convivir con el desorden sacando provecho de sus oportunidades y tratan de desmontar desesperadamente una supuesta inconsistencia de las estrategias políticas y económicas del líder libertario.
No sólo no lo han logrado, sino que han contribuido al crecimiento de su influencia en una sociedad harta de vivir de promesas vacías formuladas en casi todas las campañas previas a cada elección popular y jamás cumplidas al llegar al poder.
El Presidente, en líneas generales, está haciendo lo que prometió. Y remueve las rocas que aparecen en su camino con un discurso propio de quien cree profundamente en ciertos postulados inamovibles: cómo y con qué energía deben combatirse años de involución y componendas mafiosas que nos han sumergido en un pozo muy profundo, donde reinan la depresión y la desesperanza colectiva.
A quienes critican su falta de planes específicos en materia económica, habría que recordarles que se ha confesado devoto de las teorías económicas de la Escuela de Viena. La de los ilustres Carl Menger, Böm-Bawerk y Ludwig von Mises (entre otros), que centraron invariablemente su atención en las motivaciones del individuo, que lo llevan a actuar en el mundo real de acuerdo con sus propias valoraciones y preferencias.
Los miembros de la celebrada escuela austríaca, sostenían que al operar de acuerdo con la escala de estas preferencias, dicho individuo logra entrelazar las mismas para terminar engendrando la demanda del consumo, ordenando de tal modo toda la actividad productiva, en donde el valor de los bienes está siempre sujeto a las apreciaciones subjetivas del consumidor.
Hay un ejemplo clásico: si fuese ofrecido en el mercado un impresionante triciclo a vapor y no se hallara luego quien lo adquiriera al sacarlo a la venta –por déficit técnicos o costo final-, ello pondría en evidencia que el mismo carece de valor, pese al esfuerzo y el dinero invertido en su construcción.
Esto abre la puerta para comprender también por qué el aumento del dinero circulante en los procesos de alta inflación, provoca que todos intenten desprenderse de él a como dé lugar, acelerando de tal modo su creciente desvalorización.
Siguiendo la misma línea de pensamiento detallaron los fundamentos de la “ley de la utilidad marginal decreciente”, según la cual el pan es más barato que los brillantes, porque hay en el mercado muchas más hogazas que carates; consecuentemente, el valor y el precio de dicho pan forzosamente resulta ser inferior al del diamante.
Todo ello bien diverso de los postulados “socialistoides” que presiden el relato de muchos países que han sometido a sus sociedades a la esclavitud del Estado, destrozando el progreso individual de la gente.
A nuestro juicio, Milei es además un hombre que sostiene su inteligencia y sagacidad sobre una mística arrolladora que parte esencialmente del sentido común.
Un sentimiento contra el que los argentinos hemos luchado vanamente durante décadas con mucha soberbia, convirtiéndonos en una sociedad contestataria “perche me piace”.
Es fácil entender pues que lograr un cambio copernicano en un escenario donde una gran mayoría navega en la incertidumbre y el caos, requiere un estilo de comunicar concluyente como el utilizado por el Presidente, a fin de desterrar de cuajo la cultura del “masomenismo” fluctuante en el que estamos sumergidos.
Mal que le pese a don Pedro Sánchez, con sus cavilaciones sobre la eventual corruptela de su esposa al favorecer contratos “preferenciales” de empresas privadas con su gobierno, en una España donde el PSOE sigue empeñado en barrer el progreso habido bajo los gobiernos del partido Popular.
A buen entendedor, pocas palabras.
Fuente Periodico Tribuna