Por Nicolás J. Portino González
Corría el año 1999, la Argentina navegaba con viento de cola en el mar de la convertibilidad, ese milagro imperfecto que, a pesar de sus fallos, nos dio los mejores diez años de la democracia. La paridad del peso con el dólar, el mítico $1 = U$S1, significaba estabilidad, previsibilidad y un poquito de orden. Sí, con sus deficiencias y todo, pero nos hacía sentir parte del mundo, comprar afuera sin culpa y hasta viajar con dignidad. Pero no, apareció el verso de los agoreros, los iluminados del fracaso: “Hay que salir del 1 a 1”, decían, como si supieran algo que nosotros no. Y así nos hundimos, en nombre del “modelo”, en nombre del “pueblo”, en nombre de vaya a saber qué dioses.
El Fin del 1 a 1: El inicio del fin.
Porque claro, salir del 1 a 1 iba a solucionar todos los problemas. “Hay que devaluar”, gritaban desde los púlpitos del progresismo vernáculo. “Un dólar caro es un país competitivo”, repetían -y repiten aún hoy- mientras sonreían y preparaban sus bolsillos para lo que venía. Fue en 2002 cuando dieron el primer golpe maestro, con el padre del narco en Argentina…Duhalde. Devaluación a la carta, y el peso argentino, que alguna vez tuvo la osadía de pararse al lado del dólar, empezó su caída libre.
Los mismos que hoy defienden la patria con la camiseta de la “soberanía” y la “justicia social” fueron los que hundieron al país en un pozo sin fondo. Desde ahí, todo fue barranca abajo. A cambio de terminar con el “1 a 1”, nos dejaron 24 años después con el $1 a U$S0,00062. Una ganga, una proeza del relato criollo.
El Kirchnerismo: Del relato redentor al robo consagrado.
Y entonces llegó el kirchnerismo, ese proyecto político que se vendió como el salvador de las masas, pero que resultó ser la coronación de la decadencia y el choreo. Néstor “Éxtasis” Kirchner, el primer actor del drama, se vistió de redentor con su “modelo productivo”, el nuevo “paradigma”, que no era más que aumentar el gasto, inflar el estado y multiplicar los negocios para los amigos. Ahí empezó el festival de subsidios, de los planes y de las cajas.
Cristina “cachetada en la cara” Feenández de Kirchner, le dio continuidad a la ópera tragicómica, con su versión más visceral de la patria: “Vamos por todo”. Pero todo resultó ser todo para ellos: cuentas secretas, bolsos en conventos, tierras compradas a precio de ganga, obras públicas fantasmas. Todo en nombre de los que menos tienen, mientras el peso, la única moneda real del país, caía al ritmo de la demagogia.
¿Resultado? Entre 2003 y 2015, el peso argentino se depreció un 363,43%. Pero claro, se perdía algo más que dinero; se perdía la cultura del trabajo, del esfuerzo, del mérito. Se impuso la ley del menor esfuerzo, la dádiva, la cultura del aguante y el subsidio. El que trabajaba parecía un estúpido. En su lugar, floreció la viveza criolla, el plan fácil, la coima barata. El Estado engordó como un elefante descontrolado, con más empleados públicos que en la China comunista, mientras la inflación, esa madre de todas las desgracias, acechaba como un fantasma que nunca se fue.
El Peso: Crónica de una muerte anunciada.
El peso, ese pobre peso, desde el fin del 1 a 1 no hizo más que languidecer. Desde que nos bajamos del dólar como quien se baja de un caballo ganador, la moneda local se fue de $1 = U$S1 en 2001 a unos astronómicos $1250 por dólar en diciembre de 2023. En medio, el país se entretuvo devaluando, emitiendo y fugando capitales como si fueran papelitos de colores.
Y si alguien duda, que mire los números: un aumento del 1492,36% en el tipo de cambio solo durante el mandato del “gatero golpeador”, Alberto Fernández, el presidente de la inflación galopante, de la emisión descontrolada , del gasto público sin freno y de las putas en olivos y la rosada. Pero no olvidemos la inflación acumulada del 46.275% entre 2007 y 2023, el monumento al disparate económico que solo los argentinos pueden soportar.
Todo lo que perdimos por salir del 1 a 1: La nación desbaratada.
Por abandonar el 1 a 1, perdimos la estabilidad, la previsibilidad, la idea de que el trabajo y el esfuerzo valen algo. Perdimos la oportunidad de tener una moneda fuerte, de ser un país normal, de esos donde la inflación no es un tema de conversación en cada mesa, donde uno puede pensar en ahorrar, en crecer e invertir. En su lugar, ganamos el estado omnipresente, la corrupción generalizada y la cultura del subsidio como religión de Estado. El dólar, ese “enemigo público”, se volvió el objeto de deseo nacional, la unidad de cuenta que marca nuestros días y nuestras noches.
Milei: El antídoto del relato?
Pero cuando ya parecía que nada iba a cambiar, cuando todo indicaba que nos quedaba solo seguir bailando al ritmo de la decadencia, llegó Javier Milei. Desde el 10 de diciembre de 2023, el libertario ha demostrado que hay otra forma. Que se puede achicar el Estado, eliminar el gasto superfluo, cortar con los subsidios de vagancia y devolverle un poco de dignidad a la economía. Milei, con su furia y su sentido común, ha comenzado a estabilizar el tipo de cambio, a frenar la inflación y a devolverle a los argentinos algo que ya habían olvidado: la esperanza.
Es una brisa de aire fresco en medio de tanto tufo rancio. Por fin, después de años de relato y chamuyo, alguien se atreve a cambiar las reglas del juego, a romper con el statu quo de los ineptos de siempre. La tarea no será fácil, pero los primeros resultados ya se ven. Tal vez, solo tal vez, estemos frente al principio del fin de la decadencia.
Porque, al final, hay que decirlo: salir del 1 a 1 fue el peor error que cometimos, y solo un cambio de rumbo como el que propone Milei podría salvarnos de seguir bailando al borde del abismo. Que así sea.