Por José Del Rio
El exministro de Economía asegura que suelen “subestimarse los costos de no levantar el cepo”, que los argentinos pensamos en dólares por 80 años de experimentos fallidos y que la competencia de monedas es, a nivel global, una “normalidad”
ernán Lacunza estudió economía en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y completó un posgrado en la Universidad Torcuato Di Tella. Fue gerente general y economista jefe del Banco Central (2005-2010), ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires (2015-2019) y ministro de Economía de la Nación (2019). Hoy, es el titular de Empiria Consultores. En un mano a mano con LA NACION, se refiere a por qué “es poco probable que el FMI conceda fondos frescos para vender dólares baratos” y arriesga un boletín de calificaciones en materia económica de la gestión mileísta del primer semestre y del tercer trimestre del año.
-Hace pocos días fue muy claro en un tuit respecto de los números de pobreza y criticó la “pereza” de atribuir consecuencias a causas contemporáneas. ¿Por qué cree que tanto políticos como economistas dieron a ese dato otra interpretación?
-Lo que señalé, más allá del fracaso colectivo de que más de la mitad de los argentinos sean pobres, es la mezquindad del debate político, que, en su afán de culpar rápido a otro, atribuye las consecuencias (sea pobreza, inflación o desempleo) a causas contemporáneas, cuando en general se incuban en períodos previos. Y así surgen simplificaciones, como “desde que asumió tal gobierno hay tantos nuevos pobres” o “la moneda se devaluó tanto”, sin reparar si antes se escondía la pobreza en subsidios insostenibles o si se reprimía la inflación con tarifas artificiales. Con esa calidad de debate, cada gobierno tiene incentivos a acumular distorsiones al final de su mandato para que pague el que sigue, y así la pobreza estructural sube 10% por década.
-¿Cómo cree usted que pueden revertirse esos números de pobreza?
-Sin misterios. Con crecimiento sostenido e incentivos a crear empleo privado. De manera parsimoniosa, pero estable. No lineal, con curvas naturales, pero sin despistes macro, lo que supone equilibrio fiscal y consistencia monetaria, no maquinita. Con reformas micro que aumenten la productividad (única fuente de aumento del salario real) y estimulen la contratación de trabajadores, lo que supone desregulación, reforma laboral, apertura y baja de impuestos, previo superávit. Todo anabólico acelerador será un paliativo de corto plazo y mayor pobreza de largo.
-La inflación encontró en el último mes un piso de 4%. ¿Cree usted que se podrá derribar ese umbral? ¿De qué depende?
-Tras bajar de 25% a 4% mensual en seis meses, hace cuatro que se estancó en 4%. El ajuste fiscal, la no maquinita monetaria y el anclaje cambiario sirvieron para el primer semestre, pero evidentemente encuentra una resistencia inercial por expectativas adaptativas: “El mes siguiente ajusto 4% porque el mes pasado fue 4%”. Ante la evidencia, el Gobierno ancla la tolerancia social a su programa de ajuste, en el que el índice de este mes sea menor que el anterior, pero mayor que el próximo: extiende imprudentemente la regla devaluatoria del 2% mensual a costa de perder reservas, ajusta tarifas los meses pares y afloja los impares a riesgo de cortar la luz en verano y reduce impuesto PAIS para bajar precio de transables a costa de complicar el balance cambiario.
“El boletín de calificaciones del primer semestre trajo un 10 en política fiscal, 8 en monetaria y 6 en cambiaria. Promocionó. El del tercer trimestre: 10 en fiscal, 6 en monetaria y 3 en cambiaria. No repite el año, pero no promociona: tiene que recuperar la materia cambiaria”
-Entonces…
-Es difícil que haciendo lo mismo baje del rango entre 3% y 4% mensual (entre 40% y 60% anualizado), superior al previsto en el proyecto de presupuesto 2025. Además de la imprescindible consistencia fiscal y monetaria, sin ingredientes heterodoxos llevará más tiempo vencer la inercia. No casualmente el Plan Austral ideó el desagio, su contemporáneo plan israelí impulsó acuerdos de precios y salarios, la Convertibilidad prohibió la indexación por ley y el Plan Real brasileño cambió la moneda y la unidad de cuenta de los contratos.
-¿Qué opina de la relación entre el peso y el dólar hoy? ¿La Argentina empieza a estar cara en dólares?
-El tipo de cambio real bilateral peso-dólar es 45% inferior al de diciembre 2023 (tras la devaluación). O aquel era muy alto o este es bajo. El Gobierno argumenta que eso es aritmética, no economía, y que nadie sabe el tipo de cambio de equilibrio. Cierto. Pero desconfiaría de un programa que desprecie la aritmética y la ignorancia del equilibrio no excluye al Gobierno. Más allá de las referencias históricas, siempre sesgadas por variaciones relativas de productividad y condiciones externas, a precios de hoy, el tipo de cambio promedio de los últimos 25 años ronda los $1250 por dólar. Lo cierto es que al actual tipo de cambio oficial hay más demanda que oferta voluntaria. La evidencia anecdótica, flujo de turismo receptivo versus emisivo, sentido de la fila migratoria en tours de compras entre Mendoza y Santiago de Chile, costos de paquetes vacacionales en la costa argentina o uruguaya, confirman la aritmética. Los atenuantes para encarecer importaciones, como el impuesto PAIS o el dólar tarjeta, o favorecer exportaciones, como el dólar blend, son desdoblamientos parciales y transitorios para evitar el título devaluatorio en la tapa del diario.
-El Gobierno asegura que no habrá ninguna devaluación y que la inflación y el tipo de cambio convergerán al 2%. ¿Cree que es una buena estrategia?
-Entiendo que niegue eventuales correcciones cambiarias. Imaginate el caos si dijera lo contrario. Y que sostenga un ancla cambiaria dura con una inflación mensual de dos dígitos como al principio del programa. Entiendo menos qué cambia si la inflación es 2,5% en lugar de 4% mensual. En el mejor de los casos el tipo de cambio real dejará de atrasarse, pero no corregirá el atraso acumulado, salvo una deflación que exigiría una recesión aguda y larga, social y políticamente insostenible. Parecen metas mutantes para postergar los riesgos políticos de sincerar una inflación algo reprimida por un atraso cambiario incipiente pero persistente.
“Para un país con instituciones fuertes no significa mucho que el presidente sea economista o dentista. Para un país donde la inconsistencia de la restricción presupuestaria nos costó décadas de estancamiento y varias crisis de inflación y deuda, un economista profesional puede aportar al menos dos ventajas: ahorrar voluntarismo en programas de gobierno que reparten lo que no se tiene y en el debate público, aprovechar la potencia de la voz presidencial para explicar la diferencia entre la magia de la abundancia y la realidad de la escasez”
-¿Por qué los argentinos pensamos siempre en dólares?
-No es por una mutación genética que nos diferencie del resto del planeta, sino la experiencia acumulada en 80 años de experimentos monetarios fallidos (generalmente por inconsistencias fiscales) que progresivamente fue destruyendo la moneda como reserva de valor, unidad de cuenta y medio de cambio. Defensivamente, empezamos a ahorrar en dólares, a medir los bienes durables (casas, autos) en moneda dura y, cuando hay híper, a querer pagar en pesos y cobrar en dólares. Nada que no pueda revertirse con años de experiencia de estabilidad.
-Ejemplos hay muchos…
-Perú, donde hace 25 años pensaban en dólares como nosotros, o Brasil, que atravesó su propia híper hace 30, demuestran que recuperar la moneda es posible acumulando años de consistencia fiscal y prudencia monetaria. Eso es la normalidad, que acá llamamos competencia de monedas: que cada ciudadano pueda elegir ahorrar, pagar o cobrar en pesos, dólares, euros o criptomonedas. Pero para eso debe valer la pena tener pesos (sin cepo): que no se derritan en la mano por la inflación o se licue el ahorro por tasas de interés negativas. La dolarización es una solución de esquina no deseable de esa competencia: nadie quiere pesos.
-¿Cómo analiza el actual plan económico tanto en términos de fortalezas como debilidades?
–El boletín de calificaciones del primer semestre trajo un 10 en política fiscal, 8 en monetaria, 6 en cambiaria. Promocionó: corrigió un déficit divergente, dejó de emitir para cubrir el bache, canjeó bonos impúdicos a bancos (puts) del gobierno anterior y sinceró el tipo de cambio y tarifas reprimidas. Permitió bajar la inflación del 25% a 4% mensual, la brecha cambiaria de 150% a 30%, recuperar reservas netas de menos US$11.000 millones a neutras y bajar el riesgo país de 2500 a 1.300 puntos básicos. Los costos evidentes de recesión, pobreza y salario fueron correr el velo de la ficción anterior.
-Y en el tercer trimestre…
–El del tercer trimestre: 10 en fiscal, 6 en monetaria, 3 en cambiaria. Mantuvo la disciplina fiscal (sin la cual no habría estabilización posible), la política monetaria se volvió más adaptativa (apresuró baja de tasas, osciló entre dolarización endógena y competencia de monedas) y la cambiaria estiró el deslizamiento al 2% como única ancla nominal. No repite el año, pero ya no promociona: tiene que recuperar la materia cambiaria. Debió sacrificar reservas para controlar la brecha que se había disparado a 50%, la inflación se estancó en 4% mensual y el riesgo país dejó de bajar por vencimientos de deuda que se acercan con reservas netas en caída (menos US$4000 millones). Con rendimientos decrecientes, ya no promociona y tiene que ir a recuperatorio en materia cambiaria. El incipiente rebote de actividad y salario es un rezago lógico de aquella mejora financiera, pero su continuidad dependerá de la recuperación del boletín financiero y cambiario.
“Perú, que hace 25 años pensaban en dólares como nosotros, o Brasil, que atravesó su propia híper hace 30, demuestran que recuperar la moneda es posible acumulando años de consistencia fiscal y prudencia monetaria. Eso es la normalidad, que acá llamamos competencia de monedas”
-La salida del cepo es para algunos economistas una necesidad imperiosa para el crecimiento, mientras el Gobierno dice no estar apurado con ello. ¿Cuál es su punto de vista al respecto?
-El programa económico es un menú de cuatro pasos: equilibrio fiscal, no emisión monetaria, normalización cambiaria y recuperación de inversión y crecimiento, en ese orden. Los dos primeros están cumpliéndose, y eso permitió evitar una hiperinflación y bajar la brecha y el riesgo país. El tercero no, y sin plato principal (cepo) no habrá postre (crecimiento sostenido). Suelen destacarse los costos ciertos y riesgos contingentes a levantar el cepo: seguramente una corrección cambiaria y algún efecto inflacionario, acotado por algunos precios ya adelantados al paralelo, una actividad todavía anémica y un marco fiscal-monetario que evita espiralizaciones. Suelen subestimarse los costos de no levantarlo: una inversión escuálida (nadie pone plata donde no la pueda sacar, por más baja de impuestos que prometa el RIGI) y una recuperación más lenta del consumo y el empleo. Rendimientos decrecientes y costos crecientes: hoy es más costoso que hace cuatro meses, pero más barato que dentro de cuatro.
-Pero, ¿dónde está el foco?
-El Gobierno suele poner el foco en los stocks (reservas, pasivos remunerados) y poco en los flujos: cuál es el tipo de cambio que permite acumular reservas. Evidentemente no es $1000 por dólar, y la reforma micro que aumenta la productividad de largo plazo podrá bajar el tipo de cambio sostenible y en algunos años de reformas sostenidas podremos ser más ricos en moneda dura, pero el trayecto importa.
-¿Qué análisis hace usted del tema del blanqueo y qué expectativas le genera?
–No perdamos de vista que es el quinto blanqueo en los últimos 15 años. Que cada tres años haya un borrón y cuenta nueva no puede ser inocuo para la cultura tributaria. Con ese antecedente, temo que el que blanquee en octubre vuelva a “negrear” en noviembre. Pero claro, los blanqueos se hacen porque tienen costos mediatos y beneficios inmediatos. En el corto plazo va a proveer alguna mejora recaudatoria menor, alguna descompresión transitoria del mercado paralelo por liquidación de dólares a blanquear en pesos. Más relevante, los depósitos privados en dólares que llegaron no deberían usarse como reservas para intervención cambiaria (porque son de los depositantes), pero pueden lubricar el mercado de crédito en dólares para alguna actividad exportadora, si bien no hay que volver a caer en la tentación de prestar a deudores que no generen dólares que terminó en la pesificación asimétrica de 2002.
“Lo que no se puede es gastar como los suecos y recaudar como los singapurenses, porque la diferencia es deuda e inflación. Si el contrato social o la competitividad no admite más impuestos, no podemos sostener ese tamaño de Estado”
-¿Cuál cree usted que debería ser el rol del Estado en la economía actual?
-El que diga el contrato social. No hay un tamaño o rol del Estado óptimo. Los suecos prefieren un Estado del 45% del PBI que provea servicios públicos de alta calidad en educación, salud e infraestructura, y lideran las pruebas PISA, la esperanza de vida es 83,5 años y las autopistas tienen barandas elásticas para amortiguar los despistes de conductores distraídos. En Singapur eligen un Estado chico, pagan 21% de Ganancias y los servicios públicos son provistos por privados. Lo que no se puede es gastar como los suecos y recaudar como los singapurenses, porque la diferencia es deuda e inflación. Si el contrato social o la competitividad argentina no admite más impuestos, no podemos sostener ese tamaño de Estado.
-¿Cuánto cree usted que incide la economía en el humor social?
-Mucho, claro. Quizás junto a la seguridad son los dos determinantes fundamentales del humor social, porque las malas políticas tienen consecuencias inmediatas. En el caso económico, hay dos variables dominantes: el changuito del supermercado (inflación) y los ingresos (salario). Para discernir su dilema entre inflación y crecimiento, con el cepo como árbitro entre ambos objetivos, el Gobierno debería prestar atención a un trabajo de Rafael Di Tella en Harvard, que muestra la mayor tolerancia social a la inflación que al desempleo. Porque el ciudadano medio está más dispuesto a ver su salario mensual algo derretido por la inflación que al riesgo de un ingreso cero con un desempleo de dos dígitos.
-La economía es una ciencia de la escasez, como suelen definirla en la universidad. Hay múltiples conflictos presupuestarios abiertos, como las jubilaciones, Aerolíneas Argentinas o el financiamiento universitario. ¿Cuál es su posición?
-Analizadas individualmente, cada causa va a encontrar fundamentos altruistas que ameriten mayor presupuesto público. Pero si los lunes aumentamos jubilaciones, los martes universidades y los miércoles los sueldos de los pilotos, el jueves habrá subido la deuda y el viernes, la inflación. Priorizar es elegir entre fines alternativos, sabiendo que queda menos para el resto. Por ejemplo, con el tema universitario de esta semana, abramos la lente a la educación en general. El 20% de los chicos de menores ingresos ocupan el 40% de las vacantes de escuelas públicas primarias y solo el 10% de la matrícula universitaria pública. Remontémonos al debate de la fórmula jubilatoria de hace algunas semanas. La pobreza infantil asciende a 66% y la de adultos mayores a casi 30%. Dos disparates, pero el primero es más del doble que el segundo. No tengo los datos de ingresos de los pasajeros de Aerolíneas, pero estoy seguro que están en el 20% de mayores recursos. Conclusión: si tengo un peso adicional, a educación primaria.
-¿Qué falta para que la Argentina vuelva a crecer?
-No es una cosa, sino varias, y no lleva un día, sino años. Consolidar la solvencia fiscal (va bien), definir el régimen monetario (dejar de mutar entre dolarización, competencia de monedas, dolarización endógena, peso fuerte, remonetización), evitar desalineamientos cambiarios y completar la agenda desregulatoria cuyos resultados en competitividad se verán a largo plazo. En lo inmediato, con cepo puede rebotar, pero es difícil que crezca. Para aumentar la tasa de ahorro e inversión para un crecimiento sostenido, nadie invierte donde no pueda sacar su capital, por más que le mejoremos la rentabilidad con RIGI específicos, que en todo caso pueden mejorar la respuesta de la segunda pregunta de un inversor, es decir, “¿cuál será el retorno de mi inversión?”, pero no la primera, es decir, “¿puedo sacar lo que pongo?”.
-¿Qué estimaciones maneja para la economía en 2025?
-El proyecto de Presupuesto Nacional prevé un crecimiento de 5% y una combinación inflación-devaluación del 18% anual (1,4% mensual). Creo que una de las dos cosas no va a pasar. Demasiado crecimiento para tan poco tipo de cambio. Creo que hay un clásico dilema de inflación versus crecimiento, donde el cepo inclina a uno u otro objetivo. Si la prioridad es mantener la inflación en estos niveles (que de todos modos 4% mensual es 60% anual) o algo más bajos, será difícil levantarlo, porque una corrección cambiaria provocaría un salto transitorio de precios que alejaría la meta oficial. Pero el costo será un rebote más anémico que pueda ralentizar el alivio social de la recesión de 2024.
-¿Cómo ve la nueva alineación internacional que tiene el país en materia económica? ¿Cree que habría que llegar a un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario y buscar más fondos?
-No hay desarrollo sin integración comercial y financiera al mundo. “Vivir con lo nuestro” es un enfoque tan romántico como inconducente. Los acuerdos comerciales hacen menos reversibles y más previsibles las reglas del intercambio necesarias para la inversión; los financieros, las del flujo de inversiones y créditos. Una eventual renovación del acuerdo con el Fondo, que descuento, será una consecuencia de un programa consistente y no una causa. En todo caso, servirá para robustecerlo en la transición, pero no para financiar inconsistencias. Concretamente, veo poco probable que el Fondo conceda fondos frescos para vender dólares baratos o comprar pesos caros, que es lo mismo. Difícil para estirar la vida del cepo en su versión actual e tendencia al atraso cambiario. Supongo que ambas partes habrán aprendido la lección.
-¿Qué significa para la Argentina tener por primera vez un presidente economista?
–Para un país con instituciones fuertes no significa mucho que el presidente sea economista o dentista. Para un país donde la inconciencia de la restricción presupuestaria nos costó décadas de estancamiento y varias crisis de inflación y deuda, un economista profesional puede aportar al menos dos ventajas diferenciales: ahorrar voluntarismo en programas de gobierno que reparten lo que no se tiene y terminan mal; y, en el debate público, aprovechar la potencia de la voz presidencial para explicar la diferencia entre la magia de la abundancia y la realidad de la escasez. Según cuenta su gabinete económico y apreciamos en sus intervenciones públicas, el Presidente aprovecha sus cualidades profesionales en ambos campos. Si ese fuera su legado cultural luego de medio siglo de déficit prevaleciente y estancamiento resultante, el próximo gobierno tendrá una plataforma más consistente y tolerancia social para proyectar sus programas.
-¿Cuándo converge la economía real micro con la macro? Me refiero a que se sinceran tarifas y se ajusta gasto, pero, ¿en qué momento eso reditúa en una mejora de la economía real?
-Sin macro ordenada no hay economía real próspera. Puede inflarse un rato con anabólicos de planes platita y represión de precios con cepos cambiarios y tarifarios, pero termina con inflación arriba de 200% y brecha arriba de 150% como en 2023. Eso no significa que no haya rezagos. El ordenamiento fiscal y monetario del primer semestre mejoró rápido las variables financieras (riesgo país, brecha, reservas), pero sinceró la ficción de niveles de producción y consumo y corrió el velo de la pobreza y el poder adquisitivo artificial del salario. La incipiente reactivación -aún no consolidada- del tercer trimestre es consecuencia de aquel primer semestre de ordenamiento, pero la velocidad será asimétrica: aun si se maniobran bien las curvas, recién a fines de 2025 podrían alcanzarse los niveles de consumo y producción de fines de 2023.
-¿Qué opinión le merece la decisión del Gobierno de frenar la obra pública lo máximo posible e ir a un esquema de obras privadas?
-Entra en la lógica de prioridades de una pregunta anterior. Es consecuencia de la restricción presupuestaria. La obra pública está en niveles mínimos (0,7% del PBI, menos de la mitad del 1,6% de 2023) y no toda es sustituible por un esquema de obras privadas, porque no todas son financiables vía peajes (para que el constructor privado se apropie del fruto de su inversión) ni inmediatas: sin presupuesto no hay obra pública, sin orden macro (precios relativos estables, inflación baja consolidada, tasa de interés razonable) difícil atraer capitales privados con retornos esperados lógicos.
Fuente La Nación