En el segundo izquierda del número 58 de la calle Vizcaya de La Coruña las ventanas siempre están abiertas. «Por mucho frío que haga o aunque esté lloviendo de lado, no les importa, porque así siempre saben quién llega», aseguran los vecinos de este bloque que llevan años denunciando la actividad de un narcopiso que en 2022 se convirtió, además, en escenario de un crimen. Aquella mañana del 19 de noviembre, la dueña de la vivienda estaba durmiendo en el sofá cuando unos ruidos la despertaron. Al levantarse, se encontró con que en una de las habitaciones había un cadáver. La víctima, un amigo suyo que solía pasar allí las noches a cambio de 10 euros, era Pablo Meschain, alias ‘El Malaguita’. Los primeros policías en llegar al piso, en su radar desde hacía tiempo, descubrieron señales de violencia en su cuerpo y abrieron una investigación que acabó en manos de la UDEV. Las pesquisas avanzaron rápidamente gracias a los testimonios de las personas que había en el interior y a la llamada de un testigo anónimo que advirtió: «Hola, no les voy a decir mi nombre, pero sí les voy a decir todo lo que pasó». Esta es la historia que los agentes lograron recomponer y que en unas semanas llegará a juicio.
El día de su muerte, el ‘Malaguita’ tuvo una pelea con dos de sus presuntos verdugos. Son Anouar M. y Alejandra B., una joven pareja que solía frecuentar, igual que él, el narcopiso de la calle Vizcaya. Aquel día se enzarzaron a la salida de un local y en medio de la disputa un sobre con dinero —se baraja que unos 1.500 euros— cayó al suelo. La víctima lo recogió corriendo y se fue, pero la pareja siguió sus pasos hasta el narcopiso del barrio coruñés de Os Mallos. En el domicilio estaban la propietaria de la casa, su hija y su pareja. A ellos se unieron Pablo y su novia Estefanía; Anouar y su novia Alejandra; y un tercer acusado por el crimen: Ignacio N.
«Yo sé quiénes fueron»
El relato de lo que allí sucedió lo adelantó este testigo anónimo en una inquietante llamada a la policía en la que aclaró: «Ya habéis encontrado el cadáver, yo sé quiénes fueron». Esta primera versión de los hechos —apuntalada por el escrito de acusación del fiscal y por otros testimonios recabados— revela una disputa por dinero que fue ‘in crescendo’ pese a los intentos de la propietaria y de la novia del ‘Malaguita’ de calmar los ánimos. Cuando la cosa parecía resuelta –llegó a declarar la dueña del inmueble ante los agentes que la interrogaron–, la víctima y Anouar se retiraron a una habitación a la que no se le permitía acceder «a casi nadie». En su interior había un altar de brujería que la misma dueña había confeccionado y donde personas de su confianza entraban para someterse a «sesiones» y «rituales» concretos que ella se encargaba de dirigir. De tocar algún extraño el altar —aclaró a los policías que le tomaron declaración por los hechos— éste «perdería su poder». Sin embargo, aquella mañana alguien se saltó las normas.
Estando en la habitación, las versiones de los testigos coinciden en que Anouar e Ignacio le exigieron a Pablo que les entregase el dinero que llevaba encima, y como él se negó, empezaron, supuestamente, a golpearlo en la cabeza y en el cuerpo. El fiscal asegura que en ese momento entró en escena Alejandra, que cuchillo en mano trató de intimidarlo mientras Ignacio impedía que nadie más entrase en el dormitorio. Ante la resistencia de Pablo, Anouar «realizó a la víctima la conocida como técnica del ‘mataleón’, consistente en rodear el cuello de una persona para privarla de oxígeno», con lo que el ‘Malaguita’ cayó desplomado en el suelo del dormitorio.
Al ver a su novio inconsciente, la pareja de Pablo pidió a gritos a sus agresores que lo dejasen en paz, pero el plan era otro. Empeñados como estaban en hacerse con el dinero que creían que Pablo escondía, Alejandra empezó por registrarle los bolsillos, donde encontró varios billetes. Después, la cosa se complicó aún más. El atestado policial recoge que Anouar dice que «hay que meterle un palo por el culo» para buscar el dinero y que «Nacho comienza a buscar un palo por el piso». La novia de la víctima se opone y acaban desnudándola a ella también en busca de un dinero que, como no encuentran, tratan de localizar en las cavidades de Pablo cuando él todavía estaba con vida. Lo corrobora el análisis forense practicado al cadáver de la víctima, que también revela que Pablo Meschain falleció a causa de una asfixia.
Entre rejas
Cuando registraron la escena del crimen, los agentes se llevaron varios efectos. Dos cojines con restos de sangre y de vómitos, una cazadora con los mismos fluidos, papel de plata y una pipa utilizada por uno de los inculpados. Todo fue localizado en la estancia donde apareció el cadáver, a excepción de una escoba que formaba parte del altar satánico y que hallaron manchada de sangre en la cocina.
Desde su detención, los tres acusados permanecen en prisión a la espera de un juicio para el que no hay fecha, pero que no debería demorarse mucho en el tiempo. Para el Ministerio Público, el crimen de la calle Vizcaya fue un asesinato al que suma el robo con violencia y un delito contra la integridad moral, por lo que solicita penas que van entre los 28 y los 30 años de prisión para cada uno de los tres jóvenes procesados. Su futuro dependerá de lo que el jurado popular encargado de emitir el veredicto estime, aunque en la mente de los vecinos del barrio la idea de que en el bloque 58 se cometió un asesinato ya está instalada.
Desde que se produjo el crimen, aseguran, la presencia policial es mayor, pero el narcopiso sigue funcionando. «Siempre hay coches de Policía pasando y agentes de paisano que están controlando. El problema es que ellos ya los conocen y en cuanto se alejan empiezan a venir los clientes», asumen unos vecinos que se conocen al dedillo su ‘modus operandi’. «Cuando alguien llega no puede llamar al timbre. Tiene que golpear con fuerza la tapa del contenedor de abajo y ya salen por la ventana y les tiran la llave para que entren. Eso sucede las 24 horas del día», coinciden varios testigos.
Quienes viven puerta con puerta con ellos prefieren guardar silencio sobre sus presuntas actividades, aunque reconocen que el jaleo es constante y que sienten miedo cada vez que salen del edificio, en el que también viven menores. En el descansillo, angosto y oscuro, es frecuente encontrar a toxicómanos que pasan allí la noche cuando no les abren la puerta o cuando, directamente, no caben en el piso. También denuncian suciedad en los telefonillos, donde alguna vez han encontrado restos de sangre y de heces. En el ‘hall’ de entrada instalaron hace años dos cámaras de seguridad que no sirven para persuadir a los usuarios, pero que sí fueron de utilidad en la investigación del crimen.
Desde entonces, son varios los pisos que se han quedado vacíos. Una vecina del primero se fue y alquiló su casa a una joven extranjera, que anuló el timbre. El cuarto también se vació tras la marcha de otra familia de propietarios y quienes residen ahora en él sienten miedo, porque enfrente vive otra familiar de los propietarios del piso conflictivo. «A veces abro la puerta de casa y vuelvo a entrar por lo que veo en las escaleras», reconocen sabedores de que los problemas están haciendo mella en el barrio. Las caceroladas vecinales se suceden sin que, por el momento, les den solución al problema. «No pararemos hasta que cierren ese piso», mantienen. Desde una de las ventanas abiertas en la esquina del segundo –todas lo están– se asoma una cabeza que vuelve a ocultarse. Nadie ha golpeado la tapa del contenedor. Falsa alarma.
Fuente ABC